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México siempre ha sido el mismo territorio sin ley

Para escribir su última novela, Los bandidos del río frío (1889-1891), que fue publicada en forma de folletín con enorme éxito del público lector de aquellos tiempos, Manuel Payno (1810-1894), el novelista mexicano adherido a la narrativa costumbrista,  tomó de modelo al coronel Juan Yañez, ayudante del presidente de la república, el general Antonio López de Santa-Anna, en la cuarta década del siglo XIX. 

Para escribir su última novela, Los bandidos del río frío (1889-1891), que fue publicada en forma de folletín con enorme éxito del público lector de aquellos tiempos, Manuel Payno (1810-1894), el novelista mexicano adherido a la narrativa costumbrista, tomó de modelo al coronel Juan Yañez, ayudante del presidente de la república, el general Antonio López de Santa-Anna, en la cuarta década del siglo XIX. Este coronel trabajaba en el propio palacio nacional. Y desde ahí, “era el jefe de una asociación que tenía cogidas como en una red a la mayor parte de las familias de México. El aguador, la cocinera, el cochero, el portero, todos eran espías, cómplices o ladrones”

Quizás porque la novela de aquel coronel, al que Payno llamó Relumbrón, daba cuenta cabal de la trama que unía la vida social y la vida criminal en el México recién independiente. Y al poner en pie a una serie de personajes, la mayoría provenientes de la novela picaresca nacional al tipo de Joaquín Fernández de Lizardi y su El Periquillo Sarniento (1816), su novela ofrecía un retrato veraz de los entretelones de la vida comunitaria, un panorama donde se congregaban todas las clases sociales bajo una mirada crítica no sólo de la condición humana, sino de las veleidades propias de un México que oscilaba, ya entonces, entre el desprecio por la autoridad y el temor al despojo, entre el encumbramiento de los fuera de la ley y el afán patrimonialista familiar de la incipiente clase media.

En Los bandidos de Río Frío, lo mismo que en Astucia, el jefe de los hermanos de la hoja o los charros contrabandistas de la rama (1865) de Luis G. Inclán, el delincuente aparece como un destructor del orden social, pero también como un personaje fascinante por su forma de ser o de actuar. Pero Payno no se deja engañar por los fastos de Relumbrón. Para él, como para sus lectores contemporáneos, la anécdota de su novela toca un punto vital: el del estado como una mafia mayor. El de la criminalidad que utiliza la maquinaria del gobierno para seguir asediando a la sociedad desde lo criminal. O viceversa: el estado que usa a los bandidos como grupos paramilitares para usos represivos. Así, cuando finalmente a Yáñez se le atrapa -fue aprehendido en el mismo palacio nacional-, el juicio subsiguiente provoca que un fiscal fuera envenenado y que un escribano, el que llevaba la causa, fuera “casi muerto a palos en una calle oscura” para detener la investigación en proceso.

Payno asegura que, a pesar de que “personas de categoría y de buena posición social estaban complicadas, y se hicieron, por éste y otros motivos, poderosos esfuerzos para echarle tierra, como se dice comúnmente, pero fue imposible”, ya que el escándalo había sido grande, la sociedad de la capital y aun de los estados había fijado su atención y se necesitaba un castigo ejemplar”. Por eso, después de largas liberaciones, el coronel Yañez, junto con varios de sus cómplices, se les sentencia a muerte y finalmente son ejecutados. Y Payno concluye asegurando que “el personaje, pues, que figura en la novela, ha existido realmente; pero por más que he hecho para inventar lances, robos y asesinatos, me he quedado muy atrás de la verdad, y el extracto de la causa habría sido más interesante que cuantas novelas se puedan escribir”.

De esta manera podemos ver que la literatura policiaca, que la narrativa criminal mexicana, está anunciada en Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno con la claridad que da contemplar el poder y sus tentáculos. Es obvio que Santa-Anna se vio forzado a sentenciar a un hombre que no era menos criminal que él mismo, y que lo hizo ante la presión de la opinión pública y recordando, maquiavélicamente, que con un escarmiento así él, como presidente de la república, quedaba fuera de toda sospecha criminal. Un final de novela negra acorde a la negra historia de aquel México tan pleno de traidores y tan necesitado de ciudadanos comunes, honestos y laboriosos, como las cientos de víctimas de Relumbrón y su banda de asesinos y ladrones.

Estamos, pues, ante una novela que nos revela que México siempre ha sido, ayer como ahora, un territorio sin ley, un país donde los bandidos llevan, en muchas ocasiones, credencial oficial. Una nación que no distingue entre lo propio y lo ajeno. Una patria donde el crimen campea por sus fueros.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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