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1920-2020: conmemorando el centenario

Desde mi punto de vista, conmemorar centenarios es un ejercicio saludable de revisión histórica desde el presente tan fugaz, tan efímero en que vivimos.

Desde mi punto de vista, conmemorar centenarios es un ejercicio saludable de revisión histórica desde el presente tan fugaz, tan efímero en que vivimos.

Una revisión que puede ser de un acontecimiento general o de un tema específico, pero que nos proporciona una perspectiva ni demasiado corta de miras ni demasiado larga para la comprensión de tales hechos.

Cien años es tiempo suficiente para apreciar los cambios que han tenido lugar, es un periodo que nos permite evaluar lo acontecido sin que lo examinado se pierda en la bruma de los siglos ni sea algo tan reciente que aún nos duela lo que pasó en forma personal. Así podemos ver lo acontecido en un pueblo, en una sociedad, en una cultura con la suficiente distancia, pero sin que nos parezca ajeno a nuestra propia realidad actual.

Estudiemos, por un momento, el año de 1920 en sus tres niveles básicos: el mundial, el nacional y el local. En este año, el mundo acaba de salir de la Primera Guerra Mundial y está sufriendo los últimos coletazos de la gripe española que mató a millones de personas a lo largo del planeta.

Se inaugura una década desinhibida, glamorosa, llena de diversiones, faldas cortas y bandas de jazz y de fox trot que ponen a bailar a una juventud que quiere vivir sólo el aquí y el ahora después de la masacre que fue la contienda mundial en que muchos de ellos participaron. 1920 es también el año en que los movimientos nacionalistas proliferan desde China a Italia, desde la India a Japón, desde Alemania a Egipto.

Y, a la vez, en el arte las vanguardias siguen sacudiendo el campo de la cultura con nuevos ímpetus que claman por lo original, lo conceptual y lo abstracto, como el expresionismo, el dadaísmo y el futurismo ruso. En el mundo, el espíritu revolucionario de derechas e izquierdas está al orden del día y el arte se convierte en una trinchera política donde se defienden ideologías contrapuestas, donde se ataca lo antiguo, lo modoso, lo agradable para sustituirlo por lo novedoso, lo chocante, lo veraz.

En el plano nacional, la ala sonorense de la Revolución Mexicana llega al poder eliminando a su principal rival, Venustiano Carranza. Esto conduce a que la balanza revolucionaria se encamine hacia la izquierda con la incorporación de antiguos floresmagonistas como Antonio Villarreal. México entra a un periodo de menos sobresaltos (con asonadas militares.

Pero ya sin las grandes batallas de antaño) y con una sociedad que cada vez es más urbana que rural. La ciudad de México ya no es la ciudad de los palacios sino la urbe de los automóviles y los tranvías, de los murales nacionalistas en los edificios públicos y de las campañas educativas de José Vasconcelos. Pero la llegada de los sonorenses marca el fin de los caudillos regionales, especialmente del coronel Esteban Cantú en el Distrito Norte de la Baja California.

A Cantú no se le perdona haber sido parte del ejército porfirista y un militar del régimen usurpador de Victoriano Huerta. Los días de Cantú están contados en 1920 y en ese año sale al exilio, acabando así con la última isla porfirista en territorio nacional. Y esto hace que los gobiernos militares den paso a los gobiernos civiles, que Baja California se vuelva un hervidero de partidos políticos que representan no a un caudillo monolítico como Cantú, sino a los distintos sectores de la sociedad: obreros, campesinos, empleados públicos, grupos representativos. La democracia en pleno.

Ahora bien, en 2020 hay, en términos personales, una conmemoración que no quiero dejar pasar: el centenario del nacimiento de mi padre, Gabriel Trujillo Chacón. Hace 100 años nació en un pueblo de montaña en Michoacán. De joven fue músico y soldado en el ejército revolucionario bajo las órdenes del general Lázaro Cárdenas. En su adultez trabajó en la Compañía Mexicana de Aviación. Al casarse con mi madre, ambos decidieron venirse a vivir en Mexicali, donde vivió hasta su muerte, acaecida a los 64 años de edad, en 1984. Mi padre fue hijo de su siglo. Nació en un mundo rural, estudio la tecnología de su época (la radiotelegrafía) y terminó residiendo en la frontera norte mexicana. Hace 100 años que vino al mundo y con su remembranza quiero terminar este artículo. Hace 36 años que murió y sin embargo para mí sigue vivo. Conmemorar. Qué palabra tan intensa, tan dolorosa.

* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua

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