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Dos años después

El pasado primero de julio se cumplieron dos años del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador. A pesar de que previamente estuvo en la actividad política durante muchos años, hoy lo conocemos más. Sabemos cómo gobierna, qué busca, qué visión tiene con respecto a las cosas y, en términos generales, qué pretende lograr durante su gobierno. He aquí una síntesis muy apretada de algunos de estos rasgos.

El pasado primero de julio se cumplieron dos años del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador. A pesar de que previamente estuvo en la actividad política durante muchos años, hoy lo conocemos más. Sabemos cómo gobierna, qué busca, qué visión tiene con respecto a las cosas y, en términos generales, qué pretende lograr durante su gobierno. He aquí una síntesis muy apretada de algunos de estos rasgos.

Hasta ahora hemos visto que en estos dos años se ha enfocado en desmantelar el enorme aparato de gobierno, eliminando organismos, reduciendo dependencias, cortando presupuestos, para tener un gobierno más austero, con sueldos más bajos y menos derroche de los funcionarios.

En segundo lugar, es un gobierno que se ha volcado en un cien por ciento hacia los grupos más pobres o más necesitados, tratando de que este sea el rasgo y el objetivo principal de su gobierno. Le ha concedido también, en tercer término, una gran importancia a la corrupción aunque con resultados muy exiguos todavía.

Ha eliminado proyectos económicos de gran envergadura como el aeropuerto de la Ciudad de México y se ha concentrado, en cambio, en proyectos como el Tren Maya, las refinerías y el rescate de Pemex, que son proyectos que en la opinión de los expertos no son los más pertinentes o más necesarios.

En términos políticos, AMLO se ha mostrado como un presidente muy poco afecto a la democracia y a las instituciones de gobierno, a los movimientos sociales, a los organismos que juegan un papel de contrapeso y en los que participan diversos grupos sociales.

De manera insistente se muestra desconfiado hacia lo que se concibe como la “democracia formal”, los organismos electorales, las organizaciones de la “sociedad civil” e incluso hacia los partidos políticos. Desconfía de los medios, de los intelectuales, de los académicos o de los expertos en los diversos temas.

En lugar de todo esto, AMLO privilegia la relación directa entre el líder (en este caso el presidente) y el pueblo, el voto a mano alzada, la consulta en la plaza pública, que son mecanismos útiles quizás para gobernar, pero que a la larga conducen hacia la construcción de gobiernos autoritarios y paternalistas, que concentran el poder en un solo hombre como llegó a suceder en el viejo régimen priista. AMLO muestra un profundo afecto hacia ese régimen que se pudrió en México.

En cuanto a sus dos banderas principales como son el combate a la corrupción y el abatimiento de la pobreza, hay enormes lagunas y deficiencias en las políticas adoptadas hasta ahora por López Obrador. No podrá haber combate a la corrupción si AMLO sigue defendiendo y manteniendo en su gobierno a Manuel Bartlet y el caso reciente de las millonarias propiedades de la secretaria de la Función Pública Irma Eréndira Sandoval y su esposo John Ackerman.

Y tampoco podrá haber una disminución de la pobreza en México si lo único que se está haciendo hasta ahora es apoyar con más programas a los pobres, dar becas a los jóvenes y asegurar un ingreso para los más viejos del país, que son importantes pero no atacan de raíz el problema estructural del país y su falta de oportunidades.

Hay dos rasgos más que AMLO ha mostrado en estos dos años. Uno es su constante y enorme preocupación porque sus enemigos y adversarios no le quiten el poder o la presidencia. Esto hace que la agenda del presidente sea casi exclusivamente una agenda política, que le sirve para mantener activos a sus seguidores y para mantener a raya a sus posibles opositores.

El otro, es la enorme contradicción que representa que la imagen que López Obrador busca proyectar entre sus seguidores sea la de un humanista, un hombre en busca de paz, pero que se mantiene en una guerra permanente contra sus enemigos, a los que fustiga y descalifica todos los días, dividiendo y polarizando a la sociedad, descosiendo heridas históricas.

En síntesis, el proyecto de la 4T de López Obrador es en realidad un amasijo de contradicciones que si bien se arropan en una imagen más humanista que contrasta con el modelo neoliberal, en otros sentidos representan un salto hacia atrás. La pandemia, desgraciadamente, va a agudizar esta situación, haciendo más difícil una salida favorable para el país.

AMLO está a tiempo de cambiar y modificar el rumbo. Pero eso ya no va a suceder. Los tiempos se precipitaron y la agenda política de aquí al final del sexenio es lo que va a prevalecer, a medida que la crisis se profundiza y se acerca el cambio de gobierno. ¿La 4T se agotó?



El autor es analista político

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