Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna México

Tentación

Nadie debe poner en vilo a la Nación, y menos por unas cuantas palabras poco meditadas

Un amigo de Babalucas le dijo: “¿Ya sabes que Marcielano es pedófilo?”. “No se lo reproches -arguyó el tonto roque-. De vez en cuando a todos nos gusta ponernos una buena borrachera”. Andalucía es un cascabel de oro. Al decir eso no caigo en el estereotipo de la España de pandereta, pues sé que lo andaluz tiene en el fondo “el alma de nardo del árabe español” que dijo el mejor Machado, Manuel, hermano del otro, Antonio, el de las canciones de Serrat. (Al oír hablar de él exclamó Borges con fingido asombro: “¡Ah! ¿Pues qué Manuel Machado tiene un hermano?”). Guiado por Walter Starkie, irlandés trotamundos, recorrí lo andaluz y lo gitano, pero he de confesar que a los deslumbramientos solares del Sur de la península prefiero las opacidades castellanas, el tono menor de sus paisajes. Un escritor de voz queda como Azorín, el pequeño filósofo, me dice más que García Lorca, ese crótalo, crótalo, crótalo, escarabajo sonoro. Herejía será considerado esto que digo, o despropósito, pero dicho está y no me enmiendo, como el corrector automático de mi computadora, que puso ayer “girones” donde yo escribí “jirones”, quizá porque su inteligencia artificial “pensó” que iba yo a escribir “gira” y cambió por ge la jota. Las inteligencias artificiales hacen a veces cosas muy poco naturales. Digo todo esto a propósito de un vocablo que en España no es malsonante y aquí en México se oye muy feo. Me refiero a la palabra “cul…”, que allá es moneda corriente. La señora Incera, en cuya casa me hospedé en Santander, me contaba que su difunto esposo había usado lentes “como cul… de botella”. Acá es de mal tono ese vocablo, y a veces de malísimo, como en esta desfachatada cuarteta: “Política es un arte del carajo / que a mi modo de ver tan sólo estriba / en besarles el cul… a los de arriba / y darles por el cul… a los de abajo”. Cobran actualidad esos desatentados versos ahora que la política está tentando a quienes no debe tentar, y que no deben caer en la tentación ni del dinero ni del poder so riesgo de faltar gravemente a la noble tradición institucional de la corporación a la que pertenecen. No es ocioso insistir en este tema, pues está en riesgo la sobrevivencia de la civilidad en que se basa la existencia misma del Estado mexicano según quedó formado tras largas y sangrientas luchas. Sería necesaria una aclaración que quitara recelos y temores a la ciudadanía. Nadie debe poner en vilo a la Nación, y menos por unas cuantas palabras poco meditadas. El toro semental de don Granjeno parecía más bien semestral. Se retrasaba de continuo en el cumplimiento de su misión generativa; mostraba una inexplicable indiferencia hacia las vacas, y eso que eran de la raza Holstein, fuertes de lomo, anchas de grupa y abundosas de tetamen. Recurrió don Granjeno a la inseminación artificial, pero las vacas rechazaron el procedimiento: A ellas les gustaba más a la antigüita. Llevó entonces al bovino con un veterinario, y éste le recetó al toro una pócima o brebaje. Le indicó al dueño: “Dele una cucharadita. Verá los resultados”. Hízolo así el granjero, y el efecto del medicamento fue asombroso: De inmediato el toro descubrió a las vacas, y a todas las cubrió en menos tiempo del que tarda en persignarse un cura loco. El desatado animal también descubrió a don Granjeno, y si éste se libró de sus ímpetus fue sólo porque alcanzó a saltar la cerca al tiempo que recitaba a toda prisa la oración: “San Antonio bendito, amarra a tu animalito”. Días después un vecino de don Granjeno le preguntó: “¿De qué estará hecha esa medecina?”. “No lo sé -respondió el vejancón-, pero a mí me supo como a tepache con canela y alcanfor”. FIN.

Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas / cronista de Saltillo.

En esta nota