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Una tormenta en Washington

Hasta hace unos días, la posibilidad de que Donald Trump enfrentara un juicio de destitución parecía mínima.

Hasta hace unos días, la posibilidad de que Donald Trump enfrentara un juicio de destitución parecía mínima. A pesar de su indiscutible y reiterado abuso de poder y la probable obstrucción de justicia de Trump durante la investigación de la interferencia rusa en la elección del 2016, los líderes demócratas en la Cámara de Representantes, encabezados por la congresista Nancy Pelosi, se habían negado a dar el banderazo de salida a un proceso que sería, en casi cualquier circunstancia, de pronóstico reservado. Pelosi y sus colegas calculaban que, con todo y la evidencia, el pedregoso camino hacia el juicio político podría regalarle a Trump la narrativa de la víctima, un cuento por demás conveniente rumbo a la elección del año que viene. Ahora, Pelosi se ha deshecho de toda prudencia. Después de las revelaciones de la semana pasada sobre la llamada entre Trump y el presidente ucraniano, los demócratas han decidido cruzar el Rubicón. Para bien o para mal, no hay marcha atrás.

¿Qué ocurrirá? Lo primero que hay que aclarar es cuán improbable resulta la remoción final del Presidente de Estados Unidos. El camino hacia la destitución definitiva requiere, antes que nada, del voto de 218 congresistas, una mayoría simple en la Cámara de Representantes. Eso no debe ser mayor problema para los demócratas, que controlan la Cámara Baja. Según algunos cálculos, para finales de la semana pasada el Partido Demócrata ya había logrado reunir el número necesario para aprobar el proceso y enviarlo a la Cámara Alta.

El Senado es cosa muy distinta. Ahí, los promotores de la destitución de Trump necesitan, por ley, de una super-mayoría para tirar al Presidente. El desafío es mayúsculo. Los demócratas sólo tienen 47 senadores en su bancada. Dado que se requieren 67 votos para remover a Trump, necesitarían convencer a 20 senadores republicanos de darle la espalda a su Presidente. Parece casi imposible. ¿Por qué? Lo cierto es que, por ahora, Trump sigue siendo dueño del destino político de varios de sus colegas porque, a pesar de todo, su popularidad entre los votantes republicanos es abrumadora. Alrededor del 85% aprueba su gestión. Con esos números como respaldo, es improbable que los senadores republicanos decidan jugarse su futuro traicionando a Trump en su batalla más complicada.

En suma, el proceso que han comenzado los demócratas tiene muy pocas posibilidades de culminar en la separación de Trump de su cargo. ¿Qué ganan, entonces? Es una buena pregunta. Los riesgos son considerables. Es enteramente posible que, tras su hipotética exoneración (por injusta que sea), Trump cante victoria y salga fortalecido. Podría, por ejemplo, presumir que ha superado un supuesto complot en su contra y animar, así, a su base electoral. Pero hay un escenario mejor. También es posible que, a pesar de finalmente salvar el puesto, el largo juicio deje a Trump expuesto y mal herido. Y no sólo eso. De llegar al Senado, el proceso obligaría a cada republicano a votar en contra o a favor de Trump. Si la opinión pública comienza a favorecer la destitución, la descarada defensa de un Presidente tan claramente culpable podría costarle muy caro a los senadores de su partido. Los dos escenarios son igualmente posibles, aunque sus consecuencias sean diametralmente distintas.

Hay una última consideración a tomar en cuenta. La historia detrás de la llamada entre Trump y el Presidente ucraniano involucra al hijo del ex vicepresidente Joe Biden, puntero en la contienda por la candidatura demócrata. Puede ocurrir que el debate sobre el tema exponga a Biden a un escrutinio mayor, por más injusto que fuera. Los meses de erosión podrían debilitar el argumento central de la candidatura de Biden: Su capacidad para derrotar cómodamente a Trump. Si los electores demócratas empiezan a dudar de Biden, Trump se habría salido con la suya al deshacerse del candidato más consolidado en el numeroso grupo de aspirantes del Partido Demócrata. De ser así, Trump habría conseguido, en una macabra carambola de tres bandas, encumbrar, por ejemplo, a Elizabeth Warren como candidata demócrata. Dado que Trump siempre ha dicho preferir a un rival del ala progresista como Warren que a un moderado como Biden, el famoso proceso de destitución podría convertirse en una bendición para el presidente de Estados Unidos. Las variables son muchas y la tormenta arrecia. Habrá que ver quién permanece de pie al final.

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