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Batarete

Esta semana el Vaticano dio a conocer una investigación exhaustiva sobre la carrera eclesiástica de Theodore McCarrick, anterior arzobispo de Washington, D.C. Antes había sido obispo en otras dos ciudades, en las cuales su conducta no parece haber sido muy comedida en el aspecto sexual.

Esta semana el Vaticano dio a conocer una investigación exhaustiva sobre la carrera eclesiástica de Theodore McCarrick, anterior arzobispo de Washington, D.C. Antes había sido obispo en otras dos ciudades, en las cuales su conducta no parece haber sido muy comedida en el aspecto sexual.

Asombra constatar cómo fue ascendiendo de obispo, a arzobispo de Newark primero y luego de la capital norteamericana donde recibió además el birrete cardenalicio.

McCarrick es un personaje complejo: Inteligente y simpático, administrador capaz, muy buen recaudador de fondos, parecía diseñado ex profeso para dirigir una de las diócesis más importantes de su país. Paulo VI lo nombró obispo auxiliar de Nueva York y Juan Pablo II lo hizo obispo de Metuchen, Nueva Jersey, y posteriormente arzobispo de Newark en el mismo Estado.

En ambas asignaciones comenzó el rumor de que solía invitar a seminaristas a compartir la cama, hubo cuchicheos y alguna denuncia que fue desestimada porque la emitió un cura acusado de pederastia. Al parecer la capacidad del prelado para conseguir donativos le permitía repartir con magnanimidad “limosnas” a funcionarios de la Santa Sede en sus viaja a Roma. Práctica similar a la de otro clérigo nefasto, Marcial Maciel, que repartía miles de dólares entre la burocracia vaticana.

Cuando hubo que designar nuevo arzobispo en Washington McCarrick aparecía entre los posibles, y el Cardenal O’Connor, arzobispo de Nueva York, escribió al embajador del Vaticano para confiarle que situar a McCarrick en esa posición podía causar en el futuro un escándalo fuerte, y que convenía no sacarlo de Newark o, mejor, encontrarle alguna posición fuera de los Estados Unidos.

Juan Pablo conoció la opinión de O’Connor y sin embargo unos meses después lo nombró responsable de la diócesis capitalina del país vecino. El Papa y el arzobispo eran amigos de tiempo atrás, y el Pontífice no parece haber sido muy hábil para juzgar el carácter de sus allegados; y tampoco era un administrador concienzudo: Dejaba mucha amplitud de opción en manos de sus subordinados, algunos de los cuales habían recibido los favores monetarios del arzobispo... de cualquier modo, Juan Pablo II era el responsable en última instancia, y él mismo lo nombró Cardenal en 2001.

Benedicto XVI le aceptó la renuncia por motivo de edad, y en 2008 una denuncia de maltrato a menores de edad cuando era sacerdote se investigó en Nueva York y se dictaminó la veracidad del cargo. La diferencia: Dormir con seminaristas era imprudencia y quizás pecado; maltratar a menores, delito.

El Papa lo conminó a restringir sus apariciones públicas, a no participar en actos como representante de la Iglesia y vivir en prudente aislamiento. Una prohibición más bien tímida que el prelado no obedeció. Siguió viajando y recaudando dinero para la Iglesia y obras que le importaban.

Cuando Francisco llegó al papado monseñor Vigano, el conservador embajador ante Washington, acusó al Papa de permitir que McCarrick siguiera ejerciendo como clérigo, que fue una manera de curarse en salud, pues en realidad era Vigano quien había desatendido la recomendación de Benedicto.

El Papa argentino pidió que se estudiara a fondo el caso y muy pronto lo expulsó del colegio cardenalicio; después lo redujo al estado laical: Dejó de poder ejercer como obispo o sacerdote.

La publicación del informe sobre McCarrik suscita varias reflexiones: Una es constatar una cierta ligereza del Papa polaco en la selección de algunos obispos y cardenales. Se podría pensar que el proceso de canonización de Juan Pablo debería haber seguido otro camino y otro ritmo, la prisa no parece haber sido buena consejera.

Pero resulta de suma importancia que se haya publicado la investigación de 450 páginas, y que se haya dejado de lado la práctica añeja del secretismo sobre los asuntos internos de la Iglesia. El reporte McCarrick sentará un precedente para el futuro, y debe fructificar en prácticas eclesiásticas más transparentes, adecuadas a una feligresía cada vez más madura y participativa. Enhorabuena.

Ernesto Camou Healy

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