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Agobio

En mayor o menor medida, los padres siempre hemos tenido ciertas y muy tenebrosas preocupaciones respecto a nuestros hijos.

José Roberto  Vázquez

Por el derecho a la libertad de expresión.

En mayor o menor medida, los padres siempre hemos tenido ciertas y muy tenebrosas preocupaciones respecto a nuestros hijos. Con algunos de ellos, las incertidumbres son menores, pero como por obligación, tenemos uno o una en nuestra mente por su historial de conducta. En las tardes, cuando lo vemos muy ensimismado escogiendo la vestimenta apropiada, sabemos que saldrá a algún sitio esta noche. Desde ese momento comenzamos a preocuparnos por lo que pudiera sucederle. Siempre pensamos en lo peor, pero esas malas predicciones se fortalecen cada minuto, de cada hora, escuchando las sirenas de las patrullas municipales, mismas que, al parecer, no tienen otra actividad que estar sonando constantemente.

Los tiempos actuales son muy angustiosos. La frecuencia con la que escuchamos noticias fatales que involucran a jóvenes, es abrumadora. Nuestra juventud se enfrenta a situaciones mucho más riesgosas en la actualidad, que cuando nosotros éramos adolescentes. Las frases comunes de que podíamos andar caminando en las calles a cualesquier horas del día y la noche, son la pura y real verdad. Ahora, ni aún dentro de tu hogar, la escuela, la iglesia, los hospitales, los mercados, etcétera, son sitios de efectiva seguridad. No existen espacios libres de peligros. Estamos sobreviviendo en una sociedad dañada, peligrosa, poco solidaria y repleta de riesgos fatales para todos.

La descomposición social es un hecho en la actualidad. Familias enteras o alguno de sus miembros, participan en actividades delictivas menores o de altísimos riesgos. En todos los estratos sociales, en todos los niveles académicos, en las estructuras gubernamentales, en los colegios de profesionistas, y de manera increíble, en las áreas de sistema judicial preventivo, de investigación y el acusatorio, la delincuencia se ha afincado. Las complicidades, la corrupción y el crimen organizado, se han reforzado convirtiéndose en miembros de todas las instituciones gubernamentales. El sector privado tampoco se salva. Sobrevivimos en un mar de corrupción.

En estos momentos, en que estamos de lleno en el desarrollo de actividades de las campañas político-electorales, los candidatos a los diferentes puestos, no se comprometen de manera específica y directa, señalando, denunciando o exponiendo a los delincuentes que existen en sus zonas distritales. Hacer esta diferencia no les interesa, porque de una u otra manera, ya están tratando de hacer contacto con la delincuencia organizada y la libre, para establecer acuerdos de operación que les permita a ambos trabajar con confianza y de forma independiente.

En los ayuntamientos, los presidentes municipales cierran los ojos y los oídos a los problemas de la gente, y pasan el tiempo en ceremonias políticas en otras ciudades, dejando abandonada la suya; los síndicos procuradores, sin vergüenza y lejos de sus obligaciones, no cumplieron con sus promesas de campaña, dejaron en sana paz a los policías municipales sin investigarlos, ni denunciarlos penalmente, traicionando a los ciudadanos que tuvimos el valor de denunciar. No investigaron a los expresidentes, ni promovieron ni le dieron seguimiento a los que tenían demandas penales pero si se postularon y andan en campañas haciendo promesas que no piensan cumplir. Las sindicaturas procuradoras ni siquiera les llaman la atención a los policías municipales, como es su obligación, para que ya dejen de acosar, robar, morder y extorsionar a los automovilistas locales y del extranjero, que transitan por nuestras vialidades. La gobernadora ha cerrado los ojos y los oídos a las quejas claras de los ciudadanos, y sigue siendo carne de las fotografías y de las redes sociales que frecuenta, y por ese y otros motivos, no cumple sus obligaciones. En cuestiones de seguridad pública, no hemos descendido ni una rayita, continuamos sufriendo bajas ciudadanas, sin que no haya, siquiera, una condena fuerte contra los criminales.

Ningún candidato ofrece la seguridad de que va a cumplir sus promesas. Todos son toros pasados y los conocemos de sus anteriores administraciones. Aunque pierdan, salen ganando, con los recursos financieros que recibieron de nosotros. Lo insulso de sus campañas, la falsedad de sus promesas, las hipócritas sonrisas y la ansiedad con la cual actúan, para tratar de conseguir nuestro voto, es ridícula. Después del dos de junio, ni nos van a voltear a mirar, mucho menos nos van a saludar. Volveremos a ser los apestados de siempre. Vale.

*El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.

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