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La generación de la ruptura

La década de los setenta del siglo XX es, en Baja California, tiempo de autodidactas, de lecturas secretas y deslumbrantes por su capacidad de sacudir a los nuevos bardos y narradores.

La década de los setenta del siglo XX es, en Baja California, tiempo de autodidactas, de lecturas secretas y deslumbrantes por su capacidad de sacudir a los nuevos bardos y narradores. Las puertas de la percepción tienen nombres extraños: Bretón, Artaud, Lautreamont, Tzara, Eluard, Aragon, Blake o Jarry. Pero también están presentes las obras de Fuentes, Cortázar, Agustín, Paz, Rulfo, Agustín y Arreola como influencias inspiradoras. Es una época de radicalismos políticos y literarios, de existencias comprometidas con causas sociales o proyectos poéticos visionarios. Y es que en los años setenta del siglo XX, son los escritores bajacalifornianos la punta de lanza de nuevos cambios en la cultura estatal. Y decir cambio es decir una nueva forma de concebir, valuar y practicar el quehacer artístico, donde la clave no era la obediencia a los cánones establecidos por la tradición y consagrados por el uso, sino la elaboración –irónica, crítica o trastocadora de mitos, dogmas y valores prevalecientes en todos los órdenes de la vida– de nuevos espacios de acción, de nuevas maneras de unir arte y existencia.

Ya lo ha dicho Leobardo Saravia Quiroz al referirse al contexto social –a la vez nacional y fronterizo– en que surge la generación de la ruptura: “A partir de los sesenta los escritores fronterizos acusan influencias literarias que lo son también a nivel nacional: la asimilación tardía de las propuestas de la generación beat, y lo que significó en la desmitificación de valores y en la asunción de una escritura más libre y desenfadada; la aventura chamánica de Carlos Castañeda y su incursión por un mundo mágico en el cual redescubre un universo de elementos sensoriales que dejan huella en esa generación; la valoración de los elementos culturales de las minorías indígenas, sus cánticos rituales, su cosmogonía, su cercanía con la naturaleza, la dimensión dicotómica de la identidad del hombre.”

El reactivo fundamental para que la generación de la ruptura surgiera en el escenario cultural bajacaliforniano fue la llegada a Tijuana de Mario Arturo Ramos, un joven poeta queretano de 23 años de edad en ese entonces (1972). Dejemos que Rubén Vizcaíno Valencia –él mismo un renegado de su propia generación y un interesado en el despliegue de una nueva poética– nos cuente de esta aparición y de sus consecuencias: “En esos momentos de intensa vida social en Tijuana y cuando mis relaciones con la Asociación de escritores habían quedado en suspenso y en el momento en que los sucesos del 68 habían traído una reacción en la juventud que a muchos los llevó a la literatura u otras formas de las artes, llegó a mi salón de clases un estudiante queretano de melena larga, camiseta, liváis, botas a lo Ché Guevara y su morral; se hacía llamar Mario Arturo y le gustaba que le dijeran “El Gato”, no quería que se supiera su apellido. Traía algunas credenciales e insignias ganadas en la tortura que había padecido en la época del 68; decía haber estado en un congreso de literatura en Alemania y ser director de un taller de poesía en Sinaloa; entraba a los salones sin pedir permiso, con esa falta de respeto y esa rebeldía propia de la época, leyendo sus poemas y vendiéndolos por unas monedas. Era una especie de guerrillero literario, un rebelde con causa poética. Después de leer en mi clase, lo invitamos a que se presentara en otros salones. Luego de ponerlo en contacto con el Dr. Michael Cobián –con el que trabó una íntima amistad”, surgiendo entonces la idea de que había un interés genuino por la creación literaria en Tijuana entre los jóvenes universitarios y de ahí “surgió la idea de pedir al entonces rector, el Ing. Luis López Moctezuma, un presupuesto para que Mario Arturo viniera a Tijuana a fundar un taller de poesía, lo que ocurrió a su regreso a Tijuana a principios de 1972, que es cuando comienza la etapa actual de la literatura en Baja California.”

Desde entonces, gracias a esa actitud libertaria, a ese deseo de ser originales pésele a quien le pese, es que nacieron muchos otros talleres en Baja California y así se definió la generación de la ruptura en la literatura regional: con obras que rompían prejuicios y limitaciones, con actitudes críticas y autocríticas ante las obras propias y ajenas. Un nuevo lenguaje se abría paso para definir cuentos, novelas y poesía. De esa generación viene lo que hoy es Baja California en su expresión literaria.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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