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Un caso de apatía

El tío Sixto de la Peña, originario y vecino de Potrero de Ábrego, Municipio de Arteaga, Coahuila, era hombre de peregrinas ocurrencias. Solía comprar aguacates en Casillas, poblado ya en territorio de Nuevo León, y a los habitantes de esa congregación les vendía maíz. Cierto día llegó a buscarlo un aguacatero de Casillas. El hombre quería 50 kilos de maíz. El tío le pesó 50 kilos de mazorcas. “Aquí tienes” -le dijo entregándole el costal. “Oiga, tío -se desconcertó el comprador-. Me está pesando usté el maíz sin desgranar, con todo y olotes”. Le contestó don Sixto: “¿Y a poco cuándo tú me pesas los aguacates les sacas el hueso?”... Otra anécdota quiero recordar del tío, para fincar sobre ella mi comentario de hoy. En el Potrero hay mucha tierra de sembradura, pero falta el agua. Hacia el Oriente, en cambio, el cañón de la sierra se angosta, escasean las tierras de labor, pero empieza a brotar agua en abundancia, hasta en exceso si se toma en cuenta la poca tierra que ahí se puede cultivar. Los hombres del Potrero se apesaraban por eso. Les dijo el tío Sixto un día: “El problema se puede resolver. Basta mover un poco el eje de la Tierra para cambiar su inclinación. Así el agua ya no correría de poniente a oriente, sino al revés, y llegaría al Potrero en lugar de ir a perderse en el Golfo de México”. Preguntaron los hombres, recelosos: “Y eso, tío, ¿cómo se puede hacer?”. Les contestó don Sixto: “Yo ya les di la idea. Ustedes busquen la manera”. Andrés Manuel López Obrador, otro taimado socarrón, expone en su proyecto de Nación un plan seguro para salvar a México. Entre las cosas que sugiere hacer está aumentar el empleo, mejorar la distribución del ingreso, remediar la situación aflictiva de los pobres. Sin embargo hace lo mismo que el tío Sixto: Da la idea, pero no el modo de llevarla a cabo. También él nos está pesando las mazorcas con olote y todo... Sonriendo, el recién casado le dice a su flamante mujercita: “Y nunca me seas infiel, Susiflor, pues si me engañas me saldrán unos cuernos muy grandes y muy feos”. Semanas después la joven señora, muy nerviosa, recibió a su maridito en la puerta al regresar por la noche del trabajo. Lo vio, y una expresión de alivio asomó a su semblante. “¡Cómo eres mentirosillo, mi amor! -le dice jubilosa-. ¡No te salió nada!”... Sostenía Babalucas: “El sexo es hereditario: Si tus padres nunca hicieron el amor, lo más probable es que tú tampoco lo hagas nunca”... (La locura también es hereditaria. La heredas de tus hijos)... Simpliciano, joven inocente, casó con Florilí, muchacha tan ingenua y candorosa como él. Después de largo tiempo de casados fueron con un médico. “Doctor -le dice Simpliciano-. Llevamos ya nueve años de matrimonio y no hemos tenido familia. Nuestros amigos dicen que eso se debe a que no sabemos nada de sexo”. Pregunta el galeno: “¿Con qué frecuencia lo hacen?” Y dice desconcertado Simpliciano: “Hacemos ¿qué?”... A esa muchacha la apodan “El semáforo”. Después de las 12 de la noche ya nadie la respeta... Un viajero llegó a un pequeño pueblo. Pregunta en la única tienda del poblado: “¿Hay aquí un abogado criminal?” Responde el encargado: “Creemos que sí, pero nunca se le ha podido probar nada”... Ovonio Grandbolier, el hombre más flojo del condado, tenía ya seis días en la cama. Su esposa, preocupada, llamó al médico. Después de examinar a Ovonio le dice el facultativo a la señora: “No hay nada que pueda hacer yo por su marido. Es un típico caso de apatía, abulia e inercia voluntaria”. “¡Mire, doctor! -se consterna ella-. ¡Y yo que todos estos años he estado diciendo que es un güevón!”... FIN. El autor es licenciado en Derecho, en Pedagogía y en Lengua y Literatura Españolas.

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