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Abelardo L. Rodríguez: militar, empresario, publicista

Comparado con el coronel Esteban Cantú, que gobernara el Distrito Norte de 1915 a 1920.

Por Gabriel Trujillo

Comparado con el coronel Esteban Cantú, que gobernara el Distrito Norte de 1915 a 1920, al general Abelardo L. Rodríguez, gobernante de Baja California en la década de los años veinte del siglo XX, no se le ven dobleces ni actitudes dictatoriales excepto con los periodistas que no siguen sus dictados. Mientras que Cantú se aprovechaba de la ley fuga para deshacerse de sus adversarios políticos, Rodríguez es más emocional, menos siniestro: prefiere él mismo darles, con sus propias manos, lo que considera es su merecido. No actúa como un represor sino como un boxeador. Pero no establece un régimen autoritario en Baja California, menos un gobierno tiránico como fue el de su predecesor.

De 1920 a 1922, como jefe militar, obedece sin chistar a la autoridad civil y nunca se mete en conflictos políticos con otras autoridades, excepto con aquellos que atentan con su coto de poder, como es el caso de Ricardo Covarrubias y sólo ante la andanada de periodicazos que recibe de la prensa que este político controla. Tal vez la actitud más desfavorable que hace gala es su racismo contra la comunidad china, a la que intenta reducir desde su nacionalismo revolucionario. O quizás su conducta es propia del grupo sonorense en el poder y combate a los asiáticos porque estos son una competencia para sus propios negocios en la entidad.

Rodríguez no gobierna para todos, pero sí lo hace para sus amigos y familiares, a quienes pone al frente de sus múltiples empresas nacidas a la sombra de su poder estatal o nacional. Como oficial del ejército, no ha pasado por el Colegio Militar para aprender a combatir sino por los campos de batalla de la Revolución Mexicana. Confía en el armamento moderno y en los aviones bombarderos para imponerse en sus campañas bélicas, como lo demuestra cuando combate, exitosamente, la rebelión escobarista en Sonora, su estado natal en 1929.

La perspectiva histórica que tenemos del paso de este sonorense por el Distrito Norte de la Baja California es eminentemente política. A ella se agrega la visión de que para él todo acto de gobierno tiene como fin hacer negocios, construir un imperio comercial e industrial para su beneficio personal. En Rodríguez tenemos un revolucionario con mentalidad porfirista. Al coronel porfirista-huertista Esteban Cantú primero lo combate en 1921, pero pocos años después aboga por su regreso. El vínculo conciliador es Arturo Guajardo, el abogado que es amigo de ambos y que logra el regreso a territorio bajacaliforniano del coronel y la adhesión de éste al régimen revolucionario. Tal vez por eso, como gobernador, a nuestro general no le interesan los enconos ideológicos y sí los socios potenciales para sus propias empresas. Su amistad con Harry Chandler y H. H. Clark de la Colorado River Land Company, le dan grandes dividendos: la protección noticiosa de Los Angeles Times y el que los intereses de su régimen sean los intereses del más grande monopolio de bienes raíces en Baja California. Aunque apoya la colonización de las tierras del valle de Mexicali, no toca los intereses territoriales de la Colorado.

Rodríguez es un buen amigo mexicano de los estadunidenses, a quienes apoya en todo lo que esté en su poder y mientras no sea un obstáculo para su carrera política. Su mentalidad es la de un publicista de sí mismo: cuando descubre que el escándalo de la familia Peteet da a la franquicia Tijuana connotaciones negativas para su propia imagen, en vez de presionar a la industria del vicio -que está en manos extranjeras- sale con el plan de cambiarle el nombre a esa ciudad fronteriza y llamarla Zaragoza, como si con eso bastara para que el negocio siga funcionando y él pueda despreocuparse. La suya es una solución de comerciante a una situación política y por eso no funciona.

Es interesante descubrir su escasa capacidad de frustración. Lo advertimos cuando se enfrenta a campañas de prensa en su contra en 1924 y en 1926. Pero también es obvio que nuestro general sabe cómo lidiar con políticos adversos y con periodistas hostiles. Su maquiavélico uso de la prensa oficial así lo demuestra. Y el que utilice medios modernos de propaganda, como el cine, para revertir “las historias indeseables” que otros pretenden crear de su persona y de sus actos, lo confirma. Estamos, con don Abelardo, ante un gobernador que usa los métodos publicitarios para adornar su obra pública. Un político moderno, ¡ni quién lo dude!

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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