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Navegar la tormenta

Sonora navega aguas tormentosas...

Sonora navega aguas tormentosas. La semana pasada estuvo plagada de portadas malacostumbrantes: Inundaciones en Nogales; violencia desbocada en Magdalena y Cajeme; múltiples rebrotes de Covid; protesta de derechohabientes del Isssteson programada para el 4 de agosto; caída económica del 5% anual en el primer trimestre, mientras ocho estados crecieron; aumento en la desigualdad de ingreso medida por el coeficiente de Gini (Enigh 2020), cuando el país logró una disminución... y así podríamos ir sumando una ola tras otra que azota un barco sin timón.

Son muchos los traspiés acumulados. El diagnóstico lo conocemos de sobra, y lo comparte el elector que votó por un cambio de rumbo que apacigüe unas aguas convulsas.

¿Cómo enfrentar la adversidad?

En primer lugar, la decisión vital se reduce a intentar escapar la tormenta o a encararla de frente. Aunque lo primero se disfraza de perogrullada, no lo es. Cuando los cielos se cierran y las aguas se agitan, intentar bordear la tormenta puede ocasionar un desvío involuntario extenuante o una deriva sin retorno.

En segundo lugar, la tripulación no puede ser reemplazada en plena tormenta. Abordo del navío habrá elementos honestos y capacitados que se toman en serio el servicio. A esos tripulantes habrá que identificarlos y anclarlos a sus puestos. Por supuesto, el agotamiento de algunos mandos obliga a reemplazarlos por sangre fresca dispuesta a remar contracorriente: Palmo a palmo, ola a ola.

En tercer sitio, aunque la furia de las olas arrecie, hay que tener un Norte para mantener al navío en ruta. Las brújulas podrán enloquecer e irse a huelga, pero el empoderamiento que da una voluntad compartida y forjada por la determinación es el faro del marinero que lucha en la bruma contra lo peor del instinto traicionero.

En cuarto puesto, la incertidumbre manda racionalizar algunos recursos a bordo. Un equilibrio sensato es deseable: Ni muy muy que reste combustible a la tripulación ni tan tan que agote la capacidad futura para cabalgar la marea alta. El capitán debe prever que la escasez y el retiro de raciones dobles a oficiales privilegiados puede causar malestar o motines inesperados -particularmente cuando los ahorros se desvían de estómagos vacíos.

Encarar una tormenta y salir de ella con dignidad y sano juicio demanda pericia y convicción. No es un viaje placentero; la fatiga pondrá a prueba los nervios más templados y el coraje curtido en tormentas acumuladas. Pero puede ser una travesía memorable si se enfrenta con gallardía y un deseo irrefrenable de anclar en el puerto del bien común.

La tripulación debe tener capacidad de maravillarse por la fuerza humana puesta en un objetivo de supervivencia colectiva y de retorno al origen fraterno. Caerán algunos de la borda sin que el barco pueda detenerse. Otros se convertirán de jóvenes a adultos de la noche a la mañana.

Y al final del día, cuando la gaviota alerte la inminencia de la tierra firme, quienes cumplieron el deber con honor y prudencia serán quienes caminen con la frente más en alto hasta que inexorablemente una nueva tormenta nuble el horizonte. «Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino», advierte el bucanero Álvaro García Linera, del país sin salida al mar.

Mario Campa

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