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La inteligencia y la geografía

Los muertos, en política, adquieren otra dimensión. Aquella tarde, Elías Calles pasó a ser una parte del estudio de la Revolución Mexicana

Su salud durante aquellos intensos 67 años nunca había sido la mejor, pero tampoco le había impedido convertirse en cabeza de aquella Revolución hecha Gobierno.

Otros tiempos marcaban las horas del País, muchos de los que durante décadas servilmente lo adularon se habían ido, la Revolución ya no olía a tierra y pólvora, comenzaba a volverse mito.

Ese 19 de octubre de 1945 lo poco que le quedaba de salud se le escapaba: Aquel revolucionario que presenció la muerte innumerables veces era sacudido por arcadas con sangre que lo debilitaban aún más.

Después de días de no probar alimento, aquel rostro que parecía hubiese sido tallado en piedra, sorprendía con sus pómulos saltados y las profundas ojeras que abrazaban sus ojos, todo contenido en un rostro demacrado y macilento.

Plutarco Elías Calles agonizaba en aquella habitación número 34 del Hospital Inglés. Rodeado de su familia y acompañado por su médico de cabecera, Abraham Ayala González.

Víctima de una crisis mesentérica provocada por décadas de padecimientos mal tratados, el viejo militar sabía que aquel día sería el último. A las 2:30 de la tarde y después de arrastrar unas palabras, moribundo, musitó: “No hagan nada… es inútil”.

Los muertos, en política, adquieren otra dimensión. Aquella tarde, Elías Calles pasó a ser una parte del estudio de la Revolución Mexicana.

Será Ávila Camacho a quien le tocará zurcir aquellas desgarraduras que se habían dado a consecuencia de los distintos trazos que había tomado el movimiento. La capacidad conciliadora de aquel militar y último General en la presidencia fue impecable.

Pero si por algo habría que recordar a Elías Calles en su conmemoración fúnebre, es quizá por una actitud del sonorense recogida en aquellos días de poder y desencuentros.

Hasta el final de su vida combatió lo que él identificó como “las divisiones personalistas”, acentuando el interés en aquellos a quienes conocía muy bien, los emanados de aquella revuelta: “Militares viles, ambiciosos, venales y cobardes”.

No ahorró calificativos en la descripción, había que apartarlos del poder político.

A su sepelio asistió su viejo antagonista, José Vasconcelos; incluso hizo una guardia junto al general Joaquín Amaro, la nobleza fue patente.

En estos tiempos de fragmentaciones y polarización, donde se asoma la ambición y la baja calidad del oficialismo, quien irresponsablemente hincha a un Ejército insaciable alejándolo de su naturaleza -nada más hay que ver su pésima reacción y nula respuesta ante la sustracción de información vital-, evidenciando que lo suyo son los dineros, no el combate al crimen organizado ni la seguridad nacional.

Con todas las diferencias y a riesgo de perder la vida, aquellos revolucionarios evocados hoy, en años determinantes en nuestra vida política siempre se sostuvieron leales a sus proyectos y a la edificación de una nación devastada por la guerra: Elías Calles en la creación de instituciones por la vía civil, además de darle otro espacio al Ejército, nunca la política.

Vasconcelos desde la Secretaría de Educación, en la que plasmó un propósito que fue ruta durante décadas y hoy más vigente que nunca: “Una educación nacional, que propiciara las costuras entre las diferencias regionales e impidiera la supremacía de los orgullos provincianos y de campanario”. Ideas con las que Calles -a pesar de sus profundas diferencias-, como antiguo maestro de aula en Guaymas, concordaba.

Entre la arrogancia militar y la destrucción institucional que lleva a cabo este regimen nos llega la desafortunada expresión del secretario de Gobernación: Para él la inteligencia es producto de la geografía y es más listo quien no trabaja.

Y todavía se ostentan como simpatizantes de la Revolución.

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