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El Imparcial / Mexicali / Ejército Mexicano

Prueba final se convirtió en tragedia

Una decisión equivocada, un calor asfixiante y un grupo de soldados que desconocían la zona se conjugaron en una fórmula que marcó un episodio fatídico para el Ejército Mexicano en el desierto de Mexicali, un verano de 1996.

MEXICALI, Baja California.- Parecía un ejercicio más. Sobre todo porque otros nueve grupos ya lo habían realizado sin ningún contratiempo.

La Patrulla Militar, compuesta por elementos del 18 Batallón de Infantería, traídos desde Nogales, Sonora, se enfrentaba a una prueba de supervivencia en Mexicali.

Aunque oficialmente nunca revelaron los motivos del entrenamiento, en realidad el Ejército Mexicano buscaba capacitar a los soldados en la detección y detención de supuestos grupos militares de Medio Oriente que ingresaban a Estados Unidos desde México.

La zona desértica y montañosa de la zona poniente del municipio parecía la más ideal para los jefes militares para aclimatar a los soldados en terrenos en los que estos supuestos grupos militares solían moverse con naturalidad.

Llegaron en vehículos todo terreno al Cañón de Guadalupe un 16 de julio. Realizaron ejercicios con cuerdas de rappel y descansaron en esta zona. Posaron para varias fotografías con sus rifles, se bañaron en las pilas de agua y se surtieron de algunas provisiones. La meta era llegar caminando hasta un campamento instalado en el Campo Mosqueda, ubicado en el kilómetro 49 de la carretera a San Felipe.

Para ello, además de atravesar el desierto, tenían que cruzar la Sierra Cucapah. Eran 32 kilómetros los que debían caminar y escalar. Salieron del Cañón de Guadalupe y cruzaron el ejido Martínez Manatú hasta llegar al ejido Guardianes de la Patria.

La madrugada del 29 de julio empezó la última etapa de la prueba. Ninguno de ellos pensó que fallarla les costaría la vida. A las 03:00 horas salieron al desierto.

LA LLAMADA

El teléfono de la oficina timbró. Fernando Rivera Valdez, director de Bomberos y Protección Civil de Mexicali, respondió el aparato. Del otro lado de la línea, un soldado llamaba a nombre del general de la II Región Militar, con sede en esta ciudad. Al director de Bomberos le preguntó si podían prestarles equipos de cuerdas, mosquetones y otras herramientas de búsqueda y rescate. Él aceptó.

La amistad que tenía con el general Eulalio Fonseca Orozco favorecía este tipo de cooperación y coordinación. Rivera Valdez fue más allá. Le preguntó si requerían de algún tipo de ayuda. El soldado le dijo que no podía comentarle nada por teléfono y lo citó con el general ese día, para que personalmente le dijera en qué lo podía ayudar.

El director de Bomberos se vio con Fonseca Orozco, portador de un rostro abrumado por la preocupación. Rivera Valdez salió a prisa de su oficina y comenzó a realizar llamadas. Ese lunes por la tarde logró reunir un grupo de poco más de 30 rescatistas.

TORMENTA EN EL DESIERTO

Con su arma de cargo, su cantimplora de un litro y una mochila, los soldados salieron en plena madrugada el 29 de julio. Esta última etapa de la prueba suponía una caminata de unas siete horas. En el campo Mosqueda los esperaban a las diez de la mañana. Apenas unos minutos después de que salieron, el viento y el polvo les azotó el rostro y les impidió continuar la marcha.

Encontraron un sitio para resguardarse y tuvieron que esperar varias horas y salir casi hasta las ocho de la mañana. La temperatura comenzó a aumentar. Se internaron cada vez más en el vaso de la laguna mientras el sol avanzaba a su posición más cenital. Alejandro Herrera Montalvo, quien comandaba el grupo, tomó la decisión de acortar el camino y desvió la ruta original, que a la postre, resultó la más mortal.

