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Cargar el venado (Parte 1)

Esta es la historia de un hombre que estaba a la orilla del camino sentado en una piedra, bajo la sombra de un frondoso árbol.

Esta es la historia de un hombre que estaba a la orilla del camino sentado en una piedra, bajo la sombra de un frondoso árbol. Se le miraba triste, meditando cabizbajo; casi, casi a punto de soltar el llanto. Así lo encontró su compadre, quien al verlo en tales fachas, le preguntó cuál era el motivo para que él se encontrara en situación tan deprimente. Compadre, ¡la desconsiderada de tu comadre! Ella es la culpable de mi situación. No diga eso compadre, mejor dígame, a lo mejor te puedo ayudar a encontrar una solución al problema. El compadre, después de respirar profundo y conseguir la calma, le empezó a decir, mira compadre, tú sabes que somos muy pobres y en mi humilde rancho la única forma de acompañar los frijoles es con un pedazo de carne que consigo en el monte cuando salgo de cacería. Me voy con mi escopeta, paso varios días de penalidades, arriesgándome con los peligros del monte, esquivando víboras y tigres, soportando la terrible comezón que me producen las garrapatas, los piquetes de moscos. Aguantar, hasta los huesos, el frío de las noches. Luego, por fin, si la suerte me socorre y logro cazar un venado, todavía tengo que cargarlo en mis espaldas todo el largo camino de regreso al rancho y subir la cuesta de la loma hasta llegar a mi casa. Todavía no termino de llegar cuando aparece mi señora con el cuchillo en la mano e inmediatamente empieza a repartir el venado entre los vecinos y sus familiares. Que una pierna pa' doña Victoria, Que otra pa' doña Cleo, Que este lomito pa' mi amá, que esto pa'llá, que las costillitas para su hermana y de repente de nuevo sin nada que comer y ahí voy de tarugo otra vez de cacería. ¡Pero ya me cansé y esta noche mínimo la desgreño!

El compadre de aquél pobre desdichado, después de meditar un momento, le dio la solución: la próxima vez que vayas de cacería invita a tu mujer a cargar el venado. ¿¡Qué!? Sí, llévate a la comadre de cacería, nomás no le digas las penurias que pasas para llevar el venado a tu casa. Mejor píntasela bonito. No le hables de caminos empedrados, ni de los bichos, ni los peligros, ni del frío ni el calor. Dile que la invitas a la cacería para que los dos disfruten juntos de los bellos paisajes, del esplendor de las estrellas que te cobijan en la noche, De los manantiales cristalinos que reflejarían románticamente sus imágenes, de la graciosa manera en que camina el venado, del dulce canto de los grillos y los pajarillos silvestres, en fin, píntale bonita la cosa. El compadre siguió el consejo. Por supuesto la convenció. La mujer, entusiasmada, se peinó, se fue de falda larga hasta el tobillo, con zapatos de salir, poco a poco se le empezó a desagarrar la falda con las púas en el camino y al cruzar el primer arroyo ya parecía minifalda porque la prenda quedó desgarrada. Se le pegaron por todo el cuerpo garrapatas y bichos. El fuerte sol le quemó la piel. El pelo se le maltrató: le quedó tieso como estropajo. Las manos llenas de ampollas y llagas que se le hicieron al abrirse paso entre el espeso monte. Toda envuelta en polvo y sin aliento, estuvo a punto de sufrir un infarto al toparse con una enorme víbora. Por fin, después de tantos martirios, encontraron al venado. El hombre sigiloso se acercó a su presa, y localizó el blanco justo para liquidar al escurridizo animal. ¡Bang! Y el venado cayó muerto.

*- El autor es ex presidente de la Federación de Colegios de Ingenieros Civiles de la República Mexicana.

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