BATARETE
Hoy es Sábado de Gloria, el penúltimo día de la Semana Santa, la víspera de la fiesta de la Resurrección. Es la culminación del ciclo de la Cuaresma y la Semana Mayor. Es la última jornada penitencial antes del júbilo dominical. De alguna manera todo el ritual del ciclo anual lleva a los fieles a este día de preparación. En las comunidades yaquis es el final de la liturgia cuaresmal. Los chapayecas, o fariseos, llevan ya más de cuarenta días cumpliendo su manda, su obligación de participar en el ritual comunitario que desemboca este día en la apertura de la Gloria. De alguna manera todos sus actos en esta temporada se van orientando, sin demostrar mucha conciencia de ello, hacia los acontecimientos dramáticos del Jueves y Viernes santos. Al principio los fariseos invaden los pueblos y se dedican a molestar y jugar bromas a los habitantes de sus comunidades. Van enmascarados, no hablan y llevan la cruz del rosario en la boca para recordar que no pueden proferir palabra. Se muestran desorientados, como no acostumbrados a la vida del pueblo, o la urbana en el caso de yaquis que celebran la Cuaresma en el contexto citadino. Son, en la representación, entidades extrañas, no habituados a la convivencia comunitaria. Son criaturas del bosque. Poco a poco se van congregando en pequeñas bandas de chapayecas y van adquiriendo un cierto ritmo, y una conciencia difusa de tener una misión. Si al principio de la Cuaresma deambulaban sin ton ni son, en las semanas finales parecen ya una cuadrilla más o menos organizada. Ya al inicio de la Semana Santa parecen marchar en remedo de la milicia, y se van uniendo a aquéllos que representarán, en los sucesos conmemorativos de la Pasión, a los soldados romanos. Ya encontraron su tarea. Durante la Semana Mayor es obvio que ya saben qué hacer: Unirse a los romanos en la búsqueda del Cristo, participar con ellos en su aprehensión y subsiguiente crucifixión. Es un cometido que cumplen con entusiasmo y su participación se torna, de juguetona en amenazante. Para los miembros de la etnia que aceptan este encargo, es un tiempo de penitencia severa: Se obligan a no hablar, no tomar, dormir en la enramada, comer lo que lleven las mujeres encargadas de los alimentos, y caminar desde la primera luz hasta el anochecer desempeñando su responsabilidad de ir creando en la comunidad un clima de incertidumbre ante los sucesos terribles que tendrán lugar el Viernes Santo. Son, pues, junto con los soldados romanos y los judíos, los villanos de la historia. Representan el espíritu de los antepasados, aquéllos que no recibieron el bautismo y permanecieron en el monte, dispersos; recordemos que al llegar los jesuitas al Valle del Yaqui, a principios del siglo XVII, lo primero que hicieron fue congregar en siete pueblos a la etnia Yoreme, para facilitar la evangelización. Desde entonces dejaron de vivir “en el monte” y fueron cristianos. Es interesante el concepto, pues oponen a “pueblo” el “monte”, y a ambos, el binomio “bautizado” (del pueblo) y “pagano” (del monte). Ser cristiano, en esta tesitura, es vivir en comunidad, en alguno de los siete pueblos fundadores. En el mismo sentido se fue definiendo, en la antigüedad cristiana, el término “pagano”, que es el que no está bautizado, que no es cristiano. Etimológicamente viene del latín, “pagus”, campo, y pagano se refiere a los que viven fuera de la ciudad. Se podría decir que los paganos son los que permanecen en el monte, no están sujetos al compromiso de convivir en comunidad; que eso es lo que les dio el bautismo. Pues bien, en el Sábado de Gloria los fariseos terminan su compromiso, su manda. Después de un fallido intento de recuperar la figura de Cristo, cuando atacan la iglesia y son repelidos por una tropa de niños armados con flores, los chapayecas reciben un último castigo, más o menos simbólico, cuando corren en círculos junto a los miembros de la comunidad que los azotan al pasar. Después se abre la Gloria, se considera que Cristo resucitó y es entonces cuando se despojan de sus máscaras estrambóticas y las queman en una pira ritual. Terminó la Cuaresma, la penitencia, cumplieron su compromiso y ahora pueden celebrar. Y vaya que festejan. Es tiempo de consumir harta cerveza, carne, echar relajo, olvidar su manda y estar contentos porque desempeñaron bien su encargo ritual. Para ellos la Semana Santa es tiempo de trabajo duro, de desempeñar un oficio pesado en su religión. No es periodo de vacaciones, y el único asueto que disfrutan son las horas del Sábado de Gloria por la tarde, y el Domingo de Resurrección. Para un yoreme, y un chapayeca sobre todo, la apertura de la Gloria es la culminación del año, es la fiesta por la resurrección, y es la confirmación de su compromiso vital con su historia, su pueblo y su fe. Al quemar sus máscaras se alegran por el año que pasó y comienzan a planear lo que harán la siguiente Cuaresma. Ésa es su vida ritual. Ernesto Camou Healy es Dr. en Ciencias Sociales, Mtro. en Antropología Social y Lic. en Filosofía.
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