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Medir fuerzas entre populismo y democracia

Las marchas organizadas en varias ciudades del país el domingo pasado para defender al INE de los cambios propuesto por el presidente López Obrador, tuvieron un rotundo éxito.

Las marchas organizadas en varias ciudades del país el domingo pasado para defender al INE de los cambios propuesto por el presidente López Obrador, tuvieron un rotundo éxito. Las calles y las plazas se inundaron de ciudadanos de todos colores como no se veía en mucho tiempo, por lo menos entre los opositores al gobierno. Al margen del número, se mostró una ciudadanía viva y vigilante de lo que está pasando.

La marcha cambió el panorama político del país. El gobierno de López Obrador, por más tozudo que sea, no puede ignorar que hay una enorme porción de la sociedad que se opone a que el INE pueda sufrir cambios que le den el control al gobierno, como sucedió en el pasado. Pero, además, que está dispuesta a movilizarse para defender una pieza clave de la democracia mexicana.

El INE, como quedó demostrado el domingo, es el punto de unión de una ciudadanía activa y consciente de lo que hoy está en juego con la reforma propuesta por el gobierno; pero también lo están los partidos políticos que confluyen en esta oposición, con todas sus contradicciones y diferencias, como ocurre con el priismo. Es decir, el INE es parte ya de la cultura política de los mexicanos como no había ocurrido nunca.

La defensa del instituto aglutina hoy un arco muy amplio de posturas y visiones políticas que van desde la derecha, corrientes de izquierda y un sedimento muy amplio de carácter socialdemócrata. Son las fuerzas que en general han acompañado las grandes reformas electorales desde los años setenta para horadar el poder del viejo régimen priista y abrirle paso a la pluralidad.

Todas estas fuerzas comparten hoy un punto: por más que el INE sea un organismo con muchos defectos, que necesitan corregirse, es y ha sido desde que surge como IFE hasta que se convierte en INE un instrumento fundamental de la transición democrática en nuestro país, y el que permitió –en medio de enormes dificultades- que las elecciones fueran creíbles y legítimas. Desbaratarlo es arrojar todo por el caño del desagüe.

Esta es la coincidencia entre las fuerzas de oposición y una gran parte de la ciudadanía, al margen de sus adscripciones ideológicas y políticas. Ceder en este aspecto es regresar a los viejos tiempos del partido único que controlaba y ganaba todas las elecciones, un sistema que marginaba a las minorías y se apropiaba del control de las masas por la vía del corporativismo.

AMLO ha colocado las cosas en este punto. Mientras él intenta restaurar el viejo sistema político autoritario que caracterizó a los gobiernos postrevolucionarios, un sistema que entró en crisis en los años setenta, las fuerzas opositoras por su parte –incluyendo ahora al PRI- buscan preservar los pequeños avances conquistados desde entonces, como el INE.

Es falso que el dilema principal ahora en México sea entre la “democracia del pueblo” y la “democracia de las élites”. Lo que el país requiere, como lo han sostenido desde hace años los clásicos de la democracia, es profundizar la democracia, ampliarla y fortalecerla para evitar que sea el caudillismo o el populismo, que apela al poder del pueblo, destruya sus mecanismos institucionales.

La democracia, tal y como la conocemos hasta ahora, es un sistema que funciona sobre la base de instituciones, aunque no nos guste. Así ha sobrevivido cientos de años. Lo que existe fuera de ahí es otra cosa, pero no es democracia: puede ser dictadura, monarquía o populismo, que gobierna apelando al pueblo aunque el pueblo siga permaneciendo marginado y sin poder, como ha sucedido en varios países de América Latina.

López Obrador se ha amparado en la narrativa “del pueblo”, mientras que las fuerzas de oposición intentan implícitamente sostener la narrativa de la democracia. Hace falta que la oposición y la misma ciudadanía defina claramente la defensa de la democracia, en términos más rigurosos y generales.

Digo esto porque, hasta ahora, la oposición ha jugado un papel defensivo, en contra del gobierno de AMLO, pero no tiene hasta ahora una narrativa porque, creo, no logra identificar o concebir que la defensa de la democracia ante el populismo de AMLO, sea el proyecto principal que hay que enarbolar hacia la elección presidencial de 2024.

Pero ése es el proyecto. A estas alturas está bastante claro. AMLO intenta destruir o controlar las instituciones para asegurar el poder de Morena y evitar que en lo sucesivo sean las élites las que tengan acceso al poder. La oposición, lo que debe hacer, es evitar que la democracia sea aplastada (en nombre del pueblo) y muchos otros derechos sociales e individuales sean eliminados.

O el país se interna por la senda del populismo con Morena, o bien defiende su democracia por más precaria e incipiente que sea. Es el dilema y la lucha que viene hasta 2024.

*El autor es analista político

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