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Mirador

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando de niño -o sea de cachorro- veías pasar las nubes?

Quizá te preguntabas de quién eran esas enormes vacas blancas que pacían la hierba azul del cielo. Alzabas otra vez la mirada y ya se habían ido. No sé si aprendiste lo mismo que con los años he aprendido yo: Que todo se va.

Supongo que estás ahora donde los seres y las cosas quedan aunque ya no estén. Entiendo que ese sitio se llama “eternidad”.

Hay quienes dicen que es un sueño que se duerme. Otros afirman que es un sueño que se sueña. Algunos más -son muchos- piensan que es una realidad. Quién sabe. Y no quiero saberlo. Prefiero llevarme una sorpresa. Quizá la sorpresa -que ni siquiera alcanzará a sorprenderme- es que no hay ninguna sorpresa.

Perdona mis elucubraciones, Terry. No he perdido la muy mala costumbre de pensar. Debería mejor ponerme a ver las nubes, como tú. Ellas nos enseñan a irnos. ¡Hasta mañana!

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