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El loco Vizcaíno

Cuando vemos la historia de nuestra entidad, especialmente desde la fundación del estado libre y soberano de Baja California en 1952, podemos observar que las tensiones internas de nuestra sociedad de frontera se hicieron no sólo visibles sino que explotaron en las páginas de la prensa regional con tremenda virulencia.

Cuando vemos la historia de nuestra entidad, especialmente desde la fundación del estado libre y soberano de Baja California en 1952, podemos observar que las tensiones internas de nuestra sociedad de frontera se hicieron no sólo visibles sino que explotaron en las páginas de la prensa regional con tremenda virulencia. En esta situación, la obra de Rubén Vizcaíno Valencia (1919-2004) sirve como el ejemplo mayor de una literatura reflexiva y creativa puesta al servicio de la nueva entidad. Al morir, el 30 de junio de 2004, Rubén Vizcaíno Valencia ya era una figura central en la cultura de Baja California. Por más de cincuenta años, desde su llegada a esta entidad a mediados del siglo XX, Vizcaíno Valencia había labrado una trayectoria que iba del comercio a la política y de ésta a la promoción cultural y artística de todo lo que fuera bajacaliforniano, mexicano y universal. De ser un vendedor ambulante, una seductor que mostraba su mercancía en las tiendas de la frontera, pasó a ser un residente más que se empeñó, como muchos otros contemporáneos suyos, en dejar huella como tribuno del pueblo, como líder de las masas, a través de una presencia imponente y una oratoria hecha de exaltación y paroxismos.

Nacido en Colima un 11 de septiembre de 1919 y forjado en la aguerrida ciudad de México, don Rubén se volvió bajacaliforniano en los años cincuenta, cuando hizo su casa primero en Mexicali y más tarde, ante las adversas circunstancias laborales y políticas, cuando se trasladó a vivir a Tijuana, donde fue el corazón palpitante, el centro motor de una generación de artistas —pintores, músicos, teatreros y literatos— que iba a conformar un ideario común: el de la Californidad; una generación que tendría, en la década de los años sesenta del siglo XX, su apogeo en términos de presencia pública, realización de proyectos individuales y colectivos, y transformación de la conciencia histórica y cultural de la sociedad bajacaliforniana.

La idea no era nueva para Vizcaíno. Como declamador encendido y orador apasionado, don Rubén se veía a sí mismo como un cantor de la épica comunitaria, como un profeta que conduciría al pueblo de Baja California a una tierra prometida llamada arte y cultura. Este concepto tenía sus raíces en su propia trayectoria existencial, en su propio aprendizaje autodidacta pero que incluía su paso por las aulas universitarias de la UNAM.

En su libro Nosotros, los mexicanos (1966), el periodista y licenciado Aníbal Gallego Gamiochipi, cuenta que Vizcaíno era considerado desde que era estudiante un loco, es decir, un filósofo. Para Gallego, la locura de su amigo Rubén no es la de una persona que vive fuera de la realidad sino la de un pensador que vive la realidad con una intensidad estremecedora: “Mi amigo Rubén Vizcaíno Valencia, es aprendiz de todo y oficial de nada. Dicho esto, sin el menor sentido peyorativo. Yo lo conocí en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional. Sus compañeros le decían simplemente: “el loco Vizcaíno”. Probablemente, a causa de su inquietud. Lo cierto, es que este mote, a Vizcaíno, no le hacía ninguna gracia. Muchas veces lo vi morderse los labios de rabia. Rubén, colimense puro, primero se tituló de profesor. Después, humildemente, llegó a nuestra máxima casa de estudios, para estudiar Derecho, y Filosofía. Esta última disciplina la estudió con verdadera fruición. Anhelaba consagrarse al estudio de Kant, de Husserl, de Platón, etc., pero un buen día descubrió que Antonio Caso, la máxima expresión del pensamiento filosófico mexicano, ¡ganaba ciento cincuenta pesos al mes! En ese mismo momento, abandonó la filosofía, pues él, —Vizcaíno Valencia—, entonces, como agente de calendarios, ganaba mil pesos a la semana.”

Aníbal Gallego plasma a Rubén Vizcaíno como una especie novedosa en el panorama social de nuestra entidad: la del hombre de alta cultura. Porque Vizcaíno podía ser un loco por la difusión de la cultura en Baja California, pero era un loco lúcido, tenaz, valiente, que no aceptaba la derrota en una sociedad fronteriza que sólo quería el ocio del consumo y no le interesaba el saber intelectual, la creación artística como parte de su vida comunitaria. Contra esa idea, don Rubén luchó toda su vida, consagró todo su tiempo a enseñarnos que sin la cultura no habría futuro para nuestra entidad, porvenir para todos nosotros.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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