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Dios sí hunde colosos

Del Titanic decían que ni "Dios podía hundir ese barco", pero el 14 de abril de 1912 el coloso que se pensaba insumergible va a dar al fondo del Atlántico Norte arrastrando consigo a más de mil personas, y conmocionando a una humanidad secuestrada por la arrogancia y la banalidad.

Del Titanic decían que ni "Dios podía hundir ese barco", pero el 14 de abril de 1912 el coloso que se pensaba insumergible va a dar al fondo del Atlántico Norte arrastrando consigo a más de mil personas, y conmocionando a una humanidad secuestrada por la arrogancia y la banalidad.

La reciente noticia de que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump está contagiado de coronavirus y que tuvo que ser hospitalizado por “precaución” médica, nos recuerda, como suele suceder cada siglo, la vulnerabilidad de nuestra especie, sin distinción de clases, ni posición de poder.

Las noticias reventaron desde el jueves con el contagio de la pareja presidencial y ayer viernes conmocionaron al mundo entero al ver las imágenes de un helicóptero de la fuerza armada trasladando al irreverente mandatario al Walter Reed National Military Medical Center a consecuencia del coronavirus.

Como una ironía, Trump quien en repetidas ocasiones mostró su negación a usar las mascarillas, es ahora, junto a su esposa Melania, así como miembros de su gabinete, parte de las estadísticas de los millones de contagiados del virus en el mundo.

El mandatario, quien hace meses valido un tratamiento experimental con cloroquina, lo que derivó en la muerte de una persona en Arizona, y quien también fue fuertemente criticado por sugerir nuevos métodos con los que acabar con el patógeno al inyectar “desinfectante” en los pacientes para “limpiar los pulmones”, ocupa ahora una cama de hospital.

No satisfecho con la tormenta desatada por las insensibles declaraciones sobre la seriedad con la que se vive la pandemia, Trump siguió llamando de forma racista "virus chino" al Covid-19, aun contra las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Antes de que el coronavirus llegara al país, el republicano sabía que era más letal que la gripe, pero quería minimizarlo para evitar el pánico, según lo cita en su libro Bob Woodward, conocido periodista por destapar el escándalo de Watergate.

En las entrevistas para su publicación, "Rage" ("Rabia"), Trump le dijo a Woodward que el virus era "algo mortal", incluso antes de que se confirmara la primera muerte en Estados Unidos, mientras que en público hacía afirmaciones titánicamente distintas.

El 24 de febrero, Trump escribió en Twitter que el virus estaba "bastante bajo control". Un par de días después, el 26 de febrero, cuando ya había 15 casos, Trump dijo que "en un par de días" los contagios iban "a bajar a casi cero". "Hemos hecho un trabajo bastante bueno".

Trump también dijo que el virus iba a "desaparecer": "Va a desaparecer. Un día, como un milagro, desaparecerá".

Hablando en el Capitolio el 10 de marzo, Trump enfatizó: "Estamos haciendo un gran trabajo con el virus. Y desaparecerá. Solo mantengan la calma. Se irá".

Y el acabose se vio durante el arrebatado debate que tuvo con Joe Biden, donde reafirmó fantasiosamente su “excelente” trabajo contra el virus, sin responsabilizarse de las miles de muertes en el país.

El Presidente, quien se postula para la reelección en noviembre, a más de medio año de sobrellevar una pandemia que parece no tener fin, se convirtió en una más de las víctimas del letal virus.

Llámalo como quieras: truco publicitario, argucia electoral, circunstancia, coincidencia de la vida, justicia divina. Lo cierto es que este acto de vulnerabilidad hacia el que se creía “omnipotente”, nos recuerda, como el Titanic, que Dios sí hunde colosos.

*Corresponsal en Arizona y Nuevo México de la Agencia Internacional de Noticias EFE

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