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Ahora que estamos encerrados

Es impresionante ver, por los medios electrónicos, algo que no imaginábamos sucedería. Gracias a la pandemia presente ya en varias partes del mundo, se ha logrado, que el agua que fluye en los canales de Venecia sea clara; por primera vez en mucho tiempo, los peces son visibles, los cisnes regresaron.

Es impresionante ver, por los medios electrónicos, algo que no imaginábamos sucedería. Gracias a la pandemia presente ya en varias partes del mundo, se ha logrado, que el agua que fluye en los canales de Venecia sea clara; por primera vez en mucho tiempo, los peces son visibles, los cisnes regresaron. A las calles desoladas de Italia llegan jabalíes con sus bebés, patos a las fuentes de Roma. Se puede ver el cielo limpio sin contaminación, la naturaleza empieza a sanarse, la tierra toma un descanso que ya necesitaba. Es como si el coronavirus fuera la vacuna que requería el planeta para el virus de la humanidad.

Son éstas algunas de las cosas positivas que este terrible virus nos ha traído. Pero también en el aspecto humano hay cambios, y aunque no todos sean positivos, nos sirven para descubrir, cómo en las dificultades, el ser humano muestra tanto lo mejor que tiene, como lo peor de él. Lo hemos visto en cosas tan sencillas como el querer acaparar egoístamente víveres, mercancía, sin pensar un momento en las necesidades del otro, o subiendo los precios aprovechando la demanda que se tiene.

Al permitir Dios esta amenaza, que pareciera necesitábamos, nos da la oportunidad, no solo de practicar la bondad, solidaridad y comprensión para con los demás, sino de reflexionar qué sentido tiene nuestra vida, en que tenemos puesto nuestro corazón, a qué le damos más valor, preguntas que por las prisas, la falta de tiempo, el estres, la ambición de tener más y más cosas, nunca nos hacemos y ni nos interesa hacernos.

Esta coyuntura, más que alarmarnos y estresarnos, debe tener un propósito. Uno de ellos, en mi opinión es el agradecer.

Agradecer el darnos cuenta, lo frágiles que somos, que dependemos de Alguien mucho más grande, y del que, con frecuencia poco nos acordamos.

Agradecer por hacernos apreciar la forma en el que vivimos, la abundancia de víveres, nuestra libertad, el tener salud, familia, amigos, todo aquello que damos por sentado, llegando hasta creer que lo merecemos.

Agradecer también poder detenernos, para ver, lo perdidos que estábamos en “nuestros asuntos” sin darnos tiempo ni valorar las cosas más básicas: convivir y compartir con nuestros hijos los juegos, la plática importante que dejábamos para después, los besos, los abrazos, la visita a los abuelos, cosas para las que nunca había tiempo.

Es importante también en estas circunstancias, estar al pendiente de nuestros vecinos, o del migrante que vemos en la calle, apoyar, compartir, una forma también de agradecer que nosotros podamos tener lo que a tantos les hace falta.

Y ¿De dónde vamos a sacar esta forma de actuar? Sin duda alguna de nuestra fe en Dios, que es quien da sentido a nuestra vida, con goces y penas, es nuestra fortaleza, y nuestro fin último. Aprovechemos pues este encierro obligado para crecer en la fe, recuperando esa parte esencial de nuestro ser, nuestro espíritu, que a fin de cuentas es lo más importante que poseemos, y paradójicamente es, lo que hemos tenido más olvidado. ¡Feliz encierro ¡ y que Dios nos proteja a todos.

¡Mujer mexicana forja tu Patria !

* La autor a es consejera familiar.

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