Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna Mexicali

La vida pública de la retórica

La imagen de un político asegurándonos que confiemos en sus palabras frente a una multitud que lo sigue con devoción.

La imagen de un político asegurándonos que confiemos en sus palabras frente a una multitud que lo sigue con devoción, es para muchos la imagen pública de un instrumento verbal que lleva con nosotros miles de años: la retórica. ¿Qué es la retórica? Es el arte de persuadir a nuestros semejantes por medio de un discurso bien elaborado y bien presentado.

Esta práctica cultural que surgió con la democracia ateniense, que se pulió con los miles de oradores que dieron lustre a la civilización grecolatina, que pasó a la jurisprudencia, a los ritos religiosos de masas, que saltó al magisterio y al comercio, con el tiempo se ha vuelto sinónimo de una forma de engaño, de un instrumento de la demagogia política (propaganda) o de la demagogia empresarial (publicidad).

En cierto modo, la retórica impregna la mayor parte de nuestra convivencia diaria aunque no la percibamos como tal. A veces sirve para unir a una nación. En otras funciona como un arma de destrucción masiva. Veamos algunos ejemplos para entender de qué hablamos.

Hay que ver la retórica como una forma de convencer a la sociedad de solidarizarse por el bien de la causa. El problema aquí no es la retórica sino la causa que se vende al público.

Pensemos en Hitler lanzando sus peroratas para construir una Alemania de raza pura o a Franco exigiendo una España exclusivamente católica. O los nuevos demagogos que exigen la expulsión de los migrantes de sus respectivas naciones.

Pero ante los discursos de odio hay otros de igualdad y de fraternidad, como los de Martin Luther King o Nelson Mandela, donde se persuade a los ciudadanos a que olviden sus diferencias y respeten a los demás por lo que son: simples seres humanos.

En otros casos, el discurso retórico tiende a pedir un sacrificarse ante los malos tiempos que vienen. En 1940, ante la inminente invasión de Inglaterra, el primer ministro Winston Churchill, en un discurso mundialmente famoso, dijo que él y su pueblo lucharían con todo y en todas partes, que no se rendirían jamás.

Pero un siglo antes, entre 1862 y 1867, eso fue exactamente lo que hizo Benito Juárez, presidente de México. Mientras el ejército francés y sus aliados se lanzaban a conquistar hasta el último rincón de nuestro país, Juárez decidió que la nación mexicana no era un territorio sino la constitución que él representaba, las órdenes y decretos que de él emanaban con su sello de gobierno, con su firma al calce.

Que México era libre mientras hubiera compatriotas luchando contra el invasor, mientras la legalidad estuviera de su lado. Y así ganó la guerra. Y así hizo de un país dividido una nación orgullosa de sí misma. Cuando tantos negociaban con las nuevas autoridades de facto, don Benito, sin ejército verdadero, con enemigos acechando por todas partes, nunca aceptó el camino fácil.

Terco, empecinado, monolítico, Juárez supo encarnar a la nación mexicana en su never surrender, en su esperanza de triunfo contra todo pronóstico. Por eso se puede afirmar que aquella frase de Juárez tan conocida: El respeto al derecho ajeno es la paz, puede ser vista como uno de los momentos estelares de la retórica moderna.

Pero pasemos a tiempos más contemporáneos: En la arena política actual, en la arena mediática, en la algarabía de las redes sociales, nadie admite otra opinión que no sea la suya. Por eso todas las creencias, incluso las más absurdas, las más ridículas, proliferan sobre los datos comprobados.

Porque la gente sólo escucha a los que piensan como ella, sólo tolera a los de su mismo credo. Cerrar filas es la consigna en estos tiempos cuando tantos comparten odios y prejuicios como su único lazo con el mundo. Y es que los discursos de las redes son persuasivos sin necesidad de argumentos, sólo por el fomento de nuestras filias y fobias.

Por último, la retórica la vemos cuando alguien falla en hacer su deber. Hoy toda catástrofe humana termina en un reporte oficial. Lo que sería, en términos contemporáneos, lo que hizo Poncio Pilatos en Jerusalén, al lavarse las manos: diluir la responsabilidad del gobierno o de quien tuvo que velar por la seguridad de los demás y no lo hizo.

Borrar el papel de las autoridades cuando el poder falla, cuando no logra hacer su tarea de prevenir desastres, injusticias, vejaciones, corrupción o impunidades. Eso también es retórica y de la mala.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

En esta nota