AMLO da peJEna ajena
Usar la tribuna presidencial para atacar a los medios de comunicación que se atreven a cuestionarlo es una falta de calidad política elemental.
Era septiembre de 1998 y en el campus de la Universidad Harvard había un gran revuelo por la ceremonia donde otorgarían un grado honorario a Nelson Mandela, en ese momento presidente de Sudáfrica y ya una leyenda mundial por su lucha en contra del apartheid. Un hombre que valía la pena conocer, alguien que no vaciló en ir a la cárcel para seguir con su lucha, amén de que estudió una carrera universitaria mientras estaba preso.
Todo mundo quería asistir y conocerlo de cerca. Por una coincidencia me había hecho amigo de David Pryor, un senador de Arkansas que estaba en Harvard en el Institute of Politics, del que dos años después sería director. Pryor me consiguió un lugar en la ceremonia (después me presentaría a Gerald Ford, pero esa es otra historia).
No esperaba encontrar en Mandela a esa persona sencilla, humilde, que agradeció el reconocimiento como si fuera algo inmerecido. Habló del gran reto de fin de siglo, que la humanidad tenía que encontrar una forma de acabar con la desigualdad. Del largo camino a la verdadera libertad. Hoy, 24 años después, todavía recuerdo ese momento. Escuchar a un hombre cuyo sueño era formar una sociedad libre, democrática, donde hubiera igualdad de oportunidades para todos. Sin divisiones, sin segregación. Los políticos deben ser factor de unión, están obligados a convertirse en líderes reales.
Es triste, ahora, ver en nuestra realidad a un Presidente que divide, que busca mostrarse poderoso ante quienes considera sus adversarios. Francamente es un personaje chiquito. Alguien que usa el poder para llevar gente a una marcha donde pretende “mostrar músculo” es patético e indigno del cargo. Mandela, quien merecidamente ganó el Nobel de la Paz, era respetado, querido, dentro y fuera de su país.
No era un tipo retador, que cada mañana usara la fuerza del Estado para arremeter contra quienes pensaban diferente a él. Al contrario, los buscaba, platicaba y trataba de entender sus puntos de vista para caminar rumbo a una sociedad unida, sólida.
Algo está mal si un Presidente reacciona a una manifestación llamando a “sus seguidores” a salir a las calles y mostrar el “power” que todavía tiene. ¿Cómo para qué?, ¿qué sentido tiene? Su función debería ser gobernar para todos, lograr que los ciudadanos estén unidos buscando el progreso integral como sociedad.
Un Presidente que obliga a los gobernadores a que organicen sus propias manifestaciones o le manden acarreados para que se vean millones en las calles de la capital del País es alguien que da pena. Pero si esos “gobernadores” le siguen la corriente, utilizan el dinero del pueblo para acarrear gente y organizar sus propias marchas son tan indignos como el que creen es su jefe.
En algún momento, ese Presidente ha querido compararse con Mandela. ¡Uuuh, cómo le falta! Tendría que empezar por aceptar las opiniones contrarias. No tachar de enemigos de la Patria a quienes difieren de su forma de gobernar. Mandela jamás buscó investigar a quienes lo denunciaron la primera vez que lo apresaron. Sabía que ese era el precio de la libertad.
Usar el poder para aplastar opositores es deleznable por donde lo queramos ver. Usar la tribuna presidencial para atacar a los medios de comunicación que se atreven a cuestionarlo es una falta de calidad política elemental.
Pero hacer que los ciudadanos se enfrenten es lo peor que un aspirante a líder puede hacer. ¿Cómo se le ocurre llamar a una marcha cuando él no debe necesitar apoyo de ningún tipo? Queda claro que la manifestación popular para defender a la institución electoral lo asustó, lo sacó de su zona de confort, porque sabe que no fue manipulada.
Qué pequeñito debe ser un político para buscar la revancha, para mostrarse como bravucón de barrio en lugar de analizar el porqué esas miles de personas dejaron la comodidad del descanso dominical para ir a decirle que respete sus decisiones y que no se quiera adueñar de los organismos que califican y organizan las elecciones.
Qué mediocre debe ser el equipo que lo rodea cuando no puede hacerle entender que el enfrentar al pueblo es lo peor. Lamentable que sus asesores no le ayuden a analizar una marcha auténtica. Peor todavía resulta que no lo detengan en ese capricho de organizar su propia “manifestación” para que vean quién la tiene más grande.
Tener un Presidente tan limitado, tan cerrado, tan egocéntrico, tan elemental en su actuación y pobre en sus decisiones es algo que definitivamente da “PeJEna ajena”.
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