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Humor dominical

Aventuras y desventuras amorosas entre galanes, esposas ingeniosas y suegras inoportunas.

Afrodisio Pitongo, galán libidinoso, no lograba convencer a la bella Susiflor de ir con él al Motel Kamawa. Sus labiosas argumentaciones se topaban con la férrea negativa de la joven, que a más de ser ex alumna de un colegio de monjas había leído todas las obras de monseñor Tihamér Tóth. “Está bien -cedió Afrdosisio-. Dejemos esto a la suerte. Lancemos una moneda al aire. Si sale águila haremos lo que yo quiero. Si sale sello haremos lo que tú no quieres”.

Don Feblicio y su esposa fueron a comer en una marisquería. El señor estaba languidecido por la edad; ya no podía levantar ni un falso testimonio. Su media naranja, en cambio, se veía entera. Él pidió un caldito de pescado sin pescado, chico; ella ordenó un coctel de los llamados “vuelve a la vida”, que traen de todo -ostiones, camarones, pulpo, caracol y más-, pues había oído decir que esa mixtión era capaz de reanimar al varón más desanimado. Le ofreció aparte al camarero: “Te daré 500 pesos si haces como que el coctel se te cae en la entrepierna de mi marido”.

Después de varios meses de no ir a la iglesia Pirulina fue a confesarse con el padre Arsilio. “Acúsome, padre -le dijo-, de que me acosté con un desconocido”. Preguntó el sacerdote: “¿Cuándo fue eso?”. Respondió Pirulina: “No sabría decirlo, señor cura. Los hombres no tienen en la pi… sello fechador”.

Aquella pareja de casados acudió a la consulta de un consejero matrimonial. Ella se quejó de que su marido la descuidaba por causa de su excesiva afición al futbol soccer. “No habla más que de futbol, doctor. Se la pasa viendo en la tele todos los partidos de todas las ligas, de todas las copas, de todos los torneos y campeonatos; los de ida y los de vuelta; los de treintaidosavos de final. Como consecuencia de eso en la cama muestra igual desgano, o aún mayor, que el que mostró Messi en Monterrey. Toda su vida es el futbol”. El marido la interrumpió. “No le haga caso, doctor. Está en fuera de lugar”.

Ya conocemos a Capronio: Es un tipo desconsiderado. Su suegra, que tenía 14 años de visita en la casa de su hija, comentó en el desayuno: “Tuve una pesadilla horrible. Soñé que había muerto, y que llegaba al otro mundo. Afortunadamente en eso desperté”. Preguntó Capronio: “¿Y qué la despertó, suegrita? ¿El intensísimo calor?”.

La muchacha en edad de merecer habló con su mamá. “Mami: ¿Es cierto eso de que al hombre se le conquista por el estómago?”. “Es absolutamente cierto -afirmó la señora-. Tu padre se casó conmigo porque el mío estaba creciendo”.

El jefe de personal le preguntó al tipo que solicitaba el puesto de vendedor: “¿Tiene usted poder de convencimiento?”. “¿Que si tengo poder de convencimiento? -repitió el sujeto-. Mire usted: La semana pasada hice que mi mujer sintiera lástima de la pobre chica que por distracción dejó olvidada en el asiento trasero de mi coche la pantaletita que acababa de comprar”.

Don Picio estaba haciendo el amor con su mujer. Lleno de emoción por el deliquio del placer sensual exclamó arrobado: “¡En este momento no me cambiaría por Brad Pitt ni por Leonardo di Caprio!”. Le reprochó ella: “¡Qué malo eres!”. Babalucas decía con orgullo: “A mi esposa le gusta llevarles la contraria a los americanos. En las tiendas del otro lado hay letreros que dicen ‘Sale’, y ella entra”. Doña Frustracia comentó ante sus amigas: “En la recámara mi marido es un volcán”. “¿Muy ardiente?” -se interesó, curiosa, una de las señoras. “No -precisó doña Frustracia-. Sólo entra en actividad de vez en cuando”.

Lady Loosebloomers llegó con su chofer al Club Silvestre. Le preguntó el portero: “La persona que la acompaña ¿es su esposo?”. “¿Por quién me toma usted?” -se indignó ella-. ¡Es nada más mi amante!”. FIN.

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