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Baja California: una historia real

Los bajacalifornianos somos muy dados a hablar de nuestra entidad como un estado joven, dinámico, siempre dispuesto a encarar el futuro más como una oportunidad que como un reto.

Los bajacalifornianos somos muy dados a hablar de nuestra entidad como un estado joven, dinámico, siempre dispuesto a encarar el futuro más como una oportunidad que como un reto. Esto nos hace ver el mundo desde el presente y, a veces, olvidar bajo qué condiciones fue puesta en pie la Baja California que hoy compartimos, con tanto empuje y entusiasmo, y cuál fue el costo de tal hazaña.

Porque sí, en verdad, somos una sociedad joven, que cuenta apenas con unas pocas generaciones de bajacalifornianos en nuestro pasado reciente. Pero esas pocas generaciones no sólo construyeron la entidad que hoy disfrutamos, las instituciones que hoy atienden nuestras necesidades sociales, políticas, educativas o culturales, sino que lo hicieron en condiciones precarias, enfrentando las inclemencias climáticas y la lejanía con el resto del país. Y a pesar de todo eso, hicieron de las dunas, vergeles, de ranchos pobres, ciudades en pleno desarrollo.

Pero esa no es, necesariamente, la historia de Baja California de la que se pretende hablar aquí. Gestas y hazañas desde luego que están presentes en nuestro pasado, pero nuestros historiadores prefieren quedarse en este espacio confortable que explorar nuestros conflictos y enfrentamientos, es decir, le sacan la vuelta a los asuntos más oscuros, menos celebratorios de nuestra entidad en el curso de su evolución como sociedad: escándalos y leyendas, desastres y tragedias que han cimbrado a nuestra región en su transcurrir histórico, que han dejado su marca en nuestra sociedad como heridas sin curar, como cicatrices visibles que no siempre hemos vivido en armonía y tolerancia.

Los tratados de historia, en general, se han dedicado a glosar los actos de gobierno y las ceremonias cívicas, los momentos festivos y los acontecimientos protocolarios, olvidando muchas veces los claroscuros de una comunidad de frontera que ha tenido sus aciertos y errores, sus fortalezas y carencias según cada época y cada suceso vivido. Baja California no ha sido ni es el mejor de los mundos posibles, y sus habitantes no han sido, como cualquier otra sociedad, un dechado de virtudes y perfecciones. Aquí, en nuestra entidad, muchos relatos de nuestra vida comunitaria son un reflejo de las luces y las sombras de la condición humana, sí, y de las circunstancias de vivir en la línea fronteriza, en la periferia de México, transformando una entidad de isla imaginaria en comunidad en marcha. Y en ese avance han tenido lugar muchos siniestros y catástrofes, grandes conflictos y fricciones. Tales acontecimientos son los que no aparecen en las historias oficiales, donde muchos de nuestros cronistas se dan la vuelta, se muestran nerviosos, prefieren no decir las cosas por su nombre. Lo cierto es que los relatos criminales, escandalosos, que avergüenzan a propios y extraños, no podemos dejarlos ya de lado.

Si queremos hacer historia dejemos de ser hipócritas, dejemos de pensar en cuentos de hadas y aceptemos que el pasado es un horizonte en llamas que debemos afrontar con la verdad, con la honestidad, con la franqueza. Que es deber de cronistas e historiadores locales, si en realidad lo son, contar las historias que faltan por contarse de nosotros mismos, crónicas que revelan golpes y heridas, dolores y dolencias de la Baja California que entre todo hemos hecho, que entre todos cimentamos como realidad y leyenda, como mito y verdad, como misterio y escándalo. Una Baja California más auténtica que las historias oficiales porque no oculta lo que ha sido, porque no esconde cómo es. En suma, una Baja California como tesoro perdido por hallar, como secreto por descubrir: a la vista de todos.

Alguien me dirá de qué sucesos hablo y yo respondo: de todos. No sólo del exterminio de los indios nativos por los misioneros y colonizadores, sino de nuestra larga historia de represiones políticas contra los disidentes, de nuestras depredaciones contra el medio ambiente en nombre del progreso y la codicia comunitaria y empresarial. A estos relatos puede añadirse la industria del vicio que tantos dividendos dio a la entidad y que hizo que muchas de las familias de pedigrí fronterizo se hicieran de grandes fortunas como prestanombres de los gringos. De eso hablo. De una historia que es de emprendedores legales e ilegales, de gente que no se tentó el corazón para medrar desde el poder en turno. Si empezamos por esa historia, la oculta, la escondida, podremos comprender mejor cómo llegamos a la Baja California que hoy somos, a la vida social que es responsabilidad nuestra.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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