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Elogio de un sueño

El haber declarado a quien piensa diferente como enemigo aniquila la posibilidad de un debate civilizado que amplíe posibilidades por carecer el elemento fundamental para que este se pueda dar, el reconocimiento mutuo.

El pasado febrero Andrés Manuel López Obrador declaró que la economía mexicana crecería al 5% en 2022. Esta semana se informó que el Producto Interno Bruto (PIB) real creció en el primer trimestre 1.0%, impulsado por un crecimiento de 1.3% en actividades terciarias, 1.2% en actividades secundarias y una caída de 2.0% en actividades primarias. El personal ocupado en el sector manufacturero a marzo de 2022 aumentó en 0.4%, las horas trabajadas ascendieron en 0.8% respecto al mes inmediato anterior. Las remuneraciones reales por persona ocupada en comparación mensual descendieron 0.3% y en términos anuales cayeron en 2.4%.

El escaso dinamismo de la economía, la inflación a abril en precios al consumidor de 7.68% y productor de 8.96%, el escenario recesivo internacional, la disrupción de las cadenas de suministro globales y el conflicto en Ucrania, junto con la disrupción en las actividades económicas en Sonora y México ante la ausencia del Estado mexicano en las diversas regiones, anticipa que, de no corregir el rumbo, enfrentaremos un largo y complejo camino en la recuperación económica. Las cifras recientes de Coneval sobre pobreza en México son un llamado de atención sobre la urgente necesidad de modificar la estrategia ante el evidente fracaso de la actual. Parecería ser que siguiendo el postulado de Samuel Becket el modelo de políticas públicas se basa en: “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa en grande”. Los ejemplos abundan, en el sector salud ante el fracaso evidente de haber dejado por parte del Gobierno federal sin acceso a 16.6 millones de mexicanos adicionales para llegar a 35.7 millones sin acceso a los servicios de salud, la nueva estrategia es federalizar. La gran idea es, entregar a quienes han fracasado, los sistemas de salud estatales para satisfacer el ímpetu de control y regresión en materia de federalismo. Espero equivocarme en mi pesimismo, cuando un hombre público toma el camino de la destrucción, siempre encuentra quien le ayude. Deseo que el sector salud federalizado tenga éxito, dado que de no ser así, el fracaso será en grande y con consecuencias graves para muchas familias mexicanas.

Nos enfrentamos en la conversación pública a una visión maniquea de la sociedad. Desde los púlpitos del poder gubernamental se alienta y magnifica. Se justifica el fracaso con una evaluación histórica, de ser diferentes, en un discurso público reduccionista y polarizante bajo la lógica de divide y vencerás. “Sólo aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”, les advertiría Nietzsche. Se reducen los espacios para disentir, debatir y conciliar. Patriotismo, valores, identidad, origen y destino caen bajo la sospecha de ser funcionales al servicio del enemigo. El haber declarado a quien piensa diferente como enemigo aniquila la posibilidad de un debate civilizado que amplíe posibilidades por carecer el elemento fundamental para que este se pueda dar, el reconocimiento mutuo. Diderot nos advertía: “Del fanatismo a la barbarie hay un solo paso”. La búsqueda de lealtad a la persona o movimiento excluye la posibilidad de la lealtad a la Nación, familia, amigos, valores y verdad.

La historia, no es destino. El desvarío que vivimos desde hace décadas, del cual todos tenemos una pequeña parte de responsabilidad, permite que quienes se han apropiado de los espacios públicos, depositarios temporales del poder, bajo la premisa de ser servidores públicos, busquen apropiarse de la conversación colectiva e imponer su estado de ánimo, sueños, ambiciones personales, filias y fobias. El poder se convirtió en el fin a perseguir dejando atrás la concepción del poder como medio para el accionar y hacer historia. La encuesta de 2022 sobre Calidad e Impacto Gubernamental (Encig) arroja que quince de cada 100 mexicanos con algún contacto con un servidor público experimentamos por lo menos un acto de corrupción. Los costos de incurrir en actos de corrupción fueron de 9,489 millones de pesos, equivalentes a 3,044 pesos promedio por persona. Seguimos muy lejos de la concepción de poder como servicio público y pervive la idea del poder público como fuente de patrimonio.

El discurso de los que ostentan los cargos públicos continúa siendo en primera persona, el yo supremo, olvidando la tercera persona. Los adjetivos abundan: “Extraordinario”, “histórico” y “maravilloso”, los verbos, que tienen capacidad de generar acción son escasos. El discurso de descalificación histórica no genera acciones positivas, sólo sirve para crear identidad de grupo y seguir en campaña política en busca de mantener el control del presupuesto, el poder y monopolio de uso de la fuerza del Estado en el mejor de los casos lo comparten y en algunas regiones del País ya lo entregaron a terceros.

Erasmo de Rotterdam postulaba: “Hay quienes viven en un mundo de ensueño, y hay algunos que se enfrentan a la realidad, y luego están los que se vuelven uno en el otro”. Somos más quienes estamos fuera de la conversación maniquea del político, somos más quienes soñamos con un México de oportunidades, sin pobreza, sin hambre, educado, de instituciones, democrático, con justicia, sin miedo y en paz. Hay que dejar atrás los adjetivos que denuestan, confrontan, dividen para generar una nueva conversación ciudadana de posibilidades utilizando menos adjetivos y más verbos que nos lleven a la acción.

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