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Malvivientes

En sentido estricto al término corromper se le relaciona con toda acción que altera o pervierte determinada cosa mientras, del vocablo corromperse... 

En sentido estricto al término corromper se le relaciona con toda acción que altera o pervierte determinada cosa mientras, del vocablo corromperse, vendrá el efecto motivado por las dádivas u obsequios pactados los que asociadas ambas expresiones (corromper y corromperse) gratifican, o permiten, la sobre conocida corrupción con su ancho universo de atropellos, engaños e injusticias amparadas por una impresionante pero prevista trama de impunidad que, aparte de ignorar lo delictivo, enmascara los agravios convirtiéndolos en cosa inexpugnable si es que no presenta al señalado de inmoral en ciudadano ejemplar traperamente calumniado a quien la “justicia” permite contra demandar “por daño moral”.

Cimentada la corrupción sobre infranqueable muro; lo más natural advierte que a todo corruptor corresponde un corrupto pues de lo contrario la acción del primero no tendría efecto sobre el segundo, de suerte que uno sin el otro, más allá de la manifiesta tentación, no sería exitosa lo que impone cautela, cierta desvergüenza o total descaro al depender de quienes estén en el reparto del botín puesto que a más del beneficio en juego a los encumbrados se les trata de “acuerdo al sapo es la pedrada”.

Naturalmente y de manera inevitable cualquier acto de corrupción, no importa el infeccioso volumen, se ciñe a un conjunto de reglas no escritas o de valores entendidos que por sí mismos tienden a propagarse hasta esferas tuteladas por funcionarios, no responsables directos de otorgar el “favor gestionado” pero que, al interior de la intrincada perversidad forman parte de la mediación para, llegado el momento respaldar el suministro requerido a cambio del moche o sablazo donde, la compra del silencio de la corrupción, aconseja no dejar cabo suelto alguno: Regla de oro mafiosa que amenaza a cualquier delator con sufrir las consecuencias por ingrato.

Desde otra faceta; sobra especificar que para la estafa y sus agentes nunca será artículo de fe el verse reducidos, ceñidos a la exclusiva prerrogativa económica ya que los espacios políticos correspondientes, con igual tenacidad a los que brindan riqueza, representan un grandioso filón del cual se sirven los vividores para conducir el gobierno y los aparatos del poder en conveniencia a los intereses establecidos que, no sobra repetir, se ajustan a múltiples quebrantos del patrimonio territorial, el erario, la propiedad comunitaria y riqueza nacional del origen malnacido de las grandes fortunas acumuladas por una minoría rapaz.

Ejemplos fundados de lo dado a cuenta abruman, sin embargo, un botón de muestra ahora mismo lo viven los inmolados bajacalifornianos, víctimas de una secta gobernante tenedora de referencias personales, políticas, partidistas, éticas y morales tóxicas e ínfimas al encarnar una mezcla autoritaria, corrupta y de vuelos regresivos impulsados, entre otros allanamientos, por la llamada Ley Bonilla y actuación de congresistas locales sumados al silencio de timoratos “legisladores” federales.

Por supuesto, en el retrógrado laberinto politiquero de Baja California la denuncia y resistencia popular contuvo, junto con la SCJN, a los malvivientes pues dicha conjura no obedeció a convicción alguna sino a codicias corruptas…

* El autor es diplomado en Periodismo por la UABC

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