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Crimen y pobreza

Como si fuera un “corte de caja” realizado al cierre de las diarias actividades de cualquier abarrote; los organismos militares y policiacos responsables de combatir la delincuencia llevan a cabo, en similitud al abarrotero, un inventario sobre las muertes.

Como si fuera un “corte de caja” realizado al cierre de las diarias actividades de cualquier abarrote; los organismos militares y policiacos responsables de combatir la delincuencia llevan a cabo, en similitud al abarrotero, un inventario sobre las muertes provocadas a causa del enfrentamiento entre bandas rivales, accionar de las fuerzas de seguridad o de transeúntes víctimas de fuego cruzado. Crímenes, en suma, que ya fueron reseñados con puntualidad u omitidos por así convenir a las autoridades en las últimas dos décadas, año tras año, la tasa de seres humanos sacrificados o lisiados no se interrumpe, al revés, su aterrador desenlace persiste e incrementa.

La expansión de la criminalidad se diga y haga hasta lo inaudito por parte de los tres niveles de gobierno evidencia, no obstante los recursos humanos y materiales aplicados, un categórico descalabro y contumaz derrota de la fuerza pública frente a la delincuencia de altos vuelos estimada, no tanto por los elementos policiacos y militares caídos en comparación a la inmensa mayoría de transgresores, sino por la funesta devastación ocasionada a la sociedad, que más allá del terror se sustenta en el corretaje de estupefacientes, blanqueo de dinero, adicciones, corrupción de funcionarios, etc.; sino también por la descarada intervención del llamado crimen organizado en asuntos políticos-electorales o colocación de sus cómplices en puestos gubernamentales. Una estrategia anticrimen que se supone no ha dado tregua a los vulneradores por medio de acuerdos con Washington, uso de tecnología sofisticada o profesionalización de agentes que fatigas y bríos al margen, el resumen habla de una ofensiva y defensiva estatal inútil o fallida aun cuando la susodicha guerra se ha visto, de 15 años atrás, engrosada por el ejército y la marina con tanto empeño que la 4T, en particular, revivió una esperanza de paz al advertir que la inseguridad existente era causa y efecto de la “corrupción heredada”.

Pero, a pesar de los buenos deseos, ya desfiló la mitad del sexenio “transformador” y la parte relacionada con la zona de guerra presenta un escenario igual o peor a lo conocido donde, como componente novedoso, organismos prestigiosos ajenos al gobierno (ONG) han expuesto el drama en atención a miles de niños, entre 12 y 15 años de edad, que forzados o por propia voluntad son reclutados por el crimen organizado los que una vez enrolados, disciplinados y adiestrados en el manejo de armas inician su carrera de sicarios, de mercenarios a quienes las fuentes antes aludidas llaman “carne de cañón”.

En el mismo derrotero; las mismas fuentes refieren que solo en 2020 fueron enganchados más de 40 mil chamacos revelándose, sin más, el por qué muchas de las ejecuciones perpetradas provienen del gatillo de homicidas menores de edad, pero ¿De dónde se abastecen las mafias para dicho fin? La réplica no puede ser más contundente y acusadora: Los gatilleros provienen en su mayoría de hogares pobres del campo persuadidos de poder aliviar, a través de sembrar la muerte, las perdurables carencias familiares terriblemente sufridas y padecidas…

*- El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.

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