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Del retrato humano a las selfies

A partir del siglo XIX, tanto en la pintura, el grabado o la fotografía, el ser humano es constante centro de atención.

A partir del siglo XIX, tanto en la pintura, el grabado o la fotografía, el ser humano es constante centro de atención. Ya en siglos anteriores, un artista mayor como Rembrandt (1606-1669), con su cuadro La ronda nocturna (que hoy sabemos es diurna), pintado en 1642, nos presenta a los ciudadanos en su caótica formación, pero en realidad nos ofrece un panorama de la sociedad de su tiempo, incluyendo una niña mirona y un perro escamado. Ya no se necesita ser un personaje de la aristocracia, un rey, un conde, un emperador, una princesa, para recibir la mirada creativa de un artista. Y dos siglos más tarde, con el realismo en pleno reinado, todos los seres humanos son materia a dibujar, grabar o pintar, no importando su lugar en la sociedad sino su singularidad, su vehemencia, su diferencia. El trabajador, el obrero, la costurera, la camarera, el paseante, el vagabundo, el miserable, la lavandera, todos son personas que hay que pintar con el mismo detalle y veracidad.

Allí está la obra de Gustave Courbet (1819-1877), quien pinta a pescadores, mineros, amas de casa, músicos y bohemios. El artista no busca, necesariamente, lo que hace idénticos a los seres humanos que retrata, sino que se decanta por lo único: entre más raros o extraños sean ante sus ojos, más interesantes se vuelven como sujetos a capturar con su pintura. Queda para el realismo la visión minuciosa del cuerpo humano no sólo en sus atuendos de vida cotidiana, en la pintura de Courbet, El origen del mundo (1866), se expone el sexo femenino como un paisaje a explorar, como una frondosa abertura que aguarda la mirada ajena para obtener su significado más profundo, su resonancia generativa.

Para el siglo XX, las vanguardias se lanzan a conquistar al público con un grupo de prostitutas (Las señoritas de la calle de Avigñon, 1907) de Pablo Picasso (1881-1973), o mostrando una pareja de recién casados flotando en los cielos de París, como en la obra que Marc Chagall (1887-1985) pintara de 1915 en adelante. La culminación del retrato humano lo da, quizás, Andy Warhol (1928-1987), con su obsesión de fotografías a todos los seres humanos que pasaban por su estudio y su vida, empezando por él mismo. O Tal vez esté en la obra de dos fotógrafas estadounidenses como Sally Mann (1951) y Annie Liebovitz (1949). La primera captando a su familia en cada una de sus etapas, desde el nacimiento a su madurez, sin recato, sin obviar los actos más nimios o más privados, mientras que Leibowitz se atrevió a registrar la enfermedad y agonía de su amante, la escritora Susan Sontag, de principio a fin: desde su cama de enferma de cáncer hasta su lecho mortuorio. El arte, en todo caso, como un recuento pormenorizado de lo público y lo privado, de lo personal y lo comunitario.

La fotografía al natural, la que muestra los logros del progreso en la diversidad y liberalidad de conductas, tiene como legado a la fotografía de prensa, tanto la que ilustra las revistas del siglo XX, como National Geographic, Time y Life, como de las grandes agencias informativas (AP, UPI, Reuters o Magnum), que culmina en la obra del fotógrafo húngaro Robert Cappa (1913-1954) y del fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado (1944), donde lo humano es visto como un repaso de su reciedumbre y fortaleza ante las peores condiciones (guerras, esclavitud, explotación laboral) del mundo industrial y globalizado.

El culto a la celebridad, y aquí no hablo de la celebridad lograda por artistas del espectáculo o deportistas de nivel mundial, se ha vuelto hacia la gente común que quiere ser reconocida. Porque la fama, en la época contemporánea, es un fenómeno aparte por la difusión mediática conseguida vía los medios electrónicos de comunicación desde el siglo XX y por las redes sociales de internet a partir de nuestro siglo. Este fenómeno es tan central en la vida de la civilización humana que ha creado un deslizamiento cultural: del culto a los ricos y famosos se está pasando al culto por uno mismo gracias a la globalización reinante: “Yo soy importante”, “Yo tengo cosas que debe conocer el resto del mundo”, parecen ser las posturas en boga en todas partes y a la vez. Y si nadie me retrata, pues yo mismo lo hago: aquí va mi selfie, ahora, a todas horas, para que sepan quién soy y cómo vivo.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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