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Jorge Chen Sham: el poeta como viajero

La poesía es viaje por el mundo para recordarnos de qué materia estamos hechos, travesía por los territorios del lenguaje en su espectro de experiencias, júbilos y asombros.

La poesía es viaje por el mundo para recordarnos de qué materia estamos hechos, travesía por los territorios del lenguaje en su espectro de experiencias, júbilos y asombros. Estas dos rutas de creación son visibles en la obra del poeta centroamericano Jorge Chen Sham. Estamos, aquí frente a un escritor sostenido por el fervor del viajero (por tierra, aire o agua) que nos apremia a seguirlo entre una variedad de experiencias deslumbrantes, telúricas, personales, que van desde cuartos de hotel hasta cráteres volcánicos, pasando por zancudos feroces, insomnios, conductores precavidos, pangas inestables, lujuria con sabor a piel, cuadros idílicos, aguas turbulentas, ventanas abiertas al gozo de la luz, chalecos salvavidas, tertulias entre amigos, madrugadas resplandecientes, olas que van y vienen en su torbellino, frutos paradisiacos, horizontes de palmeras, desayunos inéditos, tesoros descubiertos, serenatas bajo la Luna, conversaciones en casas solariegas, enamorados somnolientos, mercados bulliciosos, aromas de antaño, herbolaria ancestral, coloridos condimentos, café recién chorreado y un sinfín de productos “buenos, bonitos y baratos” que el poeta vierte en su escritura y transforma en poesía contemplativa, poesía que le permite meditar sobre el tiempo en que vive y sobre la sociedad a la que pertenece, en la que está inscrito por gustos y apetitos, por historias y leyendas, por actitudes y conductas. Y es ahí donde todo “lo anima y entusiasma”.

Jorge Chan Shem canta a lo que ama de forma íntima y cordial. No hace poesía popular a la manera de Nicolás Guillén sino que plasma momentos, escenas, episodios, circunstancias, encuentros que alumbran ese vínculo entrañable entre lo que el poeta es en su terruño y las visiones que emergen, como juegos de abalorios, como sorpresas cotidianas de tales viajes y visitas. De esa dialéctica emotiva entre su cultura nativa y su mirada traslúcida se crea una poesía de la experiencia personal que busca ser convivencia común y compartida, descubrimiento de resplandores y acertijos por igual, lectura de la existencia como camino a seguir, como sendero donde la felicidad es la mayor riqueza, el fruto más dulce. El viajero ha recorrido muchas regiones, pueblos, selvas, playas, ríos, pero nunca ha salido de casa porque sólo ha andado entre los suyos cantando lo que ve y lo que sabe, disfrutando las amistades, los amores, la grata compañía:

Lo que pretende Jorge Chen como poeta es conjurar, en un solo libro, con poemas escritos en variados tiempos, un país como Costa Rica, que reverdece en su bullanguera existencia, una patria donde la naturaleza indómita moldea el carácter de su pueblo, el temperamento vital, apasionado de sus habitantes. Su obra es un recordatorio de que la geografía aún pesa en nuestra literatura y es el cimiento creativo de América Latina, la piedra miliar de nuestras artes y nuestra poesía. Como Chen Sham nos lo dice desde su idiosincrasia centroamericana, lo hace con la madurez poética de un autor para quien caminar es un arte de revelaciones, para quien viajar es un acto que abre de par en par las puertas de las ansias exploratorias, los ritmos trepidantes, la vida como osadía y conciliación.

Entremos, pues, a estos versos caminantes, a estos poemas llenos de sabiduría, donde los dones de Costa Rica, su patria, son ya un nuevo eslabón en esa poesía de la naturaleza y la humanidad del Nuevo Mundo, ese camino que otros poetas latinoamericanos, como el mexicano Carlos Pellicer o el chileno Pablo Neruda, han creado para solaz de todos nosotros. Chen Sham ahora es el más reciente poeta en bautizar el paisaje americano como celebración bienvenida, como festín de la palabra, como rincón de nuestras querencias. A muchos poetas contemporáneos se les ha olvidado el gozo de nombrar el mundo, el placer genésico de compartirlo con los demás.

En ese sentido, la poesía de nuestro poeta es de una generosidad sin límites, de un altruismo que viene no del tema que ofrece sino del corazón que posee. Aquí hay que recordar que, en la poesía centroamericana, la que se ha llevado los reflectores desde el siglo XIX es la nicaragüense, con autores que van de Rubén Darío a Ernesto Cardenal. Pero Jorge Chen, en este siglo XXI, nos demuestra que también Costa Rica tiene quien le cante, quien difunda su entorno natural, su cultura. Que la poesía también es gracia y comunidad, tierra nativa y solariega.

* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.