Aunque los demás soldados se percataron del desvío en la ruta, el comandante fue enfático. Había un plan B para reabastecerse de agua y provisiones que no se siguió. A partir de entonces, las decisiones erradas comenzaron a agravarse con el calor. El primero en caer fue el oficial de transmisiones.

EN MEMORIA

•Alejandro Herrera Montaño

•Paul Abdeb Padilla Orduñez

•Bernabé Montaño Sánchez

•José Luis Cota Santillanes

•René Jaquez Ríos

•Pablo Javier Meza Mares

•Modesto Guillermo Tobías Estrella

•Jorge Alberto Leyva Corral

•Juan Roberto Cota Flores

•Othón Hernández García

•Casimiro Cruz Ramírez

•Tomás Matlalcuatzi Orduño

•César Aribal Variller Ramírez

•Gustavo Moreno Osorio

EL OPERATIVO

Con vehículos todo terreno, equipos de búsqueda y rescate y provisiones suficientes, el equipo de Rivera Valdez partió al campo Mosqueda donde los esperaban los militares. Tenían información sobre las posibles ubicaciones de la patrulla militar extraviada. Comenzaron la coordinación.

El general y su equipo cercano utilizaron un helicóptero de la CFE, que para esos días vigilaba la red de fluido eléctrico ante las manifestaciones del Frente Cívico Mexicalense, que mantenía bloqueados accesos a la Geotérmica de la paraestatal. El jefe de Bomberos ingresó a la sierra Cucapah desde la carretera a San Felipe.

Tomaron la vereda marcada y se internaron a la laguna. Avanzaron kilómetros sin ver un alma, un arbusto o chamizo, hasta llegar a donde la arena es tan fina como el talco. El termómetro marcaba arriba de los 50 grados centígrados.

A través de los radios de los bomberos, cuya cobertura se lograba gracias al repetidor del Cerro Prieto, se escucharon las primeras noticias. Habían encontrado los primeros cuerpos sin vida, literalmente quemados por el calor.

DÉJENME AQUÍ

José Luis Cota Santillanes tenía 19 años y apenas algunos meses de haber ingresado al Ejército. Para esta misión, se le había asignado como oficial de transmisiones. Fue el primero en caer rendido en la arena, derrotado por el calor. Un oficial de sanidad que iba en la Patrulla Militar lo valoró, pero, según testimonios de los sobrevivientes, pidió que lo dejaran ahí y que el grupo continuara el camino. Un sacrificio, tal vez en medio de las alucinaciones que el calor provocaba en ellos.

Cota Santillanes fue el primero, pero uno a uno, los militares fueron cayendo en el camino. El calor los alteró, se rebelaron al mando y comenzaron a tomar caminos distintos en medio de la desesperación. El sol no daba tregua. No había sombra para refugiarse o más agua para refrescarse.

Los sobrevivientes recuerdan los gritos delirantes de quienes iban cayendo. Algunos parecían mirar a sus madres y les pedían perdón. Otros rompían en llanto al saber que la muerte estaba llegando de manera lenta, segura y lacerante. Un grupo tomó una ruta de regreso a la carretera, con la firme idea de pedir ayuda.

El Imparcial: imagen de artículo

ARMAS DE CARGO

Los rescatistas fueron encontrando uno a uno los cadáveres. Una búsqueda que se prolongó por casi tres días para poder localizarlos a todos. Muchos de ellos no tenían ropa, pues además de quitársela para mitigar el calor, también quemaron botas y prendas esperando que la diminuta columna de humo advirtiera a los demás de su ubicación.

Rivera Valdez recuerda que, aún sin sus prendas del uniforme o sus botas, todos los soldados que cayeron en el desierto llevaban consigo su arma de cargo. Hasta su último respiro la mantuvieron a su lado, en sus manos.

