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Sábado de Gloria

Hoy es Sábado de Gloria. En la liturgia yaqui este día es la culminación de un ritual que inició el Miércoles de Ceniza.

Hoy es Sábado de Gloria. En la liturgia yaqui este día es la culminación de un ritual que inició el Miércoles de Ceniza. Desde entonces varias bandas de chapayecas, o fariseos, andan deambulando por las calles y los barrios de las ciudades o caseríos donde se asientan los miembros de esta etnia: En Hermosillo, Cajeme, Guaymas, en cada uno de los pueblos tradicionales del río Yaqui o en Tucson, Arizona, en ese suburbio indígena al Sur de la ciudad conocido como Pascua Pueblo.

En aquel ya lejano inicio de la Cuaresma, cuando los fieles acuden a las iglesias a recibir la ceniza y la admonición de que “eres polvo y al polvo volverás...”, en los templos de las barriadas yaquis, detrás del altar, o de algún sitio medio escondido, salió un personaje estrambótico, ataviado con cobijas atadas al cuerpo con cinturones de cuero, portando una máscara de piel de bovino, ojos saltones, a veces cuernos, o algún adorno estrafalario en la testa, huaraches de vaqueta y tenabaris arriba de los tobillos, que lanzando aullidos tomó rumbo a la plaza cercana donde se le unieron algunos otros vestidos de manera similar: Son los chapayecas, que cumplen así con una “manda”, o promesa, de participar con esa función en la larga liturgia cuaresmal de su etnia.

Durante todo el periodo penitencial desempeñan un papel importante en la vida religiosa de su comunidad, y la nuestra en el caso de los habitantes de Hermosillo: Representan a personajes del inframundo que invaden barrios y calles, bailando sus danzas ancestrales para anunciar que muy pronto, en la semana mayor, va a tener lugar un acontecimiento descomunal que trastocará la historia y le dará un sentido nuevo: La aprehensión, pasión y crucifixión de Cristo, y su posterior resurrección. Al caminar por las calles, con música y bailes propios de su historia y tradición, haciendo travesuras y provocando ligeros desórdenes en casas y comercios, apuntan al misterio que anuncian.

Son 40 días de caminar, bailar, de no hablar, no convivir con sus mujeres, de dormir en las ramadas frente al templo; así cumplen con su papel en ese prolongado ritual premonitorio de la Pascua. Ya al llegar la Semana Santa van aliándose a otros participantes en el mismo protocolo religioso: Los soldados de Roma con quienes apresarán al Nazareno, para llevarlo a juicio y sacrificarlo. Las fuerzas del inframundo aunadas a la soldadesca romana tratarán de llevar a su culminación ese ritual.

Desde el Jueves Santo por la noche se hicieron con la figura de Jesús, lo apresaron y lo condujeron a la plaza para torturarlo y enjuiciarlo. El Viernes Santo, a las 3:00 de la tarde, lo sacrificaron en efigie, simbolizaron su propio Calvario en el espacio frente a la ramada, pero no pudieron conservar el cuerpo del Cristo muerto: Un grupo de mujeres y niños, todos vestidos de blanco, arrebataron la imagen y la llevaron a velar al interior del templo. Los fariseos y los soldados pasaron la noche en vela, amenazando con invadir el recinto sagrado.

El sábado por la mañana la turba compuesta por chapayecas y las huestes romanas deciden atacar la iglesia para robar el cuerpo del ajusticiado. Tres veces se lanzan contra las puertas de la iglesia y tres veces pierden la batalla cuando las mujeres y los niños los repelen arrojándoles flores hasta que desisten de su intento. Para entonces el pueblo yaqui, sus mujeres y niños, ha ganado la batalla y permiten que la figura abandone el templo, salga de su sepulcro simbólico, y se muestre redivivo. Mientras tanto los atacantes, para poner punto final a su larguísimo ritual, dan varias vueltas al solar mientras el público les azota las piernas con varas o pedazos de tela. Al terminar se despojan de sus mascarones, dejan de lado su identidad tenebrosa, hacen una enorme pira con leños y queman sus máscaras: ¡Cristo resucitó y se abrió la Gloria!

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