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El regreso a la normalidad democrática

Durante los últimos cuatro años de gobierno de Donald Trump, los Estados Unidos vivieron un proceso traumático y parecido a los episodios propios de la guerra civil, en donde prevaleció el enfrentamiento y la división política.

Durante los últimos cuatro años de gobierno de Donald Trump, los Estados Unidos vivieron un proceso traumático y parecido a los episodios propios de la guerra civil, en donde prevaleció el enfrentamiento y la división política.

Trump ascendió al poder o a la presidencia de ese país apoyándose en varios factores, pero entre ellos hubo uno que influyó de manera determinante en amplios núcleos de la población norteamericana: la percepción de una clase política gobernante corrompida y un sistema democrático anquilosado en manos de unos cuantos privilegiados.

Algunos autores le han llamado a este fenómeno como la crisis de la “democracia liberal”, que se ha extendido a nivel mundial durante los últimos 20 o 30 años, y en la que sobresalen como rasgos emblemáticos la crisis de los partidos políticos, la falta de representación de los mismos, la baja participación electoral y, aunque no se exprese así, una especie de “rutinización” de la vida política.

Hace poco nadie pensaba que en Estados Unidos, considerado como la democracia más consolidada y más estable del mundo, iba a irrumpir un personaje tan estrambótico como Trump que se propusiera hacer pedazos los cimientos de esa democracia, basándose para ello en la promoción del odio y la división política y racial, así como en la adopción de un conjunto de medidas y políticas agresivas contra la migración y contra las principales reglas de la democracia.

Un libro que explica el ascenso de Trump es “Cómo mueren las democracias” de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en el que muestran cómo a diferencia de los tradicionales golpes de Estado que destruyen un régimen político, aquí, bajo esta nueva modalidad, el desmantelamiento de la democracia es paulatino e imperceptible para muchos ciudadanos porque de alguna manera el resto de las instituciones siguen funcionado.

Sigue habiendo elecciones, el Congreso sigue operando y la prensa independiente sigue publicándose, etcétera, pero bajo esta aparente normalidad la democracia empieza a vivir un proceso de erosión y desmantelamiento mediante varios procedimientos, como son la cooptación de los árbitros, el control del sistema judicial y de los organismos que velan por el cumplimiento de la ley, de los organismos reguladores y de control tributario, entre otros más.

Es decir, en sustitución de la “vieja democracia” y de sus mecanismos anquilosados, se va imponiendo un gobierno autocrático, que se sostiene en una política de intimidación y agresión hacia los oponentes y hacia los medios de comunicación, se basa en la calumnia, la difamación, en la mentira y la distorsión de los hechos o de la realidad.

Por eso el significado más importante del triunfo de Joe Biden es la recuperación de la democracia y la vuelta a los valores que Trump torpedeó, como son la pluralidad política, la diversidad social y étnica, el reconocimiento a las mujeres y a las llamadas “minorías”, la vuelta a la libertad y la verdad basada en el conocimiento.

Dos enseñanzas fundamentales obtuvieron los estadounidenses de este periodo traumático, o por lo menos una parte de ellos: la primera, como lo expresó el nuevo mandatario, es que “la democracia es frágil”, aunque en este caso ha prevalecido. La debilidad de la democracia permitió que llegara un individuo como Trump, pero, esa misma democracia, terminó por expulsarlo y rechazarlo.

La segunda enseñanza, que debería servir no sólo para Norteamérica sino para todo el mundo, es que un país o un gobierno no pueden basar su grandeza y su poderío a partir de eliminar a los otros, sobre la base de dividir a la sociedad, o de exacerbar las diferencias sociales o políticas generando y retroalimentando una polarización que en cualquier momento puede desembocar en la violencia.

El proceso de reconstitución no será fácil para Biden. Trump destrozó al país y profundizó sus viejas heridas, algunas históricas como el racismo y la segregación por los mismos motivos; reactivó una vertiente terrible y antagónica para la civilidad política y social como es la “supremacía blanca”, atizó el fanatismo e hizo viable el camino de la violencia y el uso de las armas.

Las primeras medidas de Biden anuncian una restauración inmediata de la democracia y un reconocimiento de la multiculturalidad de la sociedad estadounidense, pero todo eso no será suficiente si no hay una reactualización del viejo modelo de su democracia. Trump fue derrotado, pero las pulsiones autoritarias y violentas están anidadas en muchos sectores de la sociedad.

México debería voltear a ver esta experiencia porque AMLO tuvo muchas coincidencias con Trump. Y porque, a partir de ahora, cambiarán las coordenadas políticas.

*El autor es analista político.

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