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A la Memoria de Jonathan Valenzuela

Cuando vi por primera vez el video donde está una persona golpeando implacablemente a Jonathan (joven tecatense de 17 años) tirado en el suelo sin poder defenderse, sentí una enorme frustración por no haber podido ayudarlo.

Por el derecho a la libertad de expresión.

Cuando vi por primera vez el video donde está una persona golpeando implacablemente a Jonathan (joven tecatense de 17 años) tirado en el suelo sin poder defenderse, sentí una enorme frustración por no haber podido ayudarlo. Esa impotencia la sentimos todos los ciudadanos al ser testigos de este indignante hecho delictivo. La saña con la cual golpeaba este abusivo sujeto, a quien había perdido la capacidad de defenderse, por los efectos de la golpiza recibida, lo muestran como una persona sin capacidad alguna de controlarse, sin ninguna consideración hacia su víctima, sino que, al contrario, parece que con cada golpe que le propinaba, se incrementaba su odio y menosprecio.

El ruido en el fondo del video es de gritos apoyando al golpeador y posterior asesino de Jonathan. Nadie interviene para detener el suplicio por el que está pasando este joven, y al contrario, se escuchan risas y gritos eufóricos. Alguien de entre los presentes le entrega, de manera subrepticia, un arma punzocortante y con ella, el agresor asesinó, inclementemente, a Jonathan.

Duele la abusiva actitud de quien ultimó al jovencito que asistió al evento con el fin de divertirse. Duele la indiferencia de los presentes que no reaccionan en su defensa, probablemente porque estaban bloqueados por el miedo, al ver la forma como lo ultimaban. Duele que las autoridades judiciales, encargadas de resolver este caso del cual tienen mucha información y videos, como para que se hagan las indagaciones pertinentes y se aprehenda a los delincuentes, no muevan un dedo para comenzar.

Duele la actitud de los padres del asesino y sus cómplices que, por dignidad y por justicia, deberían entregarlo ante las autoridades correspondientes. Duele la pasividad con la cual hemos recibido los tecatenses una noticia tan devastadora. Duele que nos quedemos impasibles, como si un viento maligno solo nos hubiera estremecido. La muerte de este inocente joven solo la hemos sumado al total de asesinatos y ajusticiamientos que padecemos.

Jonathan no solo fue tratado de manera injusta por sus amigos, sino que ahora la pasividad con la cual se le está dando trámite a su caso, indica que su crimen quedará impune como otros muchos. Afortunadamente, su mamá no está dispuesta a que todo quede enterrado en el olvido social y en el menosprecio oficial, de los encargados de investigar su caso. Crímenes de odio, de esta envergadura, deben ser perseguidos de manera implacable. No se le debe dar tregua al odio ni a las actitudes racistas de quienes prefieren la violencia contra cualquier actitud humana. Los tecatenses debemos solidarizarnos con la madre de Jonathan, pero también con la exigencia de fortalecer la búsqueda de la justicia y de la persecución de los violentos y asesinos. Nuestro apoyo hacia la familia de Jonathan puede significar, en un futuro, el fortalecimiento de las investigaciones de muchos ciudadanos agredidos por las fatalidades de este tipo. El asesinato de Jonathan es más un crimen de odio que un acto de violencia extrema. La forma como inicia la agresión y cómo se va desarrollando hasta que es eliminado, muestran la existencia de una tendencia hacia la resolución de las diferencias entre las personas, por medio de los asesinatos. Debemos parar el odio con la Ley. Vale

* El autor es Lic. En Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.

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