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Por el derecho a marchar

El pasado domingo 5 de mayo convocados por la organización “Chalecos México” y algunos personajes públicos, salieron a marchar en la Ciudad de México y algunas otras ciudades del país para protestar contra el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. “Así no AMLO”, “Fuera el Socialismo” o “Renuncia AMLO”, fueron algunas de las consignas lanzadas por los manifestantes.

Se trata de la segunda marcha convocada para protestar contra López Obrador en lo que va de su joven gobierno. La primera de las marchas fifís tuvo lugar antes de su toma de posesión, el 11 de noviembre pasado. En aquella ocasión se trataba de protestar por la cancelación del NAICM (Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México), que había sido propuesta reiterada de campaña. Esta segunda ocasión, como vimos, las demandas se ampliaron hasta pedir la renuncia del presidente.

En México tenemos una larga tradición de protestas y de marchas. En buena medida la izquierda se forjó en la movilización. En los tiempos del régimen autoritario, salir a protestar implicaba un riesgo muy alto de represión. Muchos no recuerdan pero el Zócalo de la Ciudad de México estuvo vedado para las manifestaciones desde 1968 hasta el 19 de junio de 1982, cuando fue bautizado como el “Zócalo Rojo”, en una multitudinaria marcha convocada por el candidato presidencial del PSUM (Partido Socialista Unificado de México), Arnaldo Martínez Verdugo. A esa magna manifestación se le llamó la “Marcha por la democracia”. Quienes participamos aquella tarde difícilmente podemos olvidar las luchas por la democratización del país que culminaron en la transición política que permitió la alternancia en el poder, pese a los obstáculos y las resistencias. Un régimen autoritario y corrupto que no ha logrado ser desmontado por la vía electoral y que requiere una profunda transformación de nuestra cultura política.

Lo que vimos este domingo en la más grande las de las manifestaciones fifís (los cálculos más optimistas hablan de 12 mil personas), nada tiene que ver con las manifestaciones contra el autoritarismo o por la construcción de la democracia. Su naturaleza es distinta. Es contra las políticas de un gobierno que apenas cumple cinco meses y que para estos sectores sociales no representa sus intereses. No se trata de construir ciudadanía, como tanto lo pregonan, sino de luchar por intereses de las clases siempre beneficiadas.

Por eso las marchas fifís son profundamente clasisitas, racistas y reaccionarias. Son clasistas porque reivindican privilegios para las clases propietarias y expresan el temor por lo que piensan pueden perder bajo el “gobierno populista de López”. No por lo que han perdido, sino por lo que pueden dejar de ganar con la erradicación de la corrupción y los negocios con el gobierno.

Son profundamente racistas, pues no solo increpan a los periodistas que no tienen la tez blanca como ellos (le dicen a un periodista que se parece a Gribrán Ramírez), sino que un empresario que orgullosamente se ufana de ser el creador de una manta (que obvio cargan sus empleados) y de una teoría racista: “Los que votaron por AMLO tienen el cerebro más chiquito”. Es más dice que “sus obreros” son de “cerebro pequeño”, pues “no han aprendido a ejercitarlo” “y es que el cerebro es un músculo que lo debes ejercitar para que se fortalezca como el mío, por eso soy muy exitoso”, no así el de sus empleados.

Y la marcha fifí es reaccionaria: lo que busca es que nada cambie para poder seguir enriqueciéndose con la corrupción y haciendo negocios con los gobiernos, “como antes”. Bienvenidas las marchas y las manifestaciones. Es un derecho político en toda democracia; pero además nos permiten dimensionar los intereses de quienes las convocan y asisten a ellas. La marcha fifí fue muy transparente: nos permitió asomarnos a las reivindicaciones de la derecha radical mexicana.

*El autor es Director del Departamento de Estudios de Administración Pública de El Colegio de la Frontera Norte.