Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna Tijuana

Ricos y pobres

“Acúsome, padre, de que soy un cabrón”. Eso le dijo el penitente al curita  joven en el confesonario. “No eres el único, hijo -le indicó el sacerdote-.

“Acúsome, padre, de que soy un cabrón”. Eso le dijo el penitente al curita joven en el confesonario. “No eres el único, hijo -le indicó el sacerdote-. El mundo está lleno de cabrones, si me es permitido expresarme así al impartir el vivificante sacramento de la reconciliación. Tantos hay, y tan ubicuos y mal intencionados, que para prevenir sus asechanzas es necesario ser un poco igual que ellos.

Mi abuelo materno, que hace años se fue al Cielo (mi abuela dice que a otra parte), solía recitar una piadosa oración a ese propósito: ‘Santo señor San Alejo: te pido con devoción que me quites lo pendejo y me aumentes lo cabrón’”.

“Eso está muy bien, padre -admitió el penitente-, pero yo soy cabrón en la acepción segunda que registra el diccionario de la Academia. Esa definición parece referirse a mí: ‘Cabrón. Se dice del hombre al que su mujer es infiel, y en especial si lo consiente’. Yo soy así, padre. Mi esposa, que es mujer en flor de edad, dueña de exuberantes prendas físicas, libidinosa, ardiente, y una maestra eximia en artes de colchón, me pone el cuerno con el primer hombre que se le presenta, y yo nada hago para frenar sus desenfrenos”.

“Entiendo, hijo -repuso el sacerdote al tiempo que miraba su reloj-. Pero advierto que se me ha acabado el tiempo. Debo salir corriendo al Obispado. Ya no puedo ni siquiera darte la absolución. Iré a dártela a tu casa. Dime: ¿cuál es tu dirección?”. “Padre -contestó el tipo en tono de reproche-. Soy cabrón, pero pendejo no”.

Tessagy Agetro, uno de los pensadores más lúcidos en la Europa actual, tiene una teoría que seguramente no compartirán los turiferarios de la 4T, pero que es aplicable al México de nuestros días. Afirma el conocido politólogo: “Para que haya menos pobres se debe propiciar que haya más ricos. La riqueza genera siempre más riqueza, en tanto que la pobreza es infecunda por sí misma, y sólo engendra más pobres. El problema de algunos países de América Latina es que su tradición religiosa ve en el dinero ‘el estiércol del diablo’.

La riqueza es vista ahí con hostilidad, y quienes la poseen son hostigados, y aun a veces perseguidos. Contrariamente, en las naciones de raíz nórdica, germana o anglosajona, la riqueza se ve como una bendición que Dios envía al hombre como premio a su trabajo. Cuando a los pobres se les considera a todos buenos por el solo hecho de ser pobres, y a todos los ricos se les juzga malos por el solo hecho de ser ricos, se están abriendo las puertas a una mayor pobreza.

Acabemos con los pobres creando oportunidades para que se hagan ricos”. Difícil será que ideas así sean aceptadas por un régimen cuyo Presidente exhorta a los ciudadanos a tener un solo par de zapatos como medio para ser felices. Parece querer decir: “Sigamos siendo pobres”.

En cambio yo suscribo todo lo anterior, con una salvedad: no sé qué quiere decir “turiferarios”. Un hombre de la ciudad se propuso huir del mundanal ruido, y a tal fin adquirió una finca rural. Oyó decir que para los trabajos de la granja necesitaría una mula, y le compró la suya a un campesino. Por desgracia la maldecida bestia le salió díscola y perezosa. La llevó de regreso al vendedor.

Le dijo: “La mula no quiere caminar”. El campesino le gritó a su esposa: “¡Antelma! ¡Trae un chile de árbol de los que estás asando en el comal!”. Lo trajo la mujer, y el ranchero lo introdujo en la parte trasera de la mula. Al sentir ese urticante estímulo la rejega acémila escapó a todo galope dando de respingos. “¡Madre mía! -exclamó consternado el citadino-. Y ahora ¿cómo la podré alcanzar?”. Volvió a gritar el campesino: “¡Antelma!”. FIN..

En esta nota