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Carga partidista, errores y competencia estancan a Xóchitl

La candidatura de Xóchitl Gálvez parece haberse estancado. 

Varias encuestas publicadas en días recientes avalan que la candidatura de Xóchitl Gálvez se estancó. Enkoll-El País, Mendoza Blanco e incluso el antiobradorista El Financiero mostraron que en el último mes o dos el margen entre las candidatas de Morena y el PRI-PAN engordó. La brecha entre ambas y las divergencias metodológicas pierden importancia al estudiar los resultados temporales de cada encuestadora. Al identificar patrones, es posible aislar los efectos de las campañas y aventurar hipótesis. Como en muchas otras cosas mundanas, el arte gana a la ciencia.

Por tomar un ejemplo, la encuesta de Enkoll publicada el 13 de septiembre y levantada entre el 7 y 9 del mismo mes registra un careo base donde Sheinbaum aventaja 49 puntos a 26 a Gálvez (contra 18 de Samuel García). Poca novedad con la cómoda delantera morenista. Lo que sí conlleva carnita es que, mientras Sheinbaum gana un punto y García tres, Xóchitl queda inerte desde el levantamiento de julio (2 meses). Al considerar que en ese lapso pasó de un reconocimiento del 33% (julio) al 50% (septiembre), la frentista debería alarmarse de que millones la han ido conociendo sin darle su preferencia: El peor de los mundos.

Cabe luego indagar los detonantes del rechazo. Una primera hipótesis es que imperan las preferencias partidistas. Casi todos los estudios demoscópicos confirman que Morena conserva la intención de voto de aproximadamente dos de cada tres electores. En un clima donde las preferencias están bien ancladas por la alta politización, la popularidad presidencial y la fusión de partidos tradicionales, es previsible que la gran mayoría ya tenga decidido su voto con bastante antelación. En ese escenario, la rigidez condenaría a Gálvez a ser fulminantemente identificada a un PRI-PAN de alta carga negativa. La mayor apuesta de Sheinbaum sería estrechar lazos con la imagen de Morena y ahondar en su mensaje de continuidad con cambio.

Otra posibilidad es que Xóchitl Gálvez sea mala candidata. Sus limitaciones retóricas fueron evidentes en los foros opositores. Sus conflictos de interés brotan como piojos en cabellera descuidada. Su foxista abuso de la majadería espanta a las conservadoras del Norte. Sus prejuicios sobre el Sur enrabian a la región. Su afán de retomar políticas calderonistas gatilla aversión al riesgo. Su discurso promueve un autorretrato de outsider deslegitimado por un contradictorio historial y una alianza desacreditada. Su frivolidad espanta al elector que busca contrastar política pública.

En fin, se veía venir: Su candidatura al vapor adelantaba tropiezo frecuente. Tampoco podemos subestimar la irrupción de al menos tres nuevos rivales que fragmentan la atención y disputan el relato. Eduardo Verástegui (independiente) apuntó su arco al PAN y disparó flechas al corazón de las contradicciones de Xóchitl: Una autonombrada trotskista en un partido (PAN) de derecha conservadora. Marcelo Ebrard rompió el monopolio de la rebeldía al cuestionar el proceso interno de Morena y enarbolar una carta crítica. Y Samuel García apela a un público apartidista inconforme con la política de bloques, si bien para ganar credibilidad tendría que zanjar antes la tensión con Alfaro y distanciarse de aliados federales en su frente abierto con un “Prian” neoleonés en perpetuo antagonismo.

Los contrastes de proyectos desfavorecen al Frente. Gálvez parte de un diagnóstico de fatiga con el obradorismo que propone soluciones como regresar a Los Pinos, cancelar megaproyectos, focalizar programas sociales y resucitar privatizaciones. Su candidatura sigue un innegable patrón de regreso al pasado. El problema: Enkoll registra a pregunta expresa que dos de cada tres electores prefieren continuidad cuatroteísta. Propuestas que huelan a PRI-PAN serán vituperadas.

Peras o manzanas, las alarmas frentistas gritan pánico. Apenas la semana pasada, un impúdico Jorge Castañeda urgió comprar o sobornar medios locales para crecer el reconocimiento de Xóchitl Gálvez en sectores populares. Antes, Carlos Loret aceptó que la candidata necesitaba “alineación y balanceo”. Otros promotores con ataques de sinceridad ventilaron genuina preocupación. El pronóstico para Gálvez es desalentador. Castiga una candidatura de incómodas contradicciones, improvisación sistémica y laxa moralidad.

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