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Mirador

 No diré el nombre de este señor. Sí diré, en cambio, que era tartamudo

MIRADOR

Por Armando FUENTES AGUIRRE

No diré el nombre de este señor. Sí diré, en cambio, que era tartamudo. Uno de sus hijos se llamaba Pepepedro, pues el empleado del Registro Civil escribió el nombre del niño en el acta de nacimiento tal como el padre de la criatura se lo dijo.

Novio de la que después sería su esposa, estaba con ella en la alameda cuando vio a un pajarito y una pajarita que juntaban, amorosos, sus piquitos. Le dijo a la muchacha que así le gustaría estar con ella, pero tardó tanto en decírselo, por su tartamudez, que cuando ella volteó a ver a las avecillas el pajarito ya estaba sobre la pajarita. La ruborosa novia se puso en pie y se fue enojada, sin que él se explicara la razón de aquel súbito disgusto.

En otra ocasión, casado ya y con hijas e hijos grandes, hizo publicar un anuncio en el periódico local: "Se gratificará generosamente a quien devuelva una dentadura postiza extraviada el sábado pasado en la zona de tolerancia". Y ponía la dirección de su casa y el teléfono. Apareció la dentadura, perdida en circunstancias sospechosas, pero las hijas pusieron el grito en el cielo. "Papá, ¿cómo se le ocurrió poner eso en el periódico? Nosotras le hubiéramos comprado una dentadura nueva". "De-de-dejen la de-dentadura -respondió él-. La-la do-domada".

Comprendo a aquel señor. En el tiempo en que era un martirio acostumbrarse a usar zapatos nuevos había una frase que decía: "Te quiero más que a mis zapatos viejos".

¡Hasta mañana!

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