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La lucha periodística de antaño

Para Baja California, desde los primeros periódicos y revistas, la misión de la prensa no era criticar los actos de gobierno sino servir como instrumentos oficiales de propaganda.

Para Baja California, desde los primeros periódicos y revistas, la misión de la prensa no era criticar los actos de gobierno sino servir como instrumentos oficiales de propaganda, como aliados del régimen en turno para mantener el orden público, la paz social. En los tiempos porfiristas y más allá, en el gobierno de Esteban Cantú (1915-1920), los periódicos sólo funcionan para dar noticias benévolas y asegurar a la población que todo está seguro y en buenas manos. Ya sea El Progresista (1903-1904) en la época de Celso Vega en Ensenada o La Vanguardia (1917-1920) en la época de Cantú, la prensa es pura alabanza al gobernador en turno. Si alguien criticaba al coronel era segura la persecución en su contra, como le sucede al periódico ensenadense El Demócrata del norte, que dirige David Zárate y que debe capotear el temporal ante las amenazas recibidas por autoridades militares y civiles afines al cantuísmo. Pero con la llegada, en 1920, de la Revolución Mexicana a la entidad, la democracia explota con multitud de partidos y con multitud de órganos periodísticos que se pelean entre sí, que no se cansan de señalar los males que experimentan los bajacalifornianos. La relación del régimen de Abelardo L. Rodríguez (1923-1929) con la prensa, como la de muchos otros gobernantes bajacalifornianos, se define por episodios claves que son, casi siempre de violencia física contra los periodistas. Tales episodios marcan al gobernante en turno y opacan cualquier otro aspecto de su trato con la prensa. Rodríguez no va a ser la excepción. Los encarcelamientos de periodistas van a estar al orden del día. En muchas ocasiones, por el carácter tendencioso y personalista de las críticas, el gobierno o los funcionarios públicos, en su carácter de particulares, responden a estos “ataques” con la agresión física (golpes, balazos, improperios, quema de talleres de imprenta o de la propia casa de los periodistas) para defender su honor. Y en esta época anterior a la Segunda Guerra Mundial, el honor pesa más que nunca y es sustento de reacciones impulsivas que terminan en zafarranchos en plena plaza pública o en denuncias por difamación contra los periodistas, los cuales acaban, más temprano que tarde, por caer en la cárcel y pasar una temporada fuera de circulación. La lucidez, la mente fría, la tolerancia con respecto al otro no parecen ser atributos ni de los periodistas ni de los funcionarios públicos de la primera mitad del siglo XX. Lo personal se mezcla con lo informativo y produce explosiones temperamentales, tremendos fuegos de artificio. Y es que la violencia revolucionaria ya ha bajado del caballo, pero aún usa pistola y tira a matar. El ejemplo mayor lo podemos ver en el propio general Rodríguez, pues su gobierno, como lo señala Pedro F. Pérez y Ramírez, mejor conocido como Peritus, “fue el que mayores dificultades tuvo con los periodistas, sin que olvidemos el clima violento en que le tocó actuar cuando todavía no se consolidaba la paz en la república, osando él mismo castigar con su propia mano a algunos de ellos o bien por medio de ayudantes y aduladores, sin que faltara la persecución y el destierro para otros. Hubo también buen número de periodistas afines a su política”. Pero el episodio que establece la leyenda del general Rodríguez como golpeador de periodistas nace en su primer año de gobierno, en la noche del jueves 11 de septiembre de 1924 para ser precisos, cuando el general Rodríguez, enojado por los señalamientos que se hacen a su gobierno, golpea a los periodistas José Cayetano Zepeda y José Esperón, director del periódico “El Eco del Distrito Norte” y el segundo de “El Monitor”, en la cantina cabaret El Molino Rojo. Este hecho, que muchos historiadores pasan por alto, es un ejemplo, entre muchos otros, de la forma en que reaccionaban las autoridades del entonces Distrito Norte de la Baja California a las críticas que se hacían, desde la prensa libre (que en nuestra entidad siempre ha habido) a la hora de decir lo que funciona y lo que no en la administración pública. Pero las respuestas a tales críticas van desde la mostrada por Rodríguez y su cobarde ataque físico contra dos periodistas veraces, hasta el asesinato en plena vía pública de periodistas independientes, como sucedería décadas más tarde, ya siendo Baja California estado libre y soberano. Esa historia de la prensa, que se escribió con sangre y valentía, no hay que olvidarla. Nunca. Jamás. *- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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