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Un chip en el cerebro

Hace seis días un equipo pionero en biotecnología cerebral logró implantar un chip en el cerebro de una persona con el objetivo de investigar la seguridad del procedimiento y la eficacia del robot-cirujano que lo implantó.

CRITERIO

Hace seis días un equipo pionero en biotecnología cerebral logró implantar un chip en el cerebro de una persona con el objetivo de investigar la seguridad del procedimiento y la eficacia del robot-cirujano que lo implantó. Esto es parte del estudio “Prime” de la empresa Neuralink que busca probar si un diminuto dispositivo a base de semiconductores con circuitos integrados podría ser capaz de funcionar como una interfase inalámbrica entre el cerebro humano y un dispositivo digital, ya sea una computadora o un teléfono celular, y todo esto para transferir órdenes dadas desde el pensamiento, de allí que el chip se llama “Telepathy” (telepatía) y que pudiera aplicarse para lograr que personas aquejadas de alguna enfermedad paralizante puedan recuperar su movilidad.

Un precedente interesante de este intento es el éxito logrado en 2016 en un objetivo similar pero no a través del movimiento de la extremidad natural del paralítico, sino mediante la ejecución de movimientos de un brazo artificial, robótico, que obedecía órdenes desde la mente del enfermo. Desafortunadamente se han dado pocos detalles del caso que hoy comentamos aunque el dueño de la empresa, Elon Musk, -la persona más rica del mundo- ha manifestado que el chip logró transmitir “señales” de la actividad de las neuronas del enfermo, lo que significa que detecta y transmite la actividad cerebral.

No está claro qué alcance tiene este logro y qué se espera que ocurra adelante pero, como quiera que sea, el hecho de que esto haya ocurrido es ya un logro en el itinerario del objetivo y no será de extrañar que tras este primer paso se sucedan otros en la dirección planeada.

En primer lugar, no hay que ignorar que si Neuralink está logrando esto lo debe en buena medida a que “descansa sobre hombros de gigantes”, como suele decirse cuando los predecesores fueron tan o más ingeniosos que quienes ahora están perfeccionando aquellos logros. Debe tomarse en cuenta que apenas en el pasado mes de mayo la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense (FDA, por sus siglas en inglés, equivalente institucional a nuestra Cofepris) autorizó a Neuralink trabajar en este tema, pero sólo de manera experimental, pues la aplicación terapéutica regular de una tecnología como la de “Telepathy” enfrenta las mayores exigencias de seguridad, sobre todo cuando en los intentos en primates hubo tropiezos en este aspecto; por lo pronto, la empresa biotecnológica puede seguir convocando enfermos con parálisis de sus extremidades como voluntarios experimentales en tanto no exista un tratamiento significativamente efectivo.

Por otra parte están los “asegunes” éticos que los procedimientos tecnológicos sobre el funcionamiento cerebral, concretamente sobre el pensamiento y otras funciones superiores, que se han venido planteando.

Si un chip implantado en el cerebro de una persona pudiera alguna vez comunicarse con un chip colocado en el cerebro de otro individuo, y ambos tuviesen propiedades similares al chip “Telepathy”, es decir, con el poder de transferir información del pensamiento de un sujeto a otro, entonces en dado caso la situación rebasaría el límite estrictamente material y mecánico y se enredaría entre dilemas éticos ante la posibilidad de intervenir en cuestiones de privacidad, opinión, criterio, afectividad, voluntad, conducta y juicio ajenos.

Hace 10 años sólo un limitado puñado de científicos advertían la posibilidad de darle órdenes con el pensamiento a un brazo robótico para ejecutar, por ejemplo, un saludo, pero hoy eso nos queda pequeño cuando estamos enterándonos ahora del intento de mover el propio brazo o pierna natural del paralítico gracias a un pequeño chip implantado en su cerebro y que le transmitirá las órdenes necesarias provenientes del íntimo pensamiento del propio sujeto. Hasta aquí todo muy bien.

Sucede que no sabemos con precisión cuál podrá ser el siguiente objetivo de algunos biotecnólogos en neurociencias, pero el consenso apunta a suponer que la joya de la corona será la manipulación del pensamiento, inteligencia y voluntad ajenos.

¿Cuáles serán los límites? ¿Los habrá?

Médico cardiólogo por la UNAM. Maestría en Bioética.