El jefe de bomberos recuerda que el helicóptero de la CFE, que para esos días era usado como vigilancia de la red eléctrica, hizo las veces de ambulancia aérea, de búsqueda y de rescate de los sobrevivientes. SOS Una cuadrilla de soldados que se rebeló al mando militar tomó su camino a la carretera a San Felipe, pero algunos de ellos fueron cayendo uno a uno en ese último intento de buscar ayuda.

Habían pasado más de 24 horas extraviados en el desierto. Poco a poco comenzaron a caminar solos, por su cuenta. Algunos se habían quedado atrás, otros ya no pudieron seguir el paso.

Se resguardaron en piedras, en una sombra que solo prolongaría la agonía de la muerte. Una lluvia momentánea cayó sobre ellos. La incredulidad en sus rostros luego se convirtió en risas. Tomaron sus cantimploras y tomaron toda el agua posible, incluso la que se acumuló en las piedras.

Habían retomado un poco de fuerza para seguir buscando ayuda. Con ese respiro debían decidir si regresaban a ayudar a sus compañeros caídos o seguían hasta la carretera.

Optaron por la supervivencia y dos de ellos llegaron a la autopista. Un vehículo detuvo su marcha y una pareja los ayudó con algo de agua y una esperanza para vivir. Así comenzó el rescate.

El Imparcial: imagen de artículo

CAMPO DE RESCATE

El campamento en el que esperaban a la Patrulla Militar desde el lunes por la mañana se convirtió en un centro de operaciones de rescate. El martes por la tarde, la zona era un hervidero de vehículos militares, ambulancias, patrullas y camionetas todo terreno. La información se filtraba a cuentagotas.

El acceso a los reporteros era restringido. Para el martes solo se sabía de dos muertes y cerca de una docena de rescatados. Conforme pasaban las horas, más cuerpos se iban descubriendo.

La cifra mortal aumentaba. Para el miércoles ya se habían confirmado 25 soldados rescatados, 4 de ellos en situación crítica en distintos hospitales de Mexicali. La cifra final de muertos fue de 14. Un procurador de Justicia Militar comenzaba a integrar la Averiguación previa 05/96.

SI HAY UN CULPABLE, SOY YO

Eulalio Fonseca Orozco, entonces general de la II Región Militar, ofreció una rueda de prensa cuando terminaron las labores de rescate y encontraron los dos últimos cuerpos. Tajante, asumió la responsabilidad de la desobediencia de sus subordinados. “Si hay un culpable, soy yo”, expresó.

Aunque para algunos resultó una acción de liderazgo y humildad ante la tragedia, el general se justificó al decir que, finalmente, las personas que decidieron acortar la ruta estaban bajo sus órdenes y no se podía excusar de su desobediencia.

Entre la clase militar, esta tragedia representaba una deshonra. Una tragedia que el pasado mes de julio cumplió 23 años de haber ocurrido y que difícilmente se ha borrado de la mente de quienes supieron de ella en 1996.

MÁS MIEDO Y RESPETO

Para Fernando Rivera Valdez, quien ha encabezado la Dirección de Bomberos de Mexicali en varias administraciones, las tragedias en la Laguna Salada comenzaron a ser desgraciadamente habituales.

“Hay mucha falta en la cultura de protección civil entre la gente, y lo vemos ahora que muchos senderistas, algunos sin tener experiencia, les da por internarse en esa zona y muchos han muerto por ello”, recuerda.

Hoy en día hay señalamientos y postes de auxilio con provisiones de agua en esta zona para que puedan ser usados en una emergencia legítima o por alguna imprudencia. Ingresar a esta zona sin conocer los riesgos tiene una alta probabilidad de resultados fatales.

Las condiciones agrestes y hostiles de la Laguna Salada han probado que el calor mata. Tristemente, hay decenas de ejemplos de ello. “Hay que tenerle más miedo y más respeto a la Salada”, sentencia Rivera Valdez, hoy jubilado.

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