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Gustavo Doré: el padre de las ilustraciones

A Gustavo Doré lo conozco de niño. Puedo decir que su obra gráfica es la que más me impresionó cuando abría el pesado tomo de la Biblia (edición de 1958) y antes que leer las aventuras horrendas (asesinato entre hermanos, exterminios por fuego o agua, esclavitud, guerras y masacres) del Antiguo Testamento me ponía a ver las ilustraciones que aparecían en aquella magna obra.

A Gustavo Doré lo conozco de niño. Puedo decir que su obra gráfica es la que más me impresionó cuando abría el pesado tomo de la Biblia (edición de 1958) y antes que leer las aventuras horrendas (asesinato entre hermanos, exterminios por fuego o agua, esclavitud, guerras y masacres) del Antiguo Testamento me ponía a ver las ilustraciones que aparecían en aquella magna obra. Lo primero que hoy salta a la vista, observando el vastedad de obras que Gustavo Doré dejó como legado, es que el conjunto de sus principales trabajos (cerca de 10,000 grabados) apenas abarca la labor de treinta años: de 1854, en que ilustró las Fábulas de Lafontaine, a 1883, en que murió dejando como último trabajo sus ilustraciones del poema El cuervo de Édgar Allan Poe. Es un periodo corto pero la intensidad de su obra nos recuerda la tarea esclavizante, en el campo de las letras, de Honorato de Balzac, un contemporáneo suyo.

Ambos vivieron, Doré y Balzac, bajo la presión de sus respectivos editores y sus vidas, no se olvide, transcurrieron en una época de auge de la prensa y el libro como difusores de las grandes obras literarias a nivel de producción en serie. La obra visual de Doré le daba una ventaja editorial frente al público lector de aquellos tiempos: la de ver lo que se estaba leyendo, dándole rostros y escenarios verosímiles a los textos, con lo acabó fomentando la imaginación de sus contemporáneos y, por ello, sus libros ilustrados por su mano tuvieron tanto impacto y tan buenas ventas. En la segunda mitad del siglo XIX, el libro se constituye en el pasatiempo por excelencia de las clases acomodadas y de esa naciente clase media que va adquiriendo el gusto por la lectura en su doble acepción: como entretenimiento socialmente aceptable y como conocimiento compartido para mejorar en el mundo de la realidad. Doré se especializa en un nicho del mercado librero: los clásicos de la literatura, en el entendido que clásicos podían ser obras antiguas, reconocidas por la crítica literaria, así como obras modernas que habían recibido la unánime aceptación del público lector.

En este caso, se puede afirmar que el gusto de Doré era ecléctico en cuanto a las obras literarias y más si trabajaba en libros específicos por encargo de los editores. Pero si uno examina sus trabajos encuentra, de inmediato, una línea perceptible de interés personal en su obra. Y esa línea es netamente romántica. Los temas pueden ir de fábulas para niños a historias grotescas, de libros religiosos a novelas de parejas legendarias. Pero el tema siempre está imbuido de la certeza del impulso amoroso: ya sea el amor al país, a la divinidad, a la libertad o a la locura. Doré siempre tiene una perspectiva emotiva para mostrarnos, en cada uno de sus personajes, sus venturas y desventuras, sus vínculos sentimentales y sus debilidades amorosas. En sus ilustraciones, el ser humano no es una máquina sin albedrío sino un fuego que todo lo consume, un ángel caído debatiéndose entre hacer el bien o el mal. Aquí, en estos mundos que van de la comedia a la tragedia con tanta facilidad, del heroísmo a la barbarie con tanto gusto, la vida parece ser un juego sublime, una verdad desgarradora, un instante de oscura reflexión.

Su obra, sin salirse de los parámetros del realismo decimonónico, ilustra un impulso romántico que no esconde sus raíces fantásticas, sus apetencias por lo grotesco, lo carnavalesco, lo esperpéntico. Estamos, en cierto modo, ante una especie de Goya que en vez de retratar las vicisitudes de su tiempo dibuja las calamidades de la imaginación literaria con puntilloso detalle. Olvidándose de las constricciones de una obra de la que no puede escapar en personajes o atuendos, Doré hace de su tema ya dado, un punto de partida para crear un mundo propio, unas vidas que quedan indelebles en la imaginación popular. Si pensamos en el Quijote o en Dante, en los personajes de la Biblia o en los caballeros que fueron a luchar en las cruzadas, nuestra memoria colectiva viene de las ilustraciones de Gustavo Doré. Antes de que llegara el cine, Doré fabricó las imágenes precisas de las grandes obras de la literatura universal, estableció en forma definitiva el retrato de los personajes más famosos que en ellas han vivido. Esa es su marca en el mundo de la ilustración. Por eso podemos llamarlo el padre de la narrativa visual.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.