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Que el Presidente regresó de la convalecencia de Covid con nuevos bríos es evidente; que le creció la impaciencia, también.

Que el Presidente regresó de la convalecencia de Covid con nuevos bríos es evidente; que le creció la impaciencia, también. La primera semana de su regreso quedó electrizada por el cambio de señal para finiquitar el proceso sucesorio cuanto antes. Lo que debía resolverse de aquí a noviembre, según la agenda de Morena presentada en febrero, Andrés Manuel López Obrador apremia a que quede definido en agosto.

El Presidente tiene sus razones, desde luego. Por un lado, su propia vulnerabilidad tras su desmayo debió alertarlo del enorme batidillo que se habría armado entre sus alfiles y sus respectivas tribus de haber padecido un percance mayor. En cuanto quede definido el abanderado de Morena esa incertidumbre desaparece. Por otro lado, la larga precampaña, que él mismo desató hace dos años, es cada vez más desgastante para los contendientes de Morena. Por más que se ha pedido moderación y juego limpio, los cuartos de guerra de los tres principales competidores, no sólo sacan brillo a su campeón, también hacen lo posible por enlodar al rival. Y, desde luego, no hay fuego más dañino, por lo mucho que se conocen, que el fuego amigo. La posibilidad de que el vencedor salga abollado de la contienda interna no es menor, y entre más se extienda la batalla mayor el riesgo.

Así pues, razones para adelantar el proceso existen, lo cual no significa que no haya daños colaterales, algunos de los cuales podrían ser considerables. El más afectado por la aceleración del proceso es Marcelo Ebrard porque se entiende que en este momento corre detrás de la puntera y confiaba hacer un cierre vigoroso en la recta final.

Imposible saber si el canciller tiene la capacidad, en los meses por venir, de revertir la supuesta desventaja en la que se encuentra, pero evidentemente el recorte en el calendario se lo pone más difícil. De entrada resulta complicado establecer la diferencia que existe en este momento entre ambos. Para el libro La Sucesión Presidencial, después de AMLO ¿quién?, que comienza a circular, revisé todas las encuestas de intención de voto publicadas en los últimos meses. En todas ellas Sheinbaum iba adelante y el promedio establecía una diferencia de alrededor de 10 puntos sobre el canciller. Sin embargo, en estos días ha circulado una de GEA-ISA que pone a este 5 puntos por encima de la jefa de Gobierno de la ciudad. El equipo de Marcelo insiste, en corto, que en las encuestas que ellos realizan, que son de casa en casa y no telefónicas como la mayoría de las comerciales, sus números son mejores. Argumentan, incluso, que la prisa del Presidente tiene que ver con el hecho de que ellos habían comenzado a remontar distancias. Imposible saberlo a ciencia cierta, tendremos más elementos en la siguiente andanada de encuestas más o menos “respetables”. Lo único claro es el hecho de que Ebrard está molesto con el cambio de calendario, con toda razón desde su perspectiva.

No sólo por ello. La noción misma de que Claudia Sheinbaum sea “la favorita” genera incomodidad en alguien que lleva 23 años con el Presidente, casi los mismos que su rival, y que incluso fue el elegido por AMLO como su sucesor en la Ciudad de México en 2006. Hoy no parece ser el caso. Su molestia con respecto a la dirigencia de Morena está a la vista y no hay ningún secreto en el hecho de que el partido es un reflejo de la voluntad del Presidente. En teoría no parecería ser tan mala noticia, considerando que en los últimos sexenios el Presidente ha sido incapaz de imponer al candidato del partido en el poder. Salinas tuvo que ir por Zedillo cuando le mataron a su elegido. Zedillo empujó a Esteban Moctezuma, pero se coló Labastida Ochoa. Fox habría querido a Santiago Creel como abanderado del PAN, pero quedó Felipe Calderón. Calderón quiso imponer a Ernesto Cordero, pero lo venció Josefina Vázquez Mota. Peña Nieto tenía dos alfiles, Luis Videgaray y Osorio Chong para el PRI y ganó José Antonio Meade. López Obrador intentaría ser en 40 años el primer mandatario capaz de colocar a su favorito en la silla presidencial, asumiendo que tiene una favorita. Sin embargo, habría que reconocer que tiene más poder sobre su partido que cualquiera de sus predecesores.

Una y otra vez López Obrador ha intentado apaciguar los ánimos de las corcholatas y establecer acuerdos civilizados en la contienda interna. Pero algunas de sus decisiones, como este adelanto en el calendario, no son neutras para efecto del interés de los contendientes. Y más preocupante aún, es la manera en que los cuadros de Morena intentan operar lo que ellos consideran el deseo explícito o implícito del Presidente. Lo vemos en las cámaras; en ocasiones la prisa por interpretarlo literalmente lleva a la improvisación, al descuido y en ocasiones al desaseo. De por sí, Morena arrastra un curriculum vulnerable en materia de procesos internos. En el que se viene encima tendría que asegurar que esta vez no fuera el caso.

En esas condiciones no es menor el riesgo de que el procedimiento, el calendario, los debates, la formulación de las preguntas de la encuesta, la elección de las empresas encuestadoras sean percibidas, con razón o sin ella, con un sesgo en favor de unos y en detrimento de otros. El obradorismo tendría que garantizar que el balance final del triunfador no sea etiquetado con un “haiga sido como haiga sido”.

Sobre todo porque no hay necesidad. Morena tiene todo para ganar 2024, como para llegar a la final con un candidato en entredicho. Quizá nunca estaría en peligro de perder la Presidencia, pero un abanderado salido de un proceso cuestionado, tendrá menos posibilidades de conseguir un congreso favorable. La imagen abollada podría afectar la decisión de muchos votantes. La única manera en que la interna no provoque daños secundarios es mediante la aceptación del resultado final por parte de los perdedores. Y esto no va a conseguirse si ellos consideran que su derrota obedece en parte o mucho, al piso disparejo.

La dirigencia de Morena, los protagonistas mismos, tendrán que hacer el mejor balance posible entre la prisa del Presidente, sus presuntas preferencias en materia de sucesión, y la imperiosa necesidad de que el proceso sea legítimo, parejo y transparente. Por el bien de todos los que forman parte de ese proyecto.

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