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El Imparcial / Mexico / Discriminación contra indígenas

¡Quítate, María!, le dicen a mujer que vende artesanías en la CDMX

Julita ha sido rechazada por su origen y hablar mazahua. 

CIUDAD DE MÉXICO .- Pese a los prejuicios y discriminación, Julita se siente orgullosa de su origen indígena.



La mujer vestimenta típica, mientras ofrece las artesanías que ella elabora y carga a diario, al menos, durante seis horas en Paseo de la Reforma.



Cuenta que ha sido rechazada por su origen y hablar mazahua.



"Me gusta mi ropa, cómo hablamos sí me gusta, me siento bien", dice en un español pausado.

 A veces me dicen 'mira, la María; ¡quítate, María! o se quitan ellos cuando paso", recuerda.



Julita hace un recorrido todos los días desde el Estado de México hasta una de las principales vialidades de la Capital.



Durante la entrevista lamenta que su lengua esté en peligro de desaparecer. No lo sabe por las alertas académicas, sino porque en su círculo cercano, familiares ya no la aprenden y hasta se han avergonzado por hablarla y representarla.



"Sí se pierde porque no hay quién la quiera seguir hablando y más si sienten que algunos sí ayudan, sí te hablan, te tratan bien, pero no todos cuando hablas en tu idioma", dice.



Por ello, intenta hacer lo posible para que al menos en su familia, sigan comunicándose en mazahua. Julieta enseña esta lengua a nietos e hijos.



De acuerdo con información del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, todas las lenguas que se hablan en el País están en riesgo, pero el peligro de desaparecer acecha a la mitad de éstas.



Por ejemplo, de acuerdo con el Atlas de los Pueblos Indígenas de México, en el Estado de México, se contabilizan dos de las 31 lenguas que presentan mayor riesgo de no hablarse nunca más.



En la CDMX aún se mantiene pendiente la Ley de Pueblos y Barrios Originarios, y Comunidades Indígenas residentes de la Ciudad de México que busca recuperarlas y brindarle valor al igual que el español en trámites, por ejemplo.



A Julita le gustaría que esas leyes, que no conoce, eliminen la discriminación que padece cuando se traslada en el Metro o en el camión.



Porque asegura que, con leyes o sin ellas, a ella no le queda más opción que cargar en mantas sus productos durante seis horas de camino ida y vuelta; vender pulseras, monederos, bolsas y blusas.

Sin embargo, no queda exenta de las extorsiones.



"Los ignoro porque aquí hay gente que en veces sí compra, le gusta lo que hago y así tengo dinero (...) el que viene es el señor que viene a cobrar a dejarme a vender, que le doy 50 o 100 pesos y ya se va, mejor a que me quite mis cosas".

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