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Solo se trata de sobrevivir 

En el armario, alineados por tonos, se encuentran mis pares de zapatos. Más al fondo, los vestidos lucen suspendidos en el aire como coloridos fantasmas. La cómoda guarda fragancias dulces, florales, cítricas. Mi maquillaje abandonado. Y asomándose como una corona sobre mi cabeza, una luminosa aureola de canas enmarca mi frente. 

En el armario, alineados por tonos, se encuentran mis pares de zapatos. Más al fondo, los vestidos lucen suspendidos en el aire como coloridos fantasmas. La cómoda guarda fragancias dulces, florales, cítricas. Mi maquillaje abandonado. Y asomándose como una corona sobre mi cabeza, una luminosa aureola de canas enmarca mi frente.

Fue así, aunque no tan de repente, que la vida me hizo cambiar las prioridades. La vanidad se guardó para luego, si la vida lo permite. En la agenda, quedaron muchas citas pendientes. La cocina se volvió mi fortaleza. La computadora, mi oficina. Y cambié “La Rayuela” de Julio Cortázar, por la Biblia.

Primero, fue la duda: “¿Será tan verdadero?”. Luego, la precaución “surtiré mi despensa”. Después, el temor: “Usaré un tapabocas”. Y de repente, el caos.

El virus viajando de aquí para allá, sin control, sin fronteras, sin distinciones. La muerte tal cual (pero a montones) fría, nauseabunda, letal.

Ahora, mis días amanecen con un “gracias”, y escucho más claro el canto de los pájaros. El sol acaricia el tedio de las horas, y procuro a ratos ocupar mi tiempo en distraer mi mente contaminada de tanta tragedia. Jamás había visto a la muerte tan despiadada y arrogante. Es más, nunca pensé verla tan nuestra.

Escuchaba historias de mi padre, de mis abuelos, sobre la mortífera peste negra, la fiebre española. Curioseaba en fotos a blanco y negro donde aparecían apilados cadáveres en carretas, esquinas, fosas, como testimonios de pandemias, contagios y plagas que azotaban a la humanidad en determinadas centurias.

Pero hoy, los testimonios de muertes frescas son cercanos. Veo videos viajando por la red de cadáveres reventándose en los patios de las casas, en las banquetas, abandonados en las calles. Alcanzo a distinguir incrédula los pies pálidos asomándose bajo las sábanas de las camillas. Los miro dentro de bolsas esperando a las afueras de los hospitales para ser colocados en montacargas, en contenedores de camiones, en bodegas refrigeradas. Observo pusilánime como la muerte llega insolente a arrebatarle el único privilegio del que gozan los deudos, despedir a los suyas con amor y dignidad. Los entierran así, sin un adiós. Otros, solo se vuelven cenizas entre cenizas.

Muy seguido, por no decir casi a diario, me vuelvo parte de una escena surrealista, donde quisiera abrir los ojos y no sentir más que el suelo se abre cuando camino. Deseo no sentir que el aire que respiro huele a cloro. Que mis manos se van deshaciendo por tanta agua y jabón.

Pero alejada de esas escenas apocalípticas, renace la naturaleza majestuosa e imponente. El azul del cielo es más azul que nunca. Mi pasto crece irreverentemente con un verdor chillante. La paz de aquellos días de infancia en el pueblo de mi abuela, parecen regresar del pasado. Los sonidos del silencio hacen eco en una constante lucha por reconocerse en mi espacio.

Escribo casi a diario sobre este virus horrendo y descarado. Escribo y sufro. Escribo y medito. Escribo y lloro. Escribo, mientras espero que esta crisis biológica se desvanezca, que se vuelva recuerdo, historia y precedente

Y mientras remendó las horas, espero pronto descolgar los fantasmas coloridos de mi armario, volver a calzar unos lindos zapatos rosados y salir a caminar con las canas teñidas de chocolate.

Espero pronto, volver a transitar sobre un camino que no se parta en dos.

Espero pronto, volver abrazar a mi padre, a mis sobrinos, a mis amigos.

Espero pronto, escribir sobre la belleza del mundo, el arte y la caridad de las personas.

Espero también, seguir escuchando igual de claro el canto de los pájaros y, nunca olvidar dar gracias por un día más de vida.

De lo demás, la hipoteca, el trabajo, las cuentas, que se encargue el tiempo.

Por ahora, solo se trata de sobrevivir.



*Corresponsal en Arizona, Nuevo México y Texas de la Agencia Internacional de Noticias Efe

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