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Chicuarotes Dir. Gael García Bernal

Para su segundo largometraje como director, Gael García Bernal visita la otra cara de la moneda presentada en Déficit (2007), donde su foco eran los juniors capitalinos y su carencia de valores.

Para su segundo largometraje como director, Gael García Bernal visita la otra cara de la moneda presentada en Déficit (2007), donde su foco eran los juniors capitalinos y su carencia de valores.

En esta ocasión su lente se traslada a San Gregorio Atlapulco, pueblo de Xoxhimilco, para narrar una historia sobre sus habitantes, los chicuarotes (gentilicio de San Gregorio), y sus miserables vidas, que evidentemente, está más que inspirada en Los Olvidados de Buñuel (1950).

En la secuencia de entrada encontramos al Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal), una pareja de payasos que abordan un pesero para presentar una patética rutina que no recaba ni pesos, ni sonrisas de los pasajeros del transporte. Ante su fracaso, los compañeros recurren a su segunda estrategia para conseguir dinero, el asalto a mano armada. Corte a: Título de entrada.

En estos primeros minutos, además de presentar a sus protagonistas, su visión y perspectivas de vida, Bernal exhibe abiertamente un par de marcadas influencias. Por un lado está la sombra de Gónzalez Iñárritu, con quien debutó como actor cinematográfico en Amores Perros (2000) y cuya pesimista visión urbana es palpable. Por otro, la ubicua y clichetera introducción pop, tarantinesca, en que los personajes, que bien podrían haber sido interpretados por Bernal y Diego Luna hace dos décadas, corren por callejuelas después del atraco, a ritmo de un cóver en náhuatl de I Fought the Law en la voz de Natalia Lafourcade. Hipsterismo cinematográfico llevado al extremo.

Las experiencias del Cagalera y el Moloteco, atrapados en un microcosmos carente de toda esperanza u oportunidades, logran generar una sensación de incomodidad en el espectador que nace ante la realidad de un país hundido en su propio fango. Idea aquí plasmada visualmente a través de los canales de Xochimilco en que son zambullidos algunos personajes por sus propios errores y testarudez.

El mayor acierto en la dirección de Bernal, más allá del estilizado “naturalismo” en la cinematografía (cámara al hombro, luz natural, locaciones reales), radica en el uso de actores no profesionales (idea también prestada de Buñuel) y las actuaciones que logra exprimir de ellos, sin duda como resultado de sus 30 años de experiencia histriónica. Esta cualidad es destacable, y brinda a la cinta un elevado nivel de autenticidad, que desafortunadamente termina siendo desperdiciado en el tercer acto, con la aparición de Daniel Giménez Cacho (el Chillamil) en un tono más bien fársico, que acaba con toda semblanza de realismo.

De acuerdo a Augusto Mendoza, su guion rescata historias que escuchaba durante su infancia (siendo originario de Tulyehualco), sin embargo, la crudeza que intenta plasmar se descarrila en más de un par de escenas, en que las situaciones absurdas caen en la más barata de las comedias, recordando más a su trabajo en la familia P. Luche que a la realidad de la miseria xochimilquense. Esa mezcla mal lograda de humor y tragedia convierte el esfuerzo de la cinta en una píldora que por su mal gusto es difícil de tragar.

La intención es clara, retratar una verdad de nuestro país, que convive día a día con la fantasía de un (inexistente) país desarrollado, que habita en millones de cabezas que deambulan, inconscientes de lo que sucede a su alrededor. La misma realidad que exhibió Buñuel, con ojos externos y mayor crudeza y osadía, hace 69 años, abordando temas que no alcanzan a ser ni rosados por esta versión pop y diluida.

Quizá la gran aportación de Chicuarotes, a las óperas de miseria urbana, está en la creación de un protagonista, que, a pesar de ser víctima de su entorno escorial, es tan repulsivo e irredimible que se convierte en el único y verdadero antagonista.

En su pesimista coda, Bernal y Mendoza exponen que las únicas dos opciones, que ofrece el camino existente, conducen hacia un mismo infierno.

*El autor es editor y escritor en Sadhaka Studio.

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