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Un paso en la dirección correcta

Uno de los proyectos más ambiciosos y a la vez más necesarios de la investigación de nuestro pasado es el estudio de la literatura de nuestro país, desde principios del siglo XIX hasta nuestros días.

Uno de los proyectos más ambiciosos y a la vez más necesarios de la investigación de nuestro pasado es el estudio de la literatura de nuestro país, desde principios del siglo XIX hasta nuestros días. Se trata, nada menos, que comprender cómo ha ido evolucionando la literatura en México y cuáles han sido sus características emblemáticas en el transcurso de nuestra existencia como nación soberana, así como de sus aportaciones fundamentales para crear un espejo colectivo de nosotros mismos y que éste sea un retrato fiel de nuestro ser mexicano frente al mundo entero.

Cierto es que ha habido intentonas individuales (Alfonso Reyes, José Luis Martínez, Evodio Escalante, Christopher Domínguez) por relatar la historia de nuestras letras, sus autores y obras. Pero es obvio que, ante el alud de libros publicados en nuestro país en sus 210 años de vida nacional, para escribir tal historia se requiere de un trabajo de equipo y de una labor coordinada para abarcar sus aspectos más significativos, sus episodios más relevantes, sus movimientos más trascendentes y sus autores icónicos.

Semejante tarea ya es posible tenerla en nuestras manos gracias a la serie Historias de las literaturas en México, que tiene el propósito de reunir en seis tomos (tres que van de 1800 a 1911 y tres que van de 1900 a 2012), a “un centenar de académicos, investigadores y profesores, con el fin de contribuir a la tradición de historias sobre la literatura nacional realizadas en México.” Pero, como en el prólogo del primer tomo se precisa, aquí, en esta obra magna “se plantea dar una visión global que explique momentos específicos del desarrollo de nuestro sistema literario.” Por ello, las contribuciones que en esta colección aparecen “no se caracterizan por tener un mismo marco teórico o conceptual; a pesar de tener una visión compartida del hecho literario, cada uno de los colaboradores siguió la ruta que su objeto de estudio le exigía y es ahí precisamente donde creemos radica su riqueza.”

De ahí que esta investigación colectiva, esta reunión de ensayos no se dedique sólo a estudiar autores y obras literarias sino el campo social que rodea a este acto creativo, como son librerías, periódicos, bibliotecas, asociaciones, tertulias y tantas otras actividades que involucran la creación como la difusión de las literaturas (popular o culta, esteticista o política, urbana o provinciana, adulta o infantil, educativa o placentera) que en México se han dado y cómo estas han influido en nuestra prosperidad cultural y en su trascendencia más allá de nuestras fronteras.

Vuelvo al prólogo: “Apostamos por hacer una historia incluyente, que tome en cuenta la diversidad de las producciones literarias en nuestro país.” Sin embargo, aunque hay muchos autores que en estos seis tomos lo intentan y lo logran, no siempre es así y como dice Mónica Quijano, la coordinadora general de esta obra publicada por la UNAM desde 2018 en adelante, “si bien se intentó proponer una historia que abarcara las distintas regiones que componen el territorio nacional, el balance final nos lleva de nuevo a una historia literaria ubicada, principalmente, en el centro del país y alrededor de los núcleos urbanos. Esta distribución geográfica da cuenta, en el fondo, de un orden cultural del que no pudimos salir.” Se agradece la honestidad de sus palabras. Y más cuando ella misma reconoce otros faltantes como fue “la literatura producida en otras lenguas, principalmente en las lenguas originales”, lo que nos recuerda que ignoramos aún si hay obras literarias escritas por autores de las comunidades chinas, japonesas, judías en sus propios idiomas en nuestro país, por ejemplo.

Hay que reconocer que esta obra es una apertura bienvenida, pero insuficiente, al estudio de nuestras literaturas. En pleno siglo XXI, a 200 años de nuestra independencia, aún no contamos, ni siquiera en el espacio académico, con una visión que escape del centralismo reinante en nuestra cultura, que se aventure más allá de las limitaciones geográficas, de las preferencias territoriales, para derribar la narrativa piramidal que aun pesa en estos menesteres. ¿Cómo lograrlo entonces? Tal vez haciendo lo que hizo Juan José de Eguiara y Eguren, que publicó la Bibliotheca Mexicana en 1755 y gracias a una vasta red de colaboradores que lo apoyó con eficiente entusiasmo y generosidad. Lo mismo se requiere ahora para escribir una historia realmente nacional de la literatura nacional. Esta colección de seis tomos es un agradecible primer paso en tal dirección. Faltan, por supuesto, muchos pasos más.

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