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El golpe de Trump

Desde 2016 era muy predecible que la presidencia de Donald Trump iba a terminar maly en medio de acciones violentas, tal y como estamos viendo. Una imagen inédita para los Estados Unidos contemporáneo.

Desde 2016 era muy predecible que la presidencia de Donald Trump iba a terminar maly en medio de acciones violentas, tal y como estamos viendo. Una imagen inédita para los Estados Unidos contemporáneo.

Un presidente que llama a la insurrección y convoca a la turba para negarse a reconocer su derrota electoral.

Para entender este fenómeno hay que reconstruir cómo surge Trump y gana la presidencia hace cuatro años. Trump es el resultado de un sistema político que fue perdiendo credibilidad desde hace años, pero sobre todo y como parte de ese mismo sistema, la clase política tradicional alcanzó un gran desprestigio, mostrando un establishment agotado y disfuncional para los nuevos tiempos.

Trump irrumpió en este contexto con la promesa de recuperar la grandeza de Estados Unidos, desplazar a la vieja clase política y cambiar las condiciones de algunos grupos sociales que se han sentido excluidos en las últimas décadas. Su perfil es el de un empresario multimillonario que dice querer gobernar para el pueblo y recuperar el sueño estadounidense.

Durante sus primeros pasos adoptó un discurso inédito, con ingredientes de cambio y tendiente a construir un nuevo orden social, generando una gran oleada de simpatías en algunos sectores de la población. Sin embargo, no tuvo que pasar mucho tiempo para descubrir que su visión del cambio se basaba en el odio y el rechazo hacia los negros, hacia los migrantes y hacia las mujeres en general.

Más que un movimiento de cambio y de régimen político en Estados Unidos, el trumpismo recogió las visiones e ideologías que han alimentado el racismo y la xenofobia en aquel país, reviviendo a grupos y corrientes ultra fanáticas y supremacistas como el Ku Klux Klan que han teñido de sombras la historia de Norteamérica, entre otros muchos grupos fundamentalistas.

A partir de ahí, Trump se convirtió en una amenaza para la democracia y para los Estados Unidos. Su método principal de actuación e intervención se fincó en la violencia, la destrucción y el rompimiento, la polarización y la división social y política de la población, el odio y la demolición, literal, de las bases en las que se sustenta la democracia política.

Lo que sucedió en el Capitolio el miércoles pasado, ejemplifica muy claramente lo que es y ha sido Trump durante todo este tiempo, especialmente después de pasadas las elecciones a las que calificó, sin prueba alguna, como fraudulentas.

Pero además de la violencia sistemática, que en sí misma ya es reprobable, Trump recurrió a un conjunto de mecanismos que más que formar parte de la política son propios de un psicópata, como son el maniqueísmo, la confusión, la negación o la tergiversación de los hechos, el insulto, la calumnia, la divulgación de información falsa, el ataque a los medios de comunicación y la negación de la ciencia.

Es decir, algo muy importante para muchos que simpatizan con Trump o con gobiernos cuyas prácticas son parecidas: no se puede cambiar un régimen o un sistema político, por más que ya no funcione o esté en crisis, dinamitando sus bases u organizando una revuelta política basada en la rabia y el fanatismo, sin tener un proyecto o una propuesta realizable de cambios más profundos.

Que es en realidad lo único que hizo Trump y sus seguidores, que actuaron y se movieron siempre sin un proyecto de cambio político, usando la violencia y el odio como elementos de movilización y polarización para ganar ventaja en un clima de enfrentamiento y desestabilización política.

Trump siempre representó, en realidad, la faz de un viejo autoritarismo y conservadurismo disfrazado de cambios para el pueblo. El nuevo rostro del fascismo y el pensamiento retardatario, vendido como una ilusión de grandeza en una época de decadencia y desigualdad.

Una salida falsa en un contexto de una democracia liberal cuyo engranaje se ha atascado y sus piezas como los partidos políticos, el parlamento, las elecciones, el voto, etcétera, han caído en el descrédito, haciendo creer a una población numerosa que la vía para salir de todo esto son los líderes ultra poderosos, mesiánicos, que prometen etapas de cambio sin precedentes.

Pero, como lo estamos viendo con Trump y con otras experiencia tanto en Europa como en América Latina, estas falsas salidas pueden terminar en tragedias y en mayores costos sociales y políticos. México debería tomar nota de la experiencia de Trump, porque la ruta adoptada es muy parecida en casi todos sus referentes. El populismo de izquierda o de derecha es una falsa alternativa.

*El autor es analista político

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