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Mayo en los sesenta

Por el derecho a la libertad de expresión Por alguna razón que desconozco y sin ningún respaldo científico, considero que el clima en Tecate.

Por el derecho a la libertad de expresión Por alguna razón que desconozco y sin ningún respaldo científico, considero que el clima en Tecate, en la década de los sesenta, era más benigno, cálido y agradable. En mayo los jardines rebosaban de verdor, los aromas se filtraban en el aire, las flores embellecían y le daban color a la ciudad, y los frutos comenzaban a crecer en los árboles. Las noches eran más cortas y los días mucho más largos. El número de habitantes no llegaba a los quince mil, y aunque se auguraba un crecimiento poblacional vigoroso, éste se estaba dando de manera pausada pero firme y constante. La escasa población permitía el trato cotidiano, el intercambio de información y el trueque de bienes y servicios de manera habitual. Las familias se ponían de acuerdo para trabajar cada semana en diferentes hogares, construyendo las casas de todos con la colaboración comunitaria. Los albañiles, los carpinteros, los electricistas, los plomeros, etcétera, formaban cooperativas y levantaban las casas en un santiamén. Todo mundo se saludaba y se encontraba cotidiánamente en las calles, en los pequeños comercios, en el Parque Hidalgo o en los campos deportivos. Había tres avenidas importantes pero la Avenida Juárez, la principal, era en realidad la carretera de Tijuana a Mexicali, a la vera de la cual se comenzó a construir nuestra ciudad. El caserío tecatense se constreñía aproximádamente, a un área de un kilómetro cuadrado, lo demás era zona prácticamente rural.

La tranquilidad del pueblo era el principal bien que poseíamos. Podíamos caminar tranquílamente a cualquier hora del día o de la noche por las calles, y solo enfrentar riesgos como una posible mordida de perro. Nada más podía nublar nuestro destino y prevenirnos de posibles males o accidentes. Las semanas transcurrían con rapidez y se llegaba al viernes en el cual, religiósamente, acudíamos al parque para ver a los aficionados a la canción, que era un concurso muy popular donde participaban los tecatenses, compitiendo para tratar de ser los triunfadores. También se contaba con la quema del mal humor, las fiestas en el parque que culminaban el 15 de septiembre y la romería de verano. Todo era alegría y diversión sana con la participación de la ciudadanía. Eran los añorados tiempos del Tecate seguro, tranquilo, amable y excelente receptor de los visitantes.

Los tecatenses le temíamos a La Llorona, a la Señora del cinco, a los leprosos, a los robachicos, a los aparecidos y a los húngaros que llegaban cotidiánamente a leer las cartas, las manos y a hacernos dudar de ellos. Ahora le tememos a cualquier chamaco. Como la mayoría de los habitantes de Tecate éramos personas de bajos recursos, con mucha frecuencia se nos miraba en las tardes, caminar con bolsas o cajas de ropa de segunda mano, que nos habían regalado los pudientes, y a la cual le íbamos a dar el uso necesario. De la misma manera tuvimos la oportunidad de ir a los sembradíos de cebolla, tomate, zanahoria, rábanos y otras verduras. Nos subimos a los olivos para piscar aceitunas, curtirlas en nuestras casas y comerlas durante todo el resto del año. Los calzones hechos con tela de los sacos de harina Del Rosal, se miraban ondear en todos los tendederos de las colonias. Éramos pobres pero muy felices de vivir en una región segura, tranquila y con un excelente clima. Tecate fue un tiempo la sucursal del cielo.

Eso de poder caminar como si nada en la noche, es algo que todos los de esos años evocamos. El poder dormir en catres afuera de las casas, levantar la vista hacia el cielo, en las noches, y mirar a simple vista el Camino de San Juan o la Vía Láctea como se le conoce científicamente, tiene un valor extraordinario para nosotros los viejos, y es una añoranza constante. El coste de haber perdido todo eso es tan alto, que ahora con que pudiéramos recuperar la tranquilidad, olvidándonos de todo lo demás, sería inconmensurable. Tecate en este tiempo, como muchas ciudades de México, está muy cercano a ser una sucursal del infierno. Vale.

*- El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.

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