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Tres años de López Obrador

Si el punto de partida para evaluar a la 4T no es lo que hicieron el PRI y el PAN, sino la capacidad del Gobierno para cumplir sus promesas, el resultado de la valoración podría ser diferente.

No es fácil hacer un balance de la administración de Andrés Manuel Lopez Obrador considerando que México parece ser un país habitado sólo por dos tipos de personas: Los que lo odian apasionadamente y los que lo aman con desmesura. Por consiguiente, las opiniones sobre su Gobierno suelen decantarse entre la satanización y la beatificación absoluta. Intuimos que la realidad está en algún lugar entre estos dos extremos, el problema es determinar en qué punto, a partir de un análisis que no esté comprometido de antemano con el resultado.

Parte de la dificultad reside en el punto de partida. Si lo comparamos con lo realizado en administraciones anteriores, a mi juicio el balance tiene muchos más aciertos que desaciertos, sobre todo de cara a las mayorías que exigían un cambio. Se agradece el esfuerzo por cambiar los usos y costumbres de la vida pública, caracterizada por la corrupción, la frivolidad, el gasto suntuario y la apropiación indebida del patrimonio público. Lo mismo podría decirse de la atención a regiones largamente abandonadas en el pasado; con todos los peros que puedan ponerse al Tren Maya, la refinería de Dos Bocas o el proyecto Transístmico se ubican en territorios que han carecido de escasa viabilidad económica hasta ahora. Podemos criticar la manera accidentada en que se construye una sucursal bancaria en cada Municipio, pero tendríamos que imaginar lo que eso representa para una población que nunca la ha tenido. El incremento en el salario mínimo, muy por encima de la inflación, puede significar muy poco para la clase media y alta, pero mejora el poder adquisitivo de millones de mexicanos que año con año lo venían perdiendo. En fin, las derramas a los ancianos, a los sembradores de vida, a los jóvenes por un futuro, están plagadas de imprecisiones además de que no siempre las reciben los más pobres, pero representa una diferencia sustancial para aquellos que las obtienen. Las élites asumen que la aprobación popular de AMLO obedece a la manipulación o la ignorancia; pero más allá de discursos y propaganda, la población de escasos recursos tiene motivos para asumir que, pese a las insuficiencias, este Gobierno es preferible que los anteriores. Y, por lo demás, sucede que la mayoría de los mexicanos se encuentra en tal situación.

Ahora bien, si el punto de partida para evaluar a la 4T no es lo que hicieron el PRI y el PAN, sino la capacidad del Gobierno para cumplir sus promesas, el resultado de la valoración podría ser diferente. No hay duda de que en materia de seguridad o de salud pública los resultados han sido muy inferiores a las buenas intenciones. La política de “abrazos no balazos” y el despliegue de la Guardia Nacional, han conseguido que las estadísticas de criminalidad no sigan aumentando, pero tampoco han disminuido. Lo mismo podría decirse de los temas de salud. El Gobierno apostó por sanear lo concerniente a la adquisición y reparto de medicinas, un sector plagado de prácticas viciadas, pero subestimó la magnitud de las tareas y provocó un lamentable desabasto. Algo similar pasa con el intento de otorgar salud gratuita universal, para lo cual se suprimió la cobertura que se ofrecía a través del Insabi. El resultado neto es que la red hospitalaria y las clínicas han sido insuficientes para ofrecer un servicio aceptable y hoy tenemos varios millones de mexicanos adicionales que carecen de cobertura. Ciertamente la pandemia presionó brutalmente la infraestructura médica y hospitalaria, lo cual matizaría una reprobación categórica. Pero queda la impresión de que el Gobierno resultó desbordado por la magnitud de su ambicioso objetivo.

Independientemente del punto de partida, me parece que hay acciones encomiables y hay acciones cuestionables en lo que llevamos de sexenio. Se agradece, por ejemplo, el sentido de responsabilidad con el que el Gobierno se ha conducido en dos áreas fundamentales para la estabilidad económica. Por un lado, la prudencia en materia de finanzas públicas: La aversión de AMLO al endeudamiento, el equilibrio entre ingreso y gasto público sin incremento de impuestos, el control de la inflación o la relativa solidez del peso. Por otro lado, el cuidado en la relación con Estados Unidos en general y la firma del nuevo tratado comercial en particular. Un comportamiento muy lejano a la etiqueta populista nacionalista que se le atribuye.

En contraste, frente a este meritorio y para muchos inesperado comportamiento, hay otros aspectos preocupantes o de plano condenables. Tal es el caso de su fascinación con el Ejército. Si bien puede reconocerse que las fuerzas armadas constituyen un recurso para mejorar la gestión, acelerar proyectos e incluso abaratar el costo de obras públicas, el Presidente ha abierto puertas y ventanas que difícilmente podrán cerrarse. Parte del éxito de los gobiernos priistas durante el desarrollo estabilizador residió en su habilidad para mantener a los generales al margen del poder político. Hoy AMLO está rompiendo esta ley no escrita, y las consecuencias quedarán en el aire cuando él se vaya.

También resultan cuestionables los afanes polarizantes del Presidente. Se entiende que existe una disputa entre proyectos distintos de nación y que hay muchos intereses que se oponen y obstaculizan su intención de hacer un cambio de régimen. Pero su belicosidad verbal y el intercambio diario de duras descalificaciones con adversarios reales y supuestos, ha provocado una crispación de tal magnitud que ha terminado por convertirse en un disparo al pie. Paradójicamente, AMLO había hecho lo más difícil en la tarea de construir un ambiente económico estable, al mantener finanzas públicas sanas. Pero el golpeteo continuo generó un clima desfavorable y condiciones inciertas para la actividad empresarial. Por sí solo, el Gobierno es incapaz de generar los empleos que requieren las masas para salir de su pobreza. Y esto sólo puede conseguirse mediante una decisiva participación de la iniciativa privada (responsable del 80% del PIB nacional); lejos de ello, los dueños del dinero han optado por esperar tiempos mejores. AMLO había convocado a estos sectores a actuar en beneficio de los pobres por el bien de todos, un llamado al que podrían haber sido sensibles, al menos por su propio interés. Pero con su rijosidad, en ocasiones innecesaria, el Presidente parecería haber boicoteado su propia convocatoria.

En fin, encontramos a mitad del sexenio, y más allá de apasionamientos, un panorama de claroscuros, que arroja una mezcla de esperanza y de preocupaciones para lo que nos espera en los próximos tres años. Por donde se le mire, un Gobierno singular y extraordinario, aunque unos y otros lo piensen así por razones diametralmente distintas.

Jorge Zepeda Patterson es economista y sociólogo. www.jorgezepeda.net Twitter: @jorgezepedap

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