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Genera conflicto en Colombia Museo de Memoria

El futuro del Museo de la Memoria se ha visto envuelto en controversias asociadas con su director en las últimas semanas.

BOGOTÁ. — En un terreno entre varias carreteras se encuentra la propiedad donde el gobierno colombiano espera construir un gran museo para rendir homenaje a las víctimas del prolongado conflicto civil.

El terreno, donde hay solo una rústica escultura cúbica de metal, es un recordatorio de las profundas divisiones que persisten en Colombia.

El futuro del Museo de la Memoria se ha visto envuelto en controversias asociadas con su director en las últimas semanas.

El presidente Iván Duque designó a Darío Acevedo, un profesor de historia conservador con puntos de vista que según algunos sectores eximirían al estado de toda responsabilidad en la violencia.

Acevedo rechazó una propuesta para el contenido del museo y cuestiona la cantidad de víctimas que dejó una guerra de cinco décadas. En respuesta, algunas organizaciones de víctimas dijeron que no van a colaborar con el centro histórico.


“Lo que está en juego es perder la oportunidad de que el museo sea un instrumento más de construcción de paz en Colombia”, expresó Rafael Tamayo, académico que hasta hace poco estuvo al frente del museo.

La idea de crear un Museo de la Memoria viene de una ley del 2011 que prometió reparaciones simbólicas a los 8,6 millones de víctimas que se cree dejó el conflicto, creando un espacio de documentación y reflexión.

El conflicto dominó medio siglo de la vida colombiana. Guerrillas marxistas formaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia a mediados de la década de 1960 con el fin de derrocar el gobierno, redistribuir las tierras y acabar con la desigualdad social. La guerra dio paso a un conflicto entre guerrilleros, el estado y grupos paramilitares, complicado por la creciente importancia del tráfico de cocaína. A lo largo de décadas de atentados, secuestros y asesinatos, millones de personas fueron desplazadas por la fuerza y unas 260.000 murieron.

“Para una nación que lucha por recuperarse de un conflicto histórico y de sus traumas, es vital generar un relato que perdure en la memoria de la gente”, dijo Jennifer Hansen-Glucklich, quien escribió un libro analizando los desafíos que enfrentan los museos de holocaustos. “Puede ser algo muy complicado por el tema del consenso”.

El conflicto de Colombia es un terreno particularmente difícil, porque no tiene un principio y un final claros. Si bien unos 10.500 guerrilleros se han incorporado a la sociedad civil, todavía hay escaramuzas entre grupos armados que no han depuesto las armas en el interior.

Quiénes deben pasar a la historia como los héroes y quienes como los villanos es un asunto que genera fuertes debates.

¿Las FARC peleaban en nombre de los pobres o eran básicamente una organización que traficaba drogas? ¿El expresidente Álvaro Uribe contribuyó a la paz al poner a los rebeldes al borde de la extinción o fue quien empezó un nuevo conflicto alentando las organizaciones paramilitares que la emprendían contra todo el que desafiase a los grandes terratenientes?

Muchos dicen que todas esas descripciones son valederas.


“En Colombia la línea entre el héroe y el villano no está nada clara”, señaló el escritor Santiago Villa en una reciente columna del diario El Espectador.

El debate coincide con manifestaciones contra la desigualdad, la corrupción y lo que muchos perciben como la deficiente implementación de un acuerdo de paz del 2016 entre el gobierno y la guerrilla más importante.

Algunos manifestantes condenan a Acevedo, al que presentan como un elemento fiel al partido derechista de gobierno que trata de encubrir el papel del estado en los crímenes que hubo durante el conflicto.

“Es un lardón”, dijo Carlos Oviedo, de 36 años, mientras sostenía un cartel crítico de Acevedo durante una protesta frente a un edificio municipal donde se llevan a cabo a menudo actos de homenaje a las víctimas. ”Es un ladrón de la misma memoria histórica”.

Cuando Acevedo fue designado en febrero para dirigir el Centro Nacional de la Memoria Histórica, 89 organizaciones de víctimas pidieron a Duque que reconsiderase ese nombramiento. Varias amenazaron con retirar el material de archivo que aportaron. Incluso varios profesores de historia colegas de Acevedo lo cuestionaron.

“Nos sorprende que usted, que niega abiertamente la existencia del conflicto armado interno, haya aceptado dirigir la entidad estatal que tiene ese reconocimiento como el eje central de su actividad”, escribió el personal de la cátedra de historia de la Universidad Nacional de Colombia en una carta.

Acevedo ha dicho que el conflicto no fue tanto una lucha formal contra rebeldes con causa sino más bien un esfuerzo por acabar con terroristas y bandas delictivas.

Sentado en su oficina junto a un parque, Acevedo aseguró que sus puntos de vista no impiden el que todas las víctimas estén representadas. Indicó que trabaja en proyectos que involucran a familiares de personas asesinadas por soldados y paramilitares.

Sostuvo que el museo no puede presentar un punto de vista de derecha, ni de izquierda ni de centro.

Los conflictos con el personal comenzaron con una muestra ambulante que debía poner a prueba el relato preparado durante cinco años por expertos que hablaron con víctimas de todo el país.

Acevedo dijo que le pareció que ese relato se enfocada demasiado en la desigualdad social como causa del conflicto.

“Es un museo del estado y no podemos, en nombre del estado, implantar allí una visión del conflicto”, dijo Acevedo. “Y eso, desafortunadamente, es lo encontramos en el documento que nos dejaron”.

Gente como Tamayo teme que la versión de Acevedo ignore las distintas aristas del conflicto.

“Es simplificar el conflicto a una guerrilla tratando de tomarse el poder y un estado tratando de controlar un grupo al margen de la ley”, manifestó. “Es una versión muy simple. Una versión de buenos y malos. Pero no refleja la complejidad del conflicto colombiano”.

Algunos se alarmaron cuando Acevedo objetó la inclusión de una obra que muestra a los miembros de un partido de izquierda cuyos dirigentes fueron asesinados porque aparecían dos prominentes líderes rebeldes.

Acevedo cuestionó asimismo la cifra de bajas asociadas con el conflicto.

Al menos una organización se negó formalmente a renovar un acuerdo de cooperación con el museo.

Una agrupación molesta es la de Madres de Soacha, formada por familiares de individuos pobres asesinados por los militares e identificados falsamente como guerrilleros para cumplir con ciertas cuotas que les pedían.

Si bien Acevedo colaboró con un libro sobres sus experiencias, a algunos familiares no les agradó el que plantease el interrogante de si esas muertes --unas 5.000, según cálculos-- habían sido producto de políticas del estado o las acciones de oficiales delincuentes.

“Tiene que representar cómo es la historia, lo que ha pasado, lo que está pasando en este país, o lo sacamos”, dijo Ana Páez, cuyo hijo de 32 años es una de las víctimas.

Acevedo insiste en que el museo abrirá algún día, pero Tamayo, el ex director del museo, opina que será muy difícil que eso suceda sin un acuerdo sobre cómo presentar el relato de la violencia.

“El gran reto es demonstrar que la memoria y la historia no son exactamente iguales”, expresó. “Que la memoria es una construcción colectiva”.

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