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El amor y la amistad

San Valentín una fecha en la que se hace casi obligatorio recordar que se estima y quiere a muchos con los que convivimos

Esta semana se celebró el Día del Amor y la Amistad, sentimiento muy recomendable y digno de festejo; sin embargo, me llama la atención el contraste entre la bullanguería amorosa y afectiva, reforzada y exigida por la mercadotecnia subrayamos, y la cautela afectiva en el resto del año, salvo algunos días del calendario en los que se permite, casi diría tolera, mostrarse afectivos con gente cercana.

San Valentín una fecha en la que se hace casi obligatorio recordar que se estima y quiere a muchos con los que convivimos y afirmar sin pudores chocantes que entre unos y otras hay más que la simple frecuencia en el trato.

Es interesante constatar que, en la antigua Roma, en las lupercales, festejaban el amor en una forma más bien lúdica y erótica, cuando los jóvenes, asemejando lobos, perseguían y azotaban juguetonamente a las muchachas para disponerlas a una fertilidad venturosa y propicia. Lo que celebraban era una pasión carnal, una cercanía sensual, un deseo poco recatado y rotundo. Era también una forma de manifestar, además del apetito, un atrevimiento pleno de resabios machistas, que aquellas festividades tenían una larga historia patriarcal.

Con el paso de los siglos, aquellos ardores han ido mutando, disimulando y transformando lo que se entiende por amor, alejándolo de sus peculiaridades primordiales, frenando las urgencias y construyendo con cierta efectividad, una serie de regulaciones culturales que han pretendido sujetar la capacidad y actividad amatoria, situarla dentro de límites y controles sancionados por doctrinas y creencias a las cuales se adhirieron las etnias, pueblos o comunidades, y que pueden regir con rigor las relaciones amorosas entre personas, a veces con amenazas inmediatas o castigos pregonados en futuros lejanos.

En el fondo hay un cierto recelo frente a ese amor, que tiene su génesis en la necesidad innegable de la humanidad de reproducirse y asegurar la permanencia de la especie humana. Y esta urgencia reproductora, ineludible biológicamente, ha sido admitida por las culturas, pueblos y sociedades, pero regida, encauzada, disimulada, adornada y contenida para tornarla menos liberadora y amenazante, y en alguna medida controlada por las costumbres y valores de los grupos humanos que diseñaron tales normas.

Esta versión enmendada del amor más natural plantea una sublimación de lo voluptuoso, y enfatiza el lado que llaman espiritual, sin negar totalmente su matiz sensual y apasionado; es lo que se celebra estos días en muchos puntos del globo. Es un amor que no sólo está permitido, también se encarece y engalana con símbolos supuestamente anodinos, flores y corazones de color encarnado, y se viste con ropa de color rojo, tonalidad que hace referencia no muy velada a la pasión que se busca camuflar.

Pero el amor es uno por más que adopte múltiples formas: Es una faceta de la capacidad humana de sentir que lleva a la afirmación, sensual y también inteligente, del sujeto que nos conmueve en el campo de realidades que vamos explorando. Esta sensación genera atracción y suscita una voluntad de cercanía y de entrega también. De alguna manera es el culmen de eso que emitimos cuando decimos que alguien nos cae bien: Estamos afirmando una voluntad amorosa, probablemente saturada de limitaciones, condicionamientos y circunstancias que hacen de ese acto una expresión simple, pero cargada de significados, de buena voluntad y amistad, que es otra forma del amor.

Se trata de la misma facultad humana que nos permite la avenencia, y a veces complicidad, al aceptar un entendimiento afectivo y razonable con otros y otras, y que por lo general tiene límites que facilitan la convivencia y la tornan amable y satisfactoria. Eso también es amistad y también la recordamos. Es un obsequio de la vida y la proximidad, al que no hay que cerrarse: Cada gesto amable que nos mueve al contacto y confabulación con otros y otras, es un anuncio, un ensayo y un camino hacia una humanidad más amorosa y plena.

Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.

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