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El Imparcial / Policiaca / Mafia

"Hay de dos: O me agarran o me matan"

De pronto el corazón de "Daniel" se revolucionó casi en la misma intensidad que el motor de la "troca" en que viajaban aquel día. Su piel se erizó al máximo y el instinto lo llevó a disparar su metralleta. No pudo pensar.

En una brecha polvorienta que conduce a un rancho ubicado en el desierto sonorense, un vehículo militar topó de frente a los criminales. Una de las balas que salió del arma del muchacho hirió gravemente a uno de los oficiales de la Milicia.

El joven, a sus escasos 15 años de edad, estaba metido en la mafia hasta el cuello. En el momento en que disparó, cruzó la delgada línea entre lo que es un delincuente común y un peligroso criminal. Por el hecho, recibió una sentencia de 2 años y medio.

"No sé si fue miedo o susto, pero les disparé", dice, "con el arma salí por la ventana y disparé, y una bala le pegó a uno de ellos, por eso contó como intento de homicidio. Me pusieron portación de armas y traía droga también".

"Daniel" llegó de Sinaloa, un Estado con una cultura arraigada en el narcotráfico. Un amigo lo enganchó con un grupo delictivo en Sonora. Entre sus nuevas amistades sólo había dos chavos de su edad, el resto eran adultos.

Asegura que nunca pensó en ser un criminal, pero un impulso y la necesidad lo empujaron. La falta de su padre y ver a su madre trabajar, lo llevaron a contactarse con ese lado oscuro de la sociedad. Con el tráfico de drogas.

"Yo sabía a lo que me enfrentaba. Desde un principio, desde que me metí ahí yo decía: ‘Hay de dos sopas, o me agarran o me matan’", cuenta, "eso sí yo ya lo traía presente".

Se sentía superior a los muchachos de su edad. Y tal vez lo era. A los 16 años no cualquier joven trae en la bolsa del pantalón 100 mil pesos para gastar a su gusto, su propia "pick up", y un arma para usar a decisión propia.

"Daniel" tenía dinero, autos, y eso lo hacía sentir poderoso. Sabía disparar armas AR-15, AK-47, súper y calibre .9 milímetros.

Además, trabajar para la mafia le permitía ayudar económicamente a su familia, quienes, ante la necesidad, aceptaban el apoyo.

Cuando su padre faltó, la economía empeoró en su casa y él debió trabajar para ayudar.

Era un buen estudiante, dice, pero cuando entró a la preparatoria las cosas se complicaron ya que no tenía dinero para cuadernos ni libros.

Luego de probar las drogas, el alcohol y vivir la "libre", "Daniel" parece ser otro.

A finales de año acudirá con el juez para una revisión de su caso y se evaluará su tiempo en internamiento.

Por ahora estudia la preparatoria en línea y ayuda en lo que puede."Yo pienso que la vida ya me había dado varios mensajes, que ya me tenía que salir de ahí, y yo no lo entendía, y yo me aferré a eso y no entendía esos mensajes, y pues yo digo que ya estuvo, ya me puso un mensaje más claro, que fue estar aquí", dice "Daniel", dispuesto a volver a empezar.

La mayor cantidad de casos donde jóvenes llegan a formar parte de redes criminales, vienen de experiencias similares a la de "Daniel", donde una conjugación de factores sociales, sicológicos, económicos, culturales y del entorno se amalgaman.

Julio Villavicencio Meléndrez, director de la Fiscalía Especializada en Justicia para Adolescentes y Corrupción de Menores, considera que el medio social en que se encuentran los jóvenes, incluida la familia, los orilla a delinquir.

"Un menorestá en un nicho de drogas, donde la mamá o el papá o los tíos con quien vive tienen una dinámica donde ven normal el hecho de consumir o vender drogas. Es muy raro encontrar al muchacho menor que se dedica a la venta de drogas que no esté en un ambiente criminológico", explica.

Parte de la inclusión de cada vez más jóvenes en el crimen y la venta de drogas es que viven adelantados a su edad biológica. Sergio Oliver Burruel es sicoterapeuta especializado en jóvenes y asegura que éstos buscan placer momentáneo.

"Ese pensamiento está bien fuerte, viene de la subcultura del narco, de la violencia, donde se privilegian valores que tienen que ver más con el dinero, con la superioridad, con los placeres de diferentes tipos y con la representación material de lo que quieren experimentar", explica.

La directora del Itama en Sonora, Ana Dolores Quijada Chacón, expone que en la adolescencia no se termina de desarrollar la parte del cerebro donde se genera la conciencia, por lo que el joven se da al placer permanente y le importa menos su vida.

El internamiento hace pensar distinto a los jóvenes y se les puede cambiar, destaca: "El tener a un chico interno que es vulnerable es ganancia, porque podemos tratarlo, se trata de un niño que quiso vivir la adultez de manera alterada, anticipada".